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PUNTUALIZACIONES A UN ARTÍCULO PUBLICADO EN LA PRESTIGIOSA REVISTA NATIONAL GEOGRAPHIC , por Pedro Cuesta Escudero, autor de Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la primera vuelta al mundo

PUNTUALIZACIONES A UN ARTÍCULO PUBLICADO EN LA PRESTIGIOSA REVISTA NATIONAL GEOGRAPHIC , por Pedro Cuesta Escudero, autor de Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la primera vuelta al mundo
sábado 03 de abril de 2021, 10:57h
PUNTUALIZACIONES A UN ARTÍCULO PUBLICADO EN LA PRESTIGIOSA REVISTA NATIONAL GEOGRAPHIC , por Pedro Cuesta Escudero, autor de Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la primera vuelta al mundo
PUNTUALIZACIONES A UN ARTÍCULO PUBLICADO EN LA PRESTIGIOSA REVISTA NATIONAL GEOGRAPHIC , por Pedro Cuesta Escudero, autor de Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la primera vuelta al mundo

En La prestigiosa revista National Geográphic, septiembre de 2019, Emma Lira publica un artículo titulado En el verano de 1519, hace ahora 500 años, partía de Sevilla una flota al mando de Fernando de Magallanes, veterano navegante portugués. en el que hay unos argumentos con los que no estamos muy de acuerdo, porque creemos que no se ajustan al hecho histórico o tienen un enfoque que creemos que no es el adecuado. Nos permitimos matizar algunos de esos puntos con los que no estamos en perfecta sintonía.

PUNTUALIZACIONES A UN ARTÍCULO PUBLICADO EN LA PRESTIGIOSA REVISTA NATIONAL GEOGRAPHIC , por Pedro Cuesta Escudero, autor de Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la primera vuelta al mundo
PUNTUALIZACIONES A UN ARTÍCULO PUBLICADO EN LA PRESTIGIOSA REVISTA NATIONAL GEOGRAPHIC , por Pedro Cuesta Escudero, autor de Y SIN EMBARGO ES REDONDA. Magallanes y la primera vuelta al mundo

Desde mediados del siglo XV Europa hervía en la búsqueda de nuevos mundos, nuevos puertos y nuevas rutas comerciales- escribe Emma Lira.

Es una frase bastante imprecisa. A excepción de los vikingos, que desempeñaron un papel importante en los viajes de exploración en la Alta Edad Media, pues descubrieron las islas Shetland, las Orcadas, las Hébridas, las Feroe, Islandia, Groenlandia e incluso Vinlandia, en la península del Labrador, donde se han encontrado restos arqueológicos que dan fe de su paso por esas tierras, pero sus técnicas de navegación no trascendieron, no sirvieron para los grandes descubrimientos del siglo XVI.

De Inglaterra, Francia, los estados alemanes, los Países Bajos, los reinos cristianos de España y el resto de Europa, que eran sociedades que no veían en el mar nada más que peligros, no surgió la idea de buscar nuevos mundos, nuevos puertos y nuevas rutas comerciales. Es a mediados del siglo XV, cuando los turcos se adueñan del Mediterráneo oriental y arruinan el lucrativo comercio con Oriente, cuando surge la imperiosa necesidad de otros itinerarios para llegar a la India, a la China, al Cipango, a los países que ponderó Marco Polo.

La autora habla de la existencia de varios factores que coincidieron para que se dieran las circunstancias y el momento idóneo: los avances tecnológicos en el diseño de las naves, los instrumentos de navegación y la cartografía”. Ninguno de los países europeos citados desarrolla esos avances tecnológicos de que habla, a excepción de Génova y Venecia que eran los que monopolizaban el comercio de Oriente antes de la irrupción de los turcos, y de Mallorca, que por su condición insular tiene en el mar su modus vivendi. La Corona de Aragón hubo de conquistar las Baleares por ser un vivero de piratas que tenía martirizada sus costas con sus asaltos. Pero los reyes de la Corona de Aragón, en vez de destruir ese nido de piratas, propician su actividad cartográfica y de navegación con el judío Cresques Abraham (1325-1387) al frente, que proporciona los conocimientos técnicos a la poderosa flota que se construye en las atarazanas de Barcelona, con la que emprendieron una ambiciosa política expansiva por el Mediterráneo. A bordo de las embarcaciones catalanas había una confluencia de profesionales con orígenes geográficos bien diversos: catalanes, valencianos, mallorquines, aragoneses, castellanos, andaluces, vascos, provenzales, sardos, sicilianos, malteses, griegos… No es extraño que la cartografía fuese un reflejo de estas realidades multiculturales.

