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IMPRESCINDIBLE, LA BELLEZA, por José Biedma López

IMPRESCINDIBLE, LA BELLEZA, por José Biedma López
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miércoles 02 de junio de 2021, 18:08h
IMPRESCINDIBLE, LA BELLEZA, por José Biedma López

El arte nos salva, aunque sólo sea un juguete. No es un pasatiempo, sino un llena-tiempo y hasta un supresor del tiempo. Téngase en cuento que la buena “plática” –que dicen nuestros hermanos hispanos- es también un arte. El tiempo ni siquiera “dura” (en sentido bergsoniano) cuando una obra de arte nos absorbe, y puede que no sea ante un objeto mente y manu-facturado que nos transportemos a la eternidad de un sentimiento original, como cuando oímos el movimiento preferido de un concierto de Brandemburgo de Bach, ese cuyo deleite compartimos una vez con la persona amada…, la mirada, la contemplación del paisaje, de un campo de dalias o de un diminuto insecto acorazado de malaquita, puede también producirnos esa emoción, ese escalofrío que ha tomado en la historia de la cultura el nombre de “síndrome de Stendhal”.

Dibujo al carboncillo de Ramón Fuentes
Dibujo al carboncillo de Ramón Fuentes

Sin duda no es el cuerpo, sino el espíritu quien engendra belleza o la reconoce: ciencia, arte, aunque el cuerpo sea el libro en que se lea y el auxiliar imprescindible que lo escriba: la mano. Lo deja claro Emilio López Medina en el primer aforismo de los noventa y nueve que ha publicado bajo el título de La verdad de la belleza (Cypress, 2021).

¿No es el arte, antes que verdadero, emocional? La verdad de la emoción. “Las emociones dotan de luz a la razón”. La emoción que se hace moral, modo superior de vida, contemplación. Son los fulgores de su estructura, de su forma. Voz de vida. La vida no grita, más bien se pronuncia en voz baja, como quien revela un secreto feliz, desgraciado o atroz. Materializar el soplo del espíritu, que suspira donde quiere, expresarlo, es tarea del mensajero, del ángel, del inventor de mundos, del genio. Si no fuera por la trans-verdad del arte, la verdad sería una cárcel insoportable, se queja Emilio.

Como la cola del pavo real, el arte es exceso. Compite en esto con la Naturaleza –dice Emilio- no la imita. Ensoñación, idealización, entusiasmo, sublimación, revelación, inspiración… son palabras que ensayan dar sentido al trance numinoso del creador, desvarío y rebeldía contra la realidad que enraíza en sus gónadas, cóncavas o convexas. No distingo entre personas artistas por su género, ni por lo que tengan entre las piernas. Que el animal que también somos pueda convertir sus instintos –señaladamente sexuales- en obras de arte es algo tan maravilloso que prueba nuestra superior dignidad, como la de estar marcado por “un ramalazo de divinidad” (aforismo 35). El espíritu juega así con las pasiones, como si el cuerpo pudiese o debiese jugar con sus entrañas. Si consigue hacernos partícipes de sus malabarismos es un espíritu tocado por la gracia de los dioses y buen escuchante del arrullo de las Musas.

Dice el aforista que la ciencia explica los hechos, pero que el Arte los bendice y consagra. Así se solapa con la religión y él mismo puede ocupar su puesto, convertido el sacerdote de Apolo (dios padre de las Musas) en médium, en cura de almas; ¡o en poeta maldito! cuando vomita el vate sus demonios íntimos y así los conjura. Que el artista oculte el látigo y los cilicios con que se disciplina y flagela prueba su oficio. La labor, el esfuerzo, el sudor y las lágrimas han de permanecer ocultos o parecer del Otro, de todos, como si fueran aquellas lágrimas con que el Creador derrama su esperma sobre la materia para que germine con divina contingencia y alguna misericordia. Por eso es impuro el arte tributario de la técnica. No es sólo que en el arte el fin justifique los medios, sino que también los transfigura haciendo –que Dios me perdone- del pan y el vino, carne y sangre.

Aunque el efecto sobre nosotros de lo hermoso disminuya con su repetición, como en el tálamo, es difícil que canse, puede que incluso obsesione nuestra voluntad y vuelva maniáticos a sus adeptos y ladrones a sus coleccionistas, como una libre elección que degeneró en compulsión ciega.

La creación expresa en general la alegría y el ansia de vivir eternamente, como la natalidad, que es también comienzo y novedad (como ha proclamado Hannah Arendt contra su maestro y amante, Heidegger “ser-para-la-muerte”). Todos los seres cuando llegan a su plenitud generan nuevos seres –decía Aristóteles. Es la elevación que consiente la vida. Sin embargo, no todo vale en Arte. Estoy de acuerdo con Emilio en que el arte de todas las épocas ha de tener su canon, su caligrafía, su artesanía, reglas que cuentan con una tradición y que se defienden desde la atalaya de los clásicos, pero que también han de contar con las nuevas necesidades del espíritu, necesidades que ya no tienen que ver con el vientre ni con el bajo vientre aunque enraícen en ellos.

El verdadero arte amplía las posibilidades de nuestro espíritu: nuevos modos de ver y de sentir, de querer y de odiar, como renovados software e inéditas aplicaciones para la mente. Tal vez tenga razón Emilio –así lo deseo- y el gusto estético sea lo último que con los años se pierde y hasta en ellos se refina. Lo cierto es que cuando se desmantelan los nidos de placer, sólo encontramos alegría en nuevos proyectos de creación, en el afronte de nuevas empresas, como una abuela con sus nietos.

A falta de justicia y de sentido, sólo cabe crearlo, buscar los fines últimos como aquellos honderos baleares que perfeccionaban sus pedradas apuntando a la luna. El disfrute y la comprensión que ganamos tal vez justifiquen los horrores de la historia y la hecatombe incesante de sus generaciones.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm
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