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“Uno de los primeros best seller”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Colón y sus enigmas” y de “Mallorca, patria de Colón”

“Uno de los primeros best seller”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Colón y sus enigmas” y de “Mallorca, patria de Colón”
miércoles 28 de julio de 2021, 09:39h
“Uno de los primeros best seller”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Colón y sus enigmas” y de “Mallorca, patria de Colón”
“Uno de los primeros best seller”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Colón y sus enigmas” y de “Mallorca, patria de Colón”
Uno de los primeros best seller fue la carta que Colón escribió a Lluis de Santángel, escribano de ración del Rey Fernando II de Aragón, sobre su primer viaje transoceánico y que, mediante imprenta, fue publicada en Barcelona. Colón escribió la carta a Santángel por ser uno de los principales valederos que tenía en la Corte y a quien se le atribuye, según Hernando Colón, el que hubiera convencido a la Reina Isabel para que diera el visto bueno al viaje a las Indias. Además adelantó de su propia bolsa un cuento (millón) de maravedíes para correr con los gastos del viaje. El oficio de escribano de ración era de la Casa Real de Aragón, que puede considerarse como ministro de Hacienda. Santángel también fue tesorero de la Casa y Corte del Rey en Cataluña el año 1470. Y junto con Francisco Pinedo fue tesorero de la Santa Hermandad en Castilla, de donde recuperó el millón de maravedíes que había adelantado para que se hiciera el viaje.
“Uno de los primeros best seller”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Colón y sus enigmas” y de “Mallorca, patria de Colón”

La carta se publicó unas semanas después en Roma traducida al latín. Esta versión en latín se difundió rápidamente por toda Europa, siendo reeditada varias veces y traducida a otros idiomas. No hacía mucho que había sido inventada la imprenta y la noticia de que se habían descubierto nuevas tierras llenas de encanto y de riquezas corrió como la pólvora por entre las Cortes, Universidades y círculos económicos y burgueses europeos, convirtiéndose esta carta, seguramente, en el primer best seller de la historia.

El viaje de regreso después del descubrimiento

El miércoles 16 de Enero de 1493 las dos naves, la “Pinta” y la “Niña”, se internan en altamar y dejan de lado las nuevas islas que se ven en lontananza. Ya las visitarán en otros viajes. Ahora hay prisa en llegar a España para dar al mundo la buena nueva de que han llegado a la otra orilla del Atlántico, de que han llegado a las puertas de las Indias. Una vez que cogen los vientos constantes del oeste, las carabelas maniobran decididamente y toman rumbo este. Da gusto navegar con los constantes vientos alisios que soplan a popa. El clima es bondadoso y los días se suceden apacibles. Las olas golpean rítmicamente los costados de las carabelas, al tiempo que las velas suspiran y se inflan felices en los mástiles. De vez en cuando los delfines hacen cabriolas alrededor de las naves. Rabihorcados, pardelas y otras aves marinas revolotean por entre las vergas, jubilosas de azul. Las aguas plateadas donde cabalgan las olas con su cresta de espuma, se pierden en el difuso horizonte.

Todo parece feliz. Los indios que se trae Colón gritan con palabras medio castellanas a los ágiles delfines. Los europeos han ido a las Indias a descubrir desconocidas tierras y ahora los indios van a ignorados países sin sospechar el salto cultural que han de hacer desde su vida neolítica. A los indios se les da el mismo trato y el mismo trabajo que a los grumetes: otear el mar en busca de escollos sumergidos, secar el rocío de los cables, fregar y principalmente accionar las bombas para succionar el agua que continuamente entra en la bodega. Se les enseña que para mear lo han de hacer cara al mar. Poco a poco lo van asumiendo. Lo que más complejo les resultaba era defecar en el “jardín”, en la trona suspendida sobre las olas. Habían de subir sobre la baranda de la borda y sentarse en el asiento. Si la mar está agitada la espuma helada de las olas les azota las nalgas. Al acabar habían de limpiarse con un cabo impregnado de brea.

