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El látigo con punta de seda

lunes 04 de septiembre de 2017, 17:32h
Hay que reconocer, que el arte de anestesiar a todo un pueblo , preparándolo para aceptar cualquier cosa que se le diga, por absurda que sea, es una disciplina, que no se estudia más que en las universidades más exclusivas.
Cuando un preso, con una sentencia en firme se encuentra en el corredor de la muerte, a pocas horas de que se cumpla la sentencia, sólo piensa en dos cosas, una en la pequeña esperanza de que se admita un último recurso y le den un margen de respiro...Y la otra, en las circunstancias de su vida y la mala suerte que le colocó entre sus ambiciones y la soga que acabará con ella...
la mente se bloquea en ese instante y se prepara para aceptar lo irremediable.
El único fin de protegerse ante lo imprevisible, es rendirse a la aceptación, cómo único camino ante el sufrimiento.
El mismo motivo que lleva a una persona a flagelar su cuerpo como fin de expiar sus culpas, en las que para aplacar el dolor, se transmuta en un secreto placer depositando las expectativas en que no importan los hechos, sino la compensación que silencia el posible remordimiento.
El servilismo ha sido una constante en un país en el que el conocimiento máximo en cuanto a economía al que llegaba el pueblo, era saber cuándo acababa la recolección de la cosecha y el cálculo en sudores de lo que debería pagar a sus amos por verse protegido ante las barbaries de los pueblos extranjeros..que, qué duda cabe, mucho más violentos y menos razonables, no en vano, más vale buitre propio que pichón ajeno.
Quien diga que se anexiona a una causa, de forma voluntaria, sin intercesión de motivación ninguna, miente, lo mismo, que quien entrega sus pertenencias o sus donaciones al servicio de la patria, sea Pazo o yate, en unos casos cómo inversión a corto plazo en la cartilla sanitaria para la salud futura, o a largo plazo en la sección
intercambio de raíles para aumentar la velocidad del tren.
Asimilar por la tangente lo bueno del producto, ya no tiene efectos para el comprador predispuesto, si no se adorna con el convencimiento al pueblo, de que da igual lo que se ofrezca, mejor no va a ser nunca. Indiferencia y estúpida resignación del cordero al olor del gancho.
Años de lucha y muertos en el camino, tirados al estercolero de la historia, por un regreso al pasado a lomos de la unión nacional, el miedo se alía con la ignorancia y solo queda la sumisión con el convencimiento de que es por tu bien y el de la nación. Tranquilo chiquitín, que no te va a doler. Es mentira
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