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F. DÁVILA MERECE LEYENDA, por José Biedma López

Retrato de Pedro Franco Dávila.
Retrato de Pedro Franco Dávila.
F. DÁVILA MERECE LEYENDA, por José Biedma López
Pedro Franco Dávila nació de la unión de un sevillano capitán de navío con una madre criolla en Guayaquil, en 1711, en el Virreinato de Perú, hoy Ecuador. Su progenitor se dedicaba por entonces a comprar cacao en los remotos lugares donde se producía para venderlo en Panamá. No tuvo reparo en enviar al muchacho con quince años a un primer viaje comercial. Sin embargo, a los veinte días de su partida el barco en el que viajaba Pedro perdía el rumbo y naufragó.

Cuarenta pasajeros consiguieron llegar a la costa, semidesnudos, sin enseres, sin armas, sin instrumentos. No sabían dónde estaban, aunque el piloto que había sobrevivido sí tenía idea aproximada. Deambularon por la costa alimentándose de lo que podían y, llegados a la desembocadura de un río remontaron su corriente alcanzando la población colombiana de Santa Bárbara de Icuandé. Allí fueron socorridos y allí pasó Pedro siete meses recuperándose. Cuando al fin logró regresar a Guayaquil estuvo a punto de provocarle un infarto a su padre que lo daba por muerto.

La empresa prosperó y padre e hijo decidieron en 1731 transportar un gran cargamento de cacao para venderlo directamente en España, donde el chocolate se había convertido en un lujo muy apreciado. No fue suficiente desgracia que Pedro contrajera la fiebre amarilla en Panamá y, desahuciado, salvara su vida de milagro…, cuando embarca con su padre en una galera rumbo a Cádiz una tempestad les obliga a desviarse hasta la isla de La Española. Por fin, tras varios meses de travesía, consiguen llegar a la Tacita de plata, donde se enriquecen con la venta de su mercancía, pero en Utrera, lugar de nacimiento del padre, les salen de las piedras más parientes y amigos que pelos tienen en la cabeza y, casi arruinados, deciden regresar a Guayaquil, sin embargo no encuentran medio. Discurren ruta alternativa por Guatemala y, cruzando por tierra hasta el Realejo, embarcar allí para Guayaquil, pero la ruta ha sido prohibida, así que de vuelta a Cádiz.

Las fricciones con la Pérfida Albión eran entonces continuas pues ambas potencias aspiraban al control y hegemonía del comercio atlántico. En 1739 los británicos declaran la guerra a España, que durará hasta 1748. Los ingleses no la mencionan demasiado, porque la perdieron. Intentaron tomar Cartagena de Indias con una flota de 186 naves y 26.000 hombres, que resultaron derrotados por el almirante guipuzcoano Blas de Lezo y Olavarrieta, extraordinario estratega de la Armada española que, casus belli, era tuerto, manco y cojo. Cinco meses más tarde moriría don Blas de Lezo a causa de la infección de unas heridas sufridas en la batalla de Cartagena.

A todo esto, Pedro se queda cuatro años en Cádiz y con la “guerra del Asiento” todavía en curso decide regresar a Guayaquil, pero su barco es apresado por piratas ingleses con “patente de corso” y acaba preso en Jamaica. Siete meses después recupera la libertad en un intercambio de prisioneros. De insaciable curiosidad, decide viajar por toda Europa y se instala en París donde juntará una de las más ambiciosas colecciones de objetos raros y curiosos de historia natural, etnográficos, mapas, estampas, retratos, obras de arte… Aunque había estudiado ciencias naturales en su adolescencia y en la universidad de Lima, se consideraba autodidacta, lo que no impidió que se ganara merecida fama internacional como naturalista, ingresando en las principales sociedades científicas de la época, de Alemania, Francia, Rusia, España, incluso en la Royal Society inglesa. También juntó una importante biblioteca.

En 1767 publica tres tomos en francés con la descripción de sus colecciones: Catalogue systématique et raisonné des curiosités de la nature et de l’art qui composent le gabinet de M. Dávila, un auténtico y riguroso tratado de historia natural. Tuvo que desprenderse de una parte de su colección para pagar la edición. La ofrece a Fernando VI, sin éxito. Quiere que su obra perdure y ofrece su gabinete completo al rey ilustrado, Carlos III, para la creación de un gabinete real del que él sería director hasta su muerte por el salario que el monarca estime oportuno. El rey por fin acepta.

Todos los Museos de ciencias y de otras disciplinas del mundo tienen su origen en estos “gabinetes de monstruosidades y curiosidades”. Lo cual da que pensar, no sólo sobre la diversidad fantástica y a veces estrafalaria del mundo natural, sino también sobre nuestra visión de él y el modo de nuestra atención. La colección de Dávila será el origen de uno de los museos más antiguos del mundo: el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) de Madrid, uno de los primeros que abrió sus puertas a todos los públicos en 1776. En 2016, el MNCM, hoy vinculado al CSIC, celebró su 240 aniversario con una colección que rendía homenaje al guayaquileño y compatriota Pedro Franco Dávila.

No nos explicamos cómo no se usa la trepidante biografía de este español ejemplar y pionero como tema de novela, serie o telefilm. Al parecer, los españoles preferimos resaltar las sordideces de nuestra memoria y olvidar sus momentos de gloria.

Fuente principal: Fernando Arnáiz (Guía del MNCM), ¿Se tiran pedos las mariposas?, Pamplona 2021.

Para saber más: https://www.mncn.csic.es/es/Comunicaci%C3%B3n/pedro-franco-davila-un-personaje-de-la-america-espanola-en-el-corazon-de-la-europa

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm
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