Durante los siglos XIII, XIV y XV proliferan en Mallorca talleres de donde salían cartas de navegar acompañadas de brújulas, compases, relojes de arena, astrolabios, portulanos que no tenían más finalidad que facilitar la orientación en la navegación marítima. Se fomenta el intercambio y la actualización de informaciones proporcionadas por marineros y mercaderes. Ese fenómeno de interrelación y traspaso de conocimientos no atañe exclusivamente a la cartografía, sino también a la construcción naval y a las prácticas comerciales. Tanto Cristóbal Colom como su hermano Bartolomé estudiaron en esas escuelas cartográficas mallorquinas y aprendieron desde muy pequeños el arte de navegar. Y los tíos de Colom, que tuvieron que exilarse de Mallorca por cuestiones políticas y sociales, se convirtieron en poderosos corsarios, uno, Colom el Mozo, que se puso al servicio del duque de Anjou y con base en Marsella, y el otro, Guillermo de Casanove, alias Coulon, que, con sede en Bayona, y gracias a sus afortunadas expediciones le habían permitido reunir, junto con vascos, gascones, ingleses y alemanes, una poderosa flota, llegando a ser dueño de las aguas del golfo de Vizcaya y que mereció ostentar el título de vicealmirante con que lo premió el rey de Francia. En 1346 el mallorquín Jaume Ferrer partió “per anar al riu de l’Or”. Parece que pasó el cabo Bojador y puede que llegara incluso a las costas del Senegal. Un año más tarde, los mallorquines Francesc Desvalers y Domènec Gual llegaron también a las islas Canarias, lo que hizo que comerciantes y gente de mar mallorquines encabezaran el intento que la Corona de Aragón se apoderara de esas islas que los romanos habían bautizado de Afortunadas.

Portugal termina pronto la reconquista de la parte que le correspondió y su afán conquistador lo enfocó saltando al norte de África para hacerse con más tierras. Pero, como para ir a Marruecos había que navegar un trozo de océano, se vieron los portugueses en la necesidad de mejorar los navíos y los sistemas de navegación. Por ello, el príncipe luso Enrique el Navegante creó la Escuela Náutica de Sagres. Los mallorquines fueron los que pusieron en marcha esa escuela. Su primer director fue Jacome de Mallorca. En esta escuela se ensayaron nuevos navíos, nuevos instrumentos de navegación, nuevas técnicas de navegación y se formaron nuevos pilotos y nuevos capitanes. En el archivo, que después fue trasladado a Lisboa, se empezó a guardar los libros y tratados más documentados de Astronomía, Cosmografía, Geografía y cuantos se relacionan con la navegación. Se incorporaron en todos los barcos brújulas y astrolabios. Ensayando las nuevas técnicas de navegación redescubrieron las islas Azores, las islas Madeira, las islas de Cabo Verde y las Canarias. Estas últimas se las arrebató el vecino reino de Castilla que también quería participar de esos nuevos avances en la navegación.

Fueron los portugueses los que recorriendo la costa africana para llegar a Guinea donde encontrarían las minas de oro que les habían referido los marroquíes, perciben que la costa se orienta hacia el este, lo que les hizo creer que era el final de África y podían poner rumbo a la India. Comprueban, sin embargo, que era un gran golfo (el de Guinea) y que África aún se extendía más hacia el sur. Pero la idea de llegar a la India obsesiona a los monarcas portugueses y, máxime, cuando se verifica que al llegar al ecuador los barcos no hervían, como era una extendida creencia. Pronto se fletó un convoy al mando de Bartolomeu Díaz para examinar el final del continente africano. Y llegó al cabo por donde termina África en 1488.

Cristóbal Colom, como se sabe, partiendo de que la Tierra es redonda, concibió la idea de que navegando por occidente llegaría a la India. El rey Juan II de Portugal declinó su plan y será Castilla la que patrocine su viaje, pero no llegó a las Indias, sino que tropezó con un Mundo Nuevo. Años más tarde Magallanes retomará este mismo plan de llegar a las Indias (en este caso sería a las islas de las especias) por la ruta del sol.

