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GOCES IMPREVISTOS (EVOCACIÓN ALEJANDRINA), por José Biedma López

GOCES IMPREVISTOS (EVOCACIÓN ALEJANDRINA), por José Biedma López
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GOCES IMPREVISTOS (EVOCACIÓN ALEJANDRINA), por José Biedma López

En aquellos tiempos, Alejandría era el centro occidental del mundo civilizado. Allí los astrónomos midieron con sorprendente precisión la altura de las montañas de la Luna; los matemáticos y geógrafos, la circunvalación de la Tierra; allí se construyeron artefactos mecánicos como juguetes para príncipes, y un faro imponente, maravilla del mundo; y los físicos y anatomistas diseccionaron cadáveres e hicieron estudios de embriología. A la ciudad del delta del Nilo se trasladaron los libros del Liceo de aristotélico y su Biblioteca creció como una leyenda.

Ilustraciones de A. Calvet para la Afrodita (1896) de Pierre Louÿs.
Ilustraciones de A. Calvet para la Afrodita (1896) de Pierre Louÿs.

Los Ptolomeos eran de origen helénico y su dinastía incestuosa dominó y ordenó Egipto desde la muerte de Alejando Magno hasta Cleopatra VII, la reina que sedujo a Julio César y a Marco Antonio; esa jovencita que lucía una nariz personalísima, una ambición insobornable y el dominio de siete lenguas. En aquellos tiempos, la desnudez humana y el amor más sensual del que nacemos eran sin mancha, sin bochorno y sin pecado. Eso fue antes de que el fanatismo religioso arrastrara por las avenidas de aquella hermosa ciudad el cuerpo martirizado de Hipatia, directora de la Academia alejandrina.

En esa urbe cosmopolita y jovial, Pierre Louÿs (Afrodita, 1896) imagina un sofisticado banquete en el que se conversa sobre la literatura de Cicerón mientras en Egipto reina Berenice. Un ilustrado comensal, Frasilas, gramático, filósofo y mitólogo, afirma que todos los escritores son admirables en algo, como todos los paisajes y todas las almas: igual que no es preferible la belleza desolada del desierto a la abigarrada diversidad de la jungla, ni viceversa, el polígrafo prefiere no establecer jerarquías entre un tratado de Cicerón, una oda de Píndaro o una epístola de Crisis, su presente y excelente amiga:

“Quedo satisfecho cuando cierro un libro y conservo el recuerdo de una línea que me haya hecho pensar. Hasta ahora, en todos los que he abierto he encontrado esa línea: pero ninguno me ha dado la segunda. Quizás cada uno de nosotros no tiene más que una sola cosa que decir en su vida y los que han intentado hablar más largo tiempo no han sido más que grandes ambiciosos. ¡Cuánto más lamento el silencio irreparable de los millones de almas que nada han dicho!”

– No soy de tu opinión –dijo Naucrates sin levantar la mirada-. El universo fue creado para que se dijeran tres verdades: Heráclito comprendió el devenir inestable del mundo; Parménides desenmascaró su Inteligencia unitaria; Pitágoras midió a Dios… A nosotros nos corresponde sólo callar…

Timón, el más joven de los presentes, añadió a esto: “Tratándose del pensamiento, la originalidad es un ideal aún más quimérico que la certidumbre”.

Faustina propone a continuación que se hable del amor. Tras catar algo de los manjares y bebidas servidas por media docena de esclavos, Frasilas se atreve a afirmar que “amor” equívoca, porque refiere a dos sentimientos inconciliables: la voluptuosidad y la pasión…

– Para mí –le interrumpe la hermosa Crisis- quiero la voluptuosidad y también la pasión en mis amantes –y tras un momento de silencio la inteligente hetaira añade una pregunta retórica: ¿Cuál es el objeto de la vida?

Toma la palabra el invitado Naucrates:

– Del amor no podré yo decir, sino que es el nombre con el que se designa el dolor para consolar a los que sufren. Sólo hay dos modos de ser desgraciado: desear lo que no se tiene, o poseer lo que se desea. El amor comienza por lo primero, y en el caso más lamentable, es decir cuando triunfa, acaba con lo segundo. ¡Los dioses nos salven del amor!

– Pero –pregunta Filodemo-, ¿no estriba la verdadera dicha en poseer por sorpresa? No se trata, no, de desear con angustia y ansia (¡eso es muy estresante!), sino de procurar que la ocasión se presente, querer de lejos a personas escogidas, dignas y amables, presumir lo imperfecto y soso en ellas para que acaso nos sorprenda lo raro y exquisito. Los únicos que han sido felices han sido aquellos que supieron economizar la inapreciable pureza de algunos goces imprevistos.

(En el día del libro y la rosa, del caballero santo y el dragón)

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