Por las noches Cristóbal Colón solía salir a cubierta a caminar y oler el perfume del océano. Las estrellas, que brillan como diamantes incrustados en el tapiz de los cielos, proporcionan una borrosa claridad. Piensa que ahora que tiene tiempo debería ir empezando a escribir sendas cartas a todos los que le han apoyado para darles a conocer el éxito del viaje. La primera carta va dirigida a Luis de Santángel.

Carta a Lluis de Santángel

La carta lleva fecha de 15 de Febrero de 1493. Después tiene un añadido donde describe el tremendo temporal que sufrió que le obligó entrar en Lisboa. Y desde aquí es de donde envió la carta. En la carta no hay datos concretos de la ruta seguida. La carta se publicó a instancias y autorización de los reyes Isabel y Fernando. Como se observa al leer la carta publicada, Colón no escatima de hipérboles, habla de oro por todas partes, de gente pacífica y quita hierro al tema de los caribes caníbales. Cuenta que existían hasta minas de oro. Y relata como los hombres y mujeres iban desnudos. Sabía que eso era un enganche para llenar los barcos en los próximos viajes.

El interés de esta carta es alto por cuanto es lo que leyeron los europeos de la época sobre lo que eran las tierras descubiertas según la versión de Colón. Dado que el original está escrito en el castellano de la época, difícil de leer y entender actualmente, lo hemos traducido al español actual.

“Señor, como sé que tendréis placer de la gran victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje, os escribo ésta, por la cual sabréis como en 33 días pasé de las islas Canarias a las Indias con la armada que los ilustrísimos Rey y Reina me dieron. Hallé muchas islas pobladas con numerosas gentes y de todas ellas he tomado posesión por sus Altezas con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho por nadie.

A la primera isla que yo hallé le puse de nombre San Salvador, en conmemoración de Su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado. Los indios la llamaban Guanahani. A la segunda le puse el nombre de isla de Santa María de Concepción. A la tercera Fernandina, a la cuarta la Isabela, a la quinta la isla Juana, y así a cada una un nombre nuevo.

Cuando llegué a la isla Juana seguí su costa al poniente, y la hallé tan grande que pensé que sería tierra firme: era la provincia de Catayo. Y como no hallé allí villas y lugares en la costa, salvo pequeñas poblaciones, con la gente de las cuales no podía hablar, porque pronto huían todos, seguía yo adelante por el dicho camino, pensando de no errar grandes ciudades o villas. Al cabo de muchas leguas, visto que no había cambios, y que la costa me llevaba al norte, donde yo no quería ir, porque el invierno era ya llegado, y yo tenía propósito de pasarlo en el Sur, y también el viento me dio de proa, determiné de no perder más tiempo, y volví atrás hasta un señalado puerto, adonde envié dos hombres a tierra, para saber si había rey o grandes ciudades. Anduvieron tres jornadas, y hallaron infinitas poblaciones pequeñas y gente numerosa, mas no cosa de regimiento, por lo cual regresaron.

Yo entendía, por los indios que tenía tomados a bordo, que esta tierra era una isla, y así seguí la costa de ella al oriente ciento y siete leguas hasta donde se acababa. Al cabo del cual observé otra isla al oriente, distante de ésta dieciocho leguas, a la que puse nombre La Española y fui allí, y seguí hacia la parte del Norte. Así como seguí la costa de la Juana al Este, 188 grandes leguas por línea recta. Esta y todas las otras son fertilísimas en alto grado, pero ésta en extremo.