“En marzo de 1518 se firmaban en Valladolid las capitulaciones entre el rey español y el navegante portugués. En ellas quedaban fijados los objetivos (la búsqueda de un paso por el sur de las Indias que condujera a las islas del Maluco y la constatación de que se hallaban en zona española), las obligaciones (no entrar en conflicto con tribus locales, no penetrar en la demarcación portuguesa e informar puntualmente de la derrota al resto de los capitanes)- explica Emma Lira.

En primer lugar, las Capitulaciones que se firmaron el 22 de marzo de 1518 fue entre el rey de Castilla Carlos I y el Bachiller Ruy Faleiro y Fernando de Magallanes, caballeros naturales del Reino de Portugal. El paso por el sur de las Indias (Occidentales) que condujera a las islas del Maluco no había que buscarlo porque los portugueses presentan dos documentos sacados de la Tesorería Real de Lisboa, el archivo más documentado del mundo, un mapa de Behaím y una nota de Juan Shöner donde se señala el paso cerca del grado cuarenta de latitud sur. Y las obligaciones de no entrar en conflicto con tribus locales e informar puntualmente de la derrota al resto de capitanes no figuran para nada en dichas Capitulaciones. Se nombran un factor, un tesorero, un contador y escribanos de las cinco naves para que lleven e tengan cuenta e razón de todo. “Ordenamos- rezan las Capitulaciones- a capitanes, pilotos, maestres, contramaestres, lombarderos y hombres de armas, escribanos, merinos, calafates, cirujanos y barberos, marineros, grumetes y pajes, y a cualesquiera otras personas y funcionarios que puedan formar parte de la flota, que os consideren, acepten y estimen como nuestros Capitanes Generales de la dicha flota. Y, por lo mesmo deberán obedeceros y cumplir vuestras órdenes, so pena de los castigos que en nuestro nombre impongáis (…) Si durante el viaje de la citada flota surgiese cualquier tipo de disputa o conflicto, en la mar o en tierra, deberéis entender en el conflicto, dictar sentencia y hacerla cumplir, de manera sumaria y sin vacilación en aplicar la ley”. Es el primer viaje de todos los fletados hasta ahora desde la Casa de Contratación de Sevilla que son designados por orden real capitanes, pilotos, factores, tesoreros, contadores y escribanos. Pero esta novedad no se dicta con motivo de este viaje, sino que antes que Magallanes y Faleiro presentasen su proyecto, el Consejo Real ya había aprobado una ordenanza para el nombramiento de esos cargos a fin de que en todos los viajes la Corona tuviera razón de todo lo que aconteciera y se recaudara en los viajes.

Emma Lira pone en duda que Ruy Faleiro dejase la armada por motivos de salud y apoyándose en otros historiadores como Xabier Alberdi y Luis Mollá argumenta que Faleiro fue una pieza sacrificada por la Casa de Contratación, al frente de la cual el obispo Rodríguez de Fonseca hizo, en el último momento, una criba de portugueses. Juan de Cartagena- su sobrino o hijo natural, depende de las fuentes- pasó a ocupar el lugar del cosmógrafo como persona conjunta a Magallanes, a cargo de la nao San Antonio”.

Faleiro dejó la armada por motivos de salud. Ya el embajador portugués Álvaro de Costa dejó constancia de su mala salud en la carta que le envió al rey Manuel: “del bachiller Faleiro no se haga caso; duerme poco y anda casi fuera de seso”. Los capitanes asignados a la armada del Malucco eran de noble cuna y al considerar a Magallanes, no ya portugués, sino de una escala inferior dentro del ámbito nobiliario, el trato no podía ser muy cortés. Les rechinaban los dientes al tener que obedecer las órdenes de Magallanes. En una ocasión el tesorero de la armada y capitán de la Victoria Luis Mendoza se atrevió a desobedecerlo descaradamente. Magallanes no lo despidió porque había sido nombrado por el propio Emperador D. Carlos, pero pensaba que, una vez en altamar, ya le rebajaría su arrogancia al tener señorío de vida o muerte. Todo esto no pasó desapercibido a cualquier observador, principalmente al agente portugués Sebastián Álvarez, que fue enviado a Sevilla por el rey Manuel de Portugal para desbaratar este viaje al Malucco.

Cuando Ruy Faleiro es relevado Juan de Cartagena ocupa su nave, La San Antonio, que es la de mayor tonelaje y mejor pertrechada de la escuadra y, aunque no se le da el mismo poder que tