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“ACTUALIDAD ESTRATÉGICA: ALGUNAS CLAVES PARA UN MUNDO EN CAMBIO” Luis V. Pérez Gil, Alférez Reservista, Doctor en Derecho con Premio Extraordinario y miembro de la Asociación Española de Militares Escritores

“ACTUALIDAD ESTRATÉGICA: ALGUNAS CLAVES PARA UN MUNDO EN CAMBIO” Luis V. Pérez Gil, Alférez Reservista, Doctor en Derecho con Premio Extraordinario y miembro de la Asociación Española de Militares Escritores
miércoles 30 de junio de 2021, 11:04h
El sistema internacional globalizado se enfrenta, de forma acelerada y creciente, a tensiones y crisis que parecen anticipar cambios en la estructura de poder, y no sería descartable, aunque es difícil desentrañarlo, un cambio en las partes del sistema. Desde el final de Guerra Fría ha sido problemática la definición de la nueva época en la que vivimos y, a día de hoy, sigue sin existir consenso entre los científicos políticos sobre la denominación de la nueva etapa de las relaciones internacionales.

Se han acuñado términos que van desde “posguerra fría” hasta “posmodernidad”, pasando por el de “hegemonía imperfecta”, que es, quizás, el que mejor define este período, caracterizado por la existencia de una gran potencia mundial, los Estados Unidos, que abarca todos los espacios del poder; otra gran potencia militar que es Rusia, que ejerce influencia en su entorno más próximo, pero que también actúa con éxito en áreas alejadas cuando se dan las circunstancias favorables -ambas reúnen el 92% de las armas nucleares que existen en el mundo-; y una potencia emergente, la China comunista, que disputa abiertamente determinados espacios en el sistema internacional globalizado.

En un mundo equilibrado las potencias que rigen el sistema, denominadas por Morgenthau “potencias de statu quo”, tratan de impedir a toda costa el surgimiento de nuevas potencias, llamadas a su vez «revolucionarias» porque buscan alterar el equilibrio de poder vigente. Las dos primeras, los Estados Unidos y Rusia, ordenan el régimen de estabilidad estratégica, que es el conjunto de reglas, normas y procedimientos de adopción de decisiones que garantizan la paz y la seguridad internacionales, como vimos con la Declaración Conjunta sobre Estabilidad Estratégica firmada por los presidentes Biden y Putin al final de la reciente Cumbre de Ginebra de 16 de Junio de 2021, y la tercera, China, se ha convertido de forma acelerada en un gigante económico que ya no oculta su voluntad y su capacidad para tratar de cambiar las reglas que regulan las relaciones económicas internacionales, lleva a cabo una política exterior activa, busca socios y aliados, pero también presiona y ejerce coacción sobre aquellos gobiernos que no se muestran favorables a sus intereses.

Junto a estas grandes potencias, existe un actor internacional no estatal, la Unión Europea, organización internacional de carácter supranacional, que es el primer mercado mundial de bienes y servicios, que reúne el mayor volumen de riqueza global y que continúa siendo, a día de hoy, un potente polo de atracción política, en tanto en cuanto defiende los valores democráticos más avanzados creados por la cultura política occidental. Estos actores configuran el régimen internacional, pero que funciona con normas que se crearon al final de la Segunda Guerra Mundial, las grandes potencias forman parte del Directorio mundial, que se reúne en el seno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y, por tanto, son los creadores de las normas internacionales que se aplican al resto de los actores, estatales y no estatales, que deben asumir y cumplir para poder existir en la sociedad internacional.

Los Estados Unidos se convirtieron, prácticamente de la noche a la mañana, en la potencia hegemónica del sistema internacional, y su poder en el mundo continúa siendo abrumador: no solo por su presencia militar incontestable -más de 500 bases fuera de su territorio- o de presupuesto de defensa -ya supera los 750.000 millones de dólares-, sino en los ámbitos financieros, económicos y tecnológicos, donde sus empresas y corporaciones siguen liderando la sociedad de la información, la Internet de la Cosas (IoT), la robótica, la inteligencia artificial (IA) y la nueva carrera por el espacio. La globalización, la expansión sin límites de Internet, las redes sociales, la hiperconectividad social, son fenómenos típicamente americanos, que tienen su fundamento en una concepción benévola del uso del poder, su supremacía en las organizaciones internacionales y en la capacidad de su modelo de sociedad, basado en los principios de la democracia, los derechos humanos y la economía libre de mercado, para atraer a los ciudadanos de otros países y territorios.

Por eso, este fenómeno característico de esta nueva etapa de las relaciones internacionales, y que también sirve para darle nombre, solo pudo nacer en el mundo occidental y, a sensu contrario, nunca podría surgir en una Unión Soviética o una Rusia autoritarias o en una China comunista, simplemente porque esos sistemas políticos cercenan la libertad individual en aras de un difuso interés común que, normalmente, solo suele beneficiar a unas élites: lo vimos en la Unión Soviética, también en la frustrada transición democrática de la Rusia postsoviética, donde los oligarcas amasaron fortunas y consiguieron un equilibro de poder estable que funciona, y lo vemos en China, con un sistema clientelar fortalecido por Xi Jinping desde su llegada al poder.

Esto permite configurar dos grandes bloques desde el punto de vista ideológico y de poder: por un lado, el Bloque Occidental, liderado por los Estados Unidos y con la Unión Europa y los países europeos fuera de Europa bajo su égida, y, por otro, un conjunto inestable de regímenes autoritarios, donde sus partes se mueven continuamente dentro y fuera del mismo, que funda su existencia en valores distintos, no comunes e incluso divergentes de los que sostiene y defiende Occidente. En un sistema hegemónico, el poder unipolar impone sus reglas, pero al no existir tal poder, como hemos comentado al principio, se da una hegemonía imperfecta, donde el hegemón impone sus reglas, pero no puede lograrlo, alcanzarlo o conseguirlo en todos los ámbitos, siempre y al mismo tiempo.

Es en estos espacios donde las potencias que forman parte del bloque inestable disputan esferas de poder y éstas pueden ser amplias: desde el Ártico al mar de China Meridional, desde la seguridad cibernética a la lucha por la primacía de las criptomonedas. En todos estos espacios, territoriales y sectoriales, los países occidentales defienden la existencia de reglas basadas en la libertad de acción: de navegación marítima y aérea, de Internet, de uso de monedas y divisas y hasta de apropiación de recursos en el espacio exterior, sencillamente porque la libertad es el valor que domina toda la concepción de la globalización y, por ende, está en la base de la existencia de los regímenes políticos occidentales.

El Bloque occidental es poderoso y sus dirigentes lo saben, pero tratan de imponer su modelo a los demás a toda costa, desoyendo en este punto la famosa oración fúnebre que Tucídides atribuyó al político Pericles en su obra Guerras de Peloponeso. En consecuencia, es un error pretender imponerlos por la fuerza, como ocurrió durante las denominadas «Primaveras árabes», una ensoñación de intento de democracia que terminó en revueltas, asesinatos, guerras civiles, Estados fallidos y vuelta a la dictadura. Donde no existe una sociedad libre no se puede crear una democracia de la noche a la mañana, para lograrlo se requieren décadas de práctica, como demostró el experimento japonés después de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, las consecuencias de este enfoque estratégico son gravísimas porque ha permitido que otras potencias se asienten en espacios que no dominaban: Rusia en Oriente Medio o el norte de África o China actuando políticamente cerca de todos aquellos regímenes que son presionados por el Bloque occidental para que cambien sus políticas -desde Venezuela a Myanmar-, configurando de esta manera un segundo polo político alternativo, que no tendría sentido desde el punto de vista de los intereses, aplicando las reglas del balance de poder.

Rusia y China actúan con criterios de oportunismo político y de ganancia, una a corto plazo y la otra a largo plazo y tienen éxito en aquellos espacios donde Occidente no convence, sino que trata de imponer su ideología. Pero más grave si cabe, es que esto se da también hacia dentro del sistema occidental, y determinados Estados europeos o de América Latina no tienen empacho en acercarse a Rusia o a China, o a ambas a la vez, como forma de escapar de la asfixiante presión de las élites políticas de Washington, Nueva York o Bruselas, que desarrollan discursos contrarios a sus valores históricos, sociales y culturales o directamente buscan hacer ingeniería social para cambiar mentalidades y, en último extremo, poder cambiar los gobiernos de esos Estados, eliminar actores discrepantes al interior del sistema y conseguir una homogeneidad ideológica que es contraria, por esencia, a los valores que fundamentan las sociedades occidentales.

Este doble enfrentamiento, global por un lado e interno por otro, caracteriza el escenario estratégico actual, anticipa cambios, porque algunas partes del sistema ya no aceptan las reglas existentes, y plantea una crisis o sucesión de crisis globales que pueden terminar en un enfrentamiento decisivo, cuyos vencedores establecerán las nuevas reglas del sistema internacional que surja del mismo, creando un nuevo mundo restaurado según la terminología kissingeriana. La historia de las relaciones internacionales así lo demuestra. Sin embargo, hay algunas incógnitas que son difíciles de despejar: si habrá una gran guerra entre las grandes potencias con el peligro de un enfrentamiento nuclear masivo, si el mundo que surja, con guerra o sin ella, será un mundo globalizado o en cambio compartimentado y cerrado y si se mantendrá la democracia como la conocemos o sucumbirá en la lucha por el poder mundial. Como hemos comentado antes: estamos a las puertas de un momento decisivo, lo veremos y podremos extraer conclusiones, en uno y otro sentido.

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