Desde un jubilado que conversa con las plantas y acaba convirtiéndose en una de ellas, hasta el anacrónico y contemplativo don Marceliano, entregado a pasiones tan complementarias como las estampas religiosas y las de jóvenes entregadas a la exhibición impúdica de la carne, y que ve peligrar su cómoda forma de existencia a causa de una sobrina un tanto cerril y antojadiza que pone en jaque su continencia sexual. Otras veces el autor nos ofrece una estampa nostálgica (“Apagón”), o una historia de amor poco convencional: Un policía de “La Secreta” franquista, frustrado por un gatillazo, acaba denunciando a su amante activista. Una respetable madre de familia se entrega a un joven “mesías salvaje” que la arrastra a la más variada panoplia de perversiones sexuales, etc. Algunas de estas narraciones bien podrían tomarse por pretexto para reflexionar sobre alguna problemática social como la inmigración (así en “Lejos de casa”, uno de sus más interesantes relatos), otras ofrecen la desmitificación satírica de algún subgénero narrativo (“Las confesiones de Jantipa”).
Por encima de todo, destacaría las altas dosis de humor que contienen estos cuentos para adultos. ¡Cómo no esbozar una sonrisa!..., con la descripción de aquella huérfana “bien” que regresa al pueblo tras su fracasado intento de cursar Derecho, “vestida de india apache, con el pelo mechado de verde esmeralda, hablando en cheli o portorriqueño…”; con el desternillante diálogo entre el protagonista de “Despedida de soltero” y su antigua amante, aparecida fantasmagóricamente la noche previa a la ceremonia nupcial de aquel, para afearle su conducta y reconvenirle su cobardía mediante una larga serie de insultos nada desdeñables; o con aquel edil de urbanismo de una pequeña ciudad que acude a una especie de consultorio sentimental, insatisfecho con su vida por no haber logrado tras diez años de mandato ni siquiera un chalet adosado o una cuenta abultada a base de comisiones.
También subrayaría su exuberancia verbal, que bien podríamos considerar un efecto de esa deliberada incontinencia de la imaginación que define a su autor; asimismo, debe destacarse la abundancia de descripciones minuciosas (p.e., del patio renacentista donde tiene lugar la ominosa celebración de una boda con invitados particularmente molestos en “Final de bodas”), sus incalificables e inauditos símiles y metáforas: “una mujer gordísima, hinchada como vejiga de dragón (…) chillaba y chillaba al invitado de enfrente como una rata pisada”; “su voz sonaba a grito de murciélago en noche de verano”; “En su cara obesa y grasienta (…) el trazado de los vasos sanguíneos inflamados, abriéndose paso como verdosos lomos de gusanos”; la comparación entre un ratero y una salamanquesa; o “mis pezones se dibujan como sendas lunas crecientes”; la música como “taquigrafría de las emociones”; “las manos parecen bocas de cobra”. El autor se muestra versátil para registrar y jugar con las más variadas jergas lingüísticas, casi siempre con un fin jocoso, como en “Postmoderno-mecanografía”.
Como no podía ser de otro modo, la formación de José Biedma, que es doctor en Filosofía y ciencias de la educación, permea de modo natural cada uno de los cuentos, introduciendo aquí y allá sugestivas reflexiones mediante proverbios y aforismos, no exentos de cierta provocación: ”Los dueños del progreso son los psicópatas”; por el contrario “los justos, los que sueñan con Dios y aspiran a entrar en Su Reino, creen en la Eternidad, ¡no en la Historia!”; “la verdad es inseparable de esa ilusión de que aparezca alguna vez, en el menudeo de las apariencias, a la vista y en sus figuras tangibles, la salvación inaparente”; “Todo o nada, ese es el lema valeroso y metafísico de la ignorancia”; “los psicólogos son curas sin Dios, pastores de la caridad tecnológica”.
En consonancia y contraste con el carácter reflexivo de estos escritos estaría el hedonismo desenfadado y tonificante, que encuentra en el erotismo su cauce más frecuente de expresión, desplegado a través de una amplia y singular imaginería: “sabor de espacio y tiempo”; abrazos profundos “como un baño de mar”; “el vello negro, rizado y áspero como un abrasivo”; “el sentido de las corrientes oceánicas”, etc. que aproximan a su autor (con las diferencias pertinentes, claro está) a ese línea erótica en la narrativa de Vargas Llosa que es especialmente notable en novelas como Elogio de la madrastra (1988), Los cuadernos de don Rigoberto (1997) o Travesuras de la niña mala (2006), donde el erotismo se concibe como “desanimalización del amor físico” mediante el refinamiento y la creatividad del ritual, convirtiéndose en un ingrediente determinante de la civilización humana, aunque a su dimensión vitalista ―ya lo hizo ver con sutil precisión Georges Bataille― esté asociado de un modo indisoluble ese otro nivel tanático de destrucción que está presente también en la narrativa de José Biedma.
Otro de los alicientes de este libro es el menudeo de personajes de la más variopinta y anómala condición; no en vano, uno de sus cuentos, “Existencias originales”, compendia en gran medida su sentido último, que no es otro que rastrear e indagar de un modo jocoso en el inconsciente humano, de manera que la ficción acaba volviéndose profusa, al ser poblada por seres estrafalarios que pugnan por alzarse a la realidad, por adquirir una existencia más allá del disparado magma que es la imaginación del autor, pródiga en “iluminaciones fugitivas”. Y en efecto, los personajes consiguen habitar en el lector, hacerse reales pese a su rareza, o acaso gracias a ello. Y si fuese poco la extrañeza de sus personajes, lo es aún más cuando introduce pasajes sobrenaturales con un cariz marcadamente cómico, para no desmerecer el tono predominante del libro… Me viene a la memoria el diálogo de una antigua amante en forma de súcubo con quien está a punto de contraer matrimonio “de conveniencia” en el aludido cuento “Despedida de soltero”…, o cuando el extrañamiento lo provocan determinados puntos de vista; así, en algunos cuentos la narración corre a cargo de insólitas criaturas, como una gárgola iracunda o la cabeza de un ciervo; o, y ya para acabar, cuando se produce la irrupción de elementos fantásticos… Remito nuevamente a esa gárgola que, no pudiendo soportar más la vulgaridad de los invitados a una boda, los termina abrasando con una vaharada de fuego; o a la misteriosa criatura albina que a la caída del sol abandona su casa para entrar en el sueño de la gente; o las pseudo-brujas botelloneras del cuento titulado “Aquelarre”.
Sería imposible enumerar cada uno de los múltiples matices de este libro de cuentos, pero por encima de todo me gustaría subrayar su amenidad, su naturaleza heterogénea, sus disertaciones sobre lo humano y lo divino, y la habilidad verbal del escritor para hacernos partícipes de un mundo tan sumamente delirante como verosímil, para adentrarnos en un exilio de tinta y en una noche de plata abierta a la alucinación. ¡Enhorabuena, “cazador de sueños”!
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