En ella hay muchos puertos en la costa de la mar, sin comparación de otras que yo sepa en sitios cristianos, y muchos ríos buenos y grandes, que es maravilla. Las tierras de esa isla son altas, y en ella muy muchas sierras y montañas altísimas, sin comparación salvo los de la isla de Tenerife. Todas son hermosísimas, de mil hechuras, y todas accesibles, y llenas de árboles de mil maneras y alturas, y parece que llegan al cielo. Me dijeron que jamás pierde la hoja, según lo pude comprender, que los contemplé tan verdes y tan hermosos como son por Mayo en España. Algunos de ellos estaban floridos, algunos con fruto, y algunos en otro término, según es su calidad. Cantaba el ruiseñor y otros pájaros de mil maneras en el mes de Noviembre, que es cuando yo andaba por allí.

Hay palmeras de seis u ocho maneras, que es admiración verlas, por la deformidad hermosa de ellas, más así como los otros árboles y frutos y hierbas. Hay pinares a maravilla y hay campiñas grandísimas, y hay miel y muchas clases de aves, y frutas muy diversas. En las tierras hay muchas minas de metales y hay gente en estimable número.

La isla La Española es maravilla. Las sierras y las montañas y las vegas y las campiñas y las tierras tan hermosas y buenas para plantar y sembrar, para criar ganado de todas clases, para edificios de villas y lugares. Los puertos de la mar aquí no se creerían si no se ven, y los ríos son muchos y grandes, y con buenas aguas, los más de ellos. En los árboles, frutos y hierbas, hay grandes diferencias con las que había en la isla Juana. En esta hay muchas especerías, y grandes minas de oro y de otros metales.

La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he tenido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cubren un solo lugar con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ello hacen.

Ellos no tienen hierro, ni acero, ni armas, ni están por ello, no porque no sea gente bien dispuesta y de hermosa estatura, salvo que son muy temerosos a maravilla. No tienen otras armas, salvo las armas de las cañas, cuando están con la simiente, a la cual ponen al cabo un palillo agudo. No osan usar de aquellas; que muchas veces me ha acaecido enviar a tierra dos o tres hombres a alguna villa, para tener conversación, y salir a ellos de ellos sin número, pero cuando los veían llegar, huían, sin aguardar padre a hijo. Y esto no porque a ninguno de ellos se haya hecho mal.

Al contrario, en todo sitio adonde yo haya estado y podido conversar, les he dado de todo lo que tenía, así paño como otras cosas muchas, sin recibir por ello cosa alguna. Mas son así temeros sin remedio. Verdad es que, después que se aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan generosos de lo que tienen, que no lo creería nadie si no lo viese.

Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen de no. Incluso convidan a la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los corazones, y por cualquier pequeña cosa, de cualquier manera que sea que se le dé, por ello se van contentos. Yo defendí que no se les diese cosas tan ruines como pedazos de escudillas rotas y pedazos de vidrio roto, y cabos de agujetas aunque, cuando ellos esto podían conseguir, les parecía tener la mejor joya del mundo. A un marinero, por una agujeta, le dieron oro cuyo peso era de dos castellanos y medio. Y otros, de otras cosas que aún menos valían, mucho más. Por blancas nuevas daban por ellas todo cuanto tenían, aunque fuesen dos o tres castellanos de oro, o una arroba o dos de algodón hilado.

Has los pedazos de los arcos rotos de las barricas tomaban, y daban lo que tenían como bestias. Así que me pareció mal y yo lo defendí, y daba yo mil cosas buenas que yo llevaba, porque tomen amor, y después de esto se hagan cristianos, y se inclinen al amor y servicio de Sus Altezas y de toda la nación castellana, y procuren de juntarse y damos de las cosas que tienen en abundancia, que no son necesarias.

Y no conocían ninguna secta ni idolatría salvo que todos creen que las fuerzas y el bien están en el cielo. Y creían muy firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo. Con tal acatamiento me recibían en todo lugar, después de haber perdido el miedo. Y esto no significaba que sean ignorantes, sino que son de muy sutil ingenio y son hombres que navegan todos aquellos mares, que es maravilla la buena cuenta que ellos dan de todo. Lo que pasa es que nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos.

Y luego que llegué a las Indias, en la primera isla que hallé tomé por fuerza algunos de ellos, para que me enseñaran y me diesen noticia de lo que había en aquellas partes. Así sucedió que luego pudieron entendernos, y nosotros a ellos, unas veces por la lengua y otras por señas. Y estos han aprendido mucho. Pero incluso ahora siguen convencidos que vengo del cielo, por mucha conversación que hayan tenido conmigo. Y éstos eran los primeros a decirlo adonde yo llegaba, y los otros andaban corriendo de casa en casa y a las villas cercanas gritando: venid, venid, a ver la gente del cielo.

De este modo todos, tanto hombres como mujeres, después de sentirse seguros con nosotros, venían y no quedaba sin hacerlo ni grande ni pequeño. Y todos traían algo de beber y de comer, que daban con un amor maravilloso. Ellos tienen en todas las islas muchas canoas, a manera de botes de remo, unas grandes, otras más pequeñas. Algunas son mayores que un bote de diez y ocho bancos. No son tan anchas porque están hechas de un solo tronco de árbol. Mas de bote nuestro no ganaría a ellas al remo, porque corren que no es cosa de creer. Y con éstas navegan todas aquellas islas que son innumerables, y comercian sus mercaderías. Alguna de estas canoas he visto con 70 y 80 hombres en ella, y cada uno con su remo.

En todas estas islas no observé mucha diversidad de la hechura de la gente, ni en las costumbres ni en la lengua. Todos se entienden, que es cosa muy provechosa para lo que espero que determinaran Sus Altezas para la conversión de ellos a nuestra santa fe, a la cual son muy dispuestos. Ya dije como yo había andado 107 leguas por la costa de la mar por la derecha, según la línea de occidente a oriente, por la isla de Juana, según el cual camino puedo decir que esta isla es mayor que Inglaterra y Escocia juntas. Porque más allá de estas 107 leguas, me quedan aún de la parte de poniente dos provincias que yo no he andado. Una de esas provincias la llaman Avan, adonde nace la gente con cola. Estas provincias no pueden tener en longitud menos de 50 o 60 leguas, según pude entender de estos indios que yo tengo, los cuales saben todas las islas.

Esta otra Española, en perímetro tiene más que la España toda, desde Colibre, por la costa de mar, hasta Fuenterrabía en Vizcaya, pues en una cuadra anduve 188 grandes leguas por recta línea, de occidente a oriente. Esta es para desear, una vez vista, para no dejarla nunca.

En esta isla Española es el lugar más conveniente y la mejor comarca para las minas del oro y de todo trato, tanto de la tierra firma de aquí como de aquella de allá del Gran Kan, adonde habrá gran negocio y ganancia, he tomado posesión de una villa grande, a la cual puse nombre villa de Navidad. En ella he hecho fortaleza, que ya a estas horas estará del todo acabada, y he dejado en ella gente que es suficiente para semejante hecho, con armas, artillería y vituallas para más de un año. Y les dejé un bote, y maestro de la mar en todas las artes para hacer otras navegaciones.

Hice gran amistad con el rey de aquella tierra, en tanto grado que se preciaba en llamarme y tenerme por hermano, y, aunque se ofendiera a esta gente, ni él ni los suyos saben lo que son armas, y andan desnudos, como ya he dicho, y son los más temerosos que hay en el mundo. Así que solamente la gente que allá queda es suficiente para destruir toda aquella tierra. Es isla sin peligros de su personas, sabiéndose regir.

En todas estas islas me parece que todos los hombres están contentos con una mujer, aunque a su cacique o rey dan hasta veinte. Las mujeres me parece que trabajan más que los hombres. No he podido entender si tienen bienes propios. Me pareció ver que de aquello que uno tiene todos hacen parte, en especial de las cosas comederas.

En estas islas hasta aquí no he hallado hombres monstruos, como muchos pensaban. Al contrario es toda gente de muy lindo acatamiento. Tampoco son negros como en Guinea. En estas islas, adonde hay montañas grandes, allí si tenía fuerza el frío este invierno. Pero ellos lo sufren por la costumbre, y con la ayuda de las viandas que comen con especias muchas y muy calientes en demasía.

Así que monstruos no he hallado, ni noticia, salvo de una isla Quaris, la segunda a la entrada de las Indias, que es poblada de una gente que tienen en todas las islas por muy feroces, los cuales comen carne humana. Estos caníbales tienen muchas canoas, con las cuales corren todas las islas de India, y roban y toman cuanto pueden. Ellos no son más disformes que los otros, salvo que tienen costumbre de traer los cabellos largos como mujeres, y usan arcos y flechas de las mismas armas de cañas, con un palillo al cabo, por defecto de hierro que no tienen. Son feroces entre estos otros pueblos que son en demasiado grado cobardes, mas yo no los tengo en nada más que a los otros.

Estos caníbales son aquellos que tratan con las mujeres de Martinina, que es la primera isla, partiendo de España para las Indias, que es una isla en la cual no hay hombre ninguno. Son todas mujeres que no usan ejercicio femenil, sino arcos y flechas, como los sobredichos de cañas.

Otra isla hay, me aseguran mayor que la Española, en que las personas no tienen ningún cabello. En ésta hay oro sin cuento, y de ésta y de las otras traigo conmigo indios para testimonio.

En conclusión, decir solamente que se ha hecho este viaje, que fue así de corrida. Pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro cuanto hubieren menester, con muy poquita ayuda que Sus Altezas me proporcionen. Además, especería y algodón cuanto Sus Altezas quieran, y almástiga cuanta manden, y de la cual hasta hoy no se ha hallado salvo en Grecia en la isla de Xio, donde el Señorío lo vende como quiere, y aloe cuanta manden cargar, y esclavos cuantos manden cargar, que se harán de los idólatras; y creo haber hallado ruibarbo y canela y otras mil cosas de sustancia hallaré.

Y las que habrán hallado la gente que yo allá he dejado. Porque yo no me he detenido en ningún lugar siempre que el viento me permitiera navegar. Solo me detuve en la villa de Navidad, para dejarla asegurada y bien asentada. Y a la verdad, mucho más hiciera, si los navíos me sirvieran como razón demandaba.

Esto es como harto y eterno Dios Nuestro Señor, el cual da a todos aquellos que andan su camino victoria de cosas que parecen imposibles; y ésta señaladamente fue una de ellas, porque, aunque de estas tierras hayan hablado o escrito, todo era pura conjetura sin haberlo visto. Los que lo escuchaban lo juzgan más por haber oído hablar que por hechos de ello.

Así que, puesto que Nuestro Redentor dio esta victoria a nuestros ilustrísimos Rey y Reina e hizo a sus renos famosos de tan alta cosa, toda la cristiandad debe tomar alegría y hacer grandes fiestas, y dar gracias solemnes a la Santa Trinidad con muchas oraciones solemnes por el tanto ensalzamiento que tendrán, en tomándose tantos pueblos a nuestra santa fe, y después por los bienes temporales. No solamente la España, sino que todos los cristianos tendrán aquí refrigerio y ganancia.

Esto, según el hecho, así es breve. Fecha en la carabela a la altura de las islas de Canaria, a 15 de Febrero, año 1493. Haré lo que mandaréis. El Almirante.

Después de esta carta escrita, y estando en mar de Castilla, salió tanto viento conmigo sur y sudeste, que ha hecho descargar los navíos. Pero logré entrar aquí en este puerto de Lisboa hoy, que fue la mayor maravilla del mundo, adonde acordé escribir a Sus Altezas. En todas las Indias he siempre hallado los temporales como en mayo. En el viaje de ida tardé 33 días. En el de vuelta tardé 28, salvo que estas tormentas me han detenido 13 corriendo por este mar. Dicen acá todos los hombres de la mar que jamás hubo tan mal invierno ni tantas pérdidas de naves.

Fecha a 4 días de Marzo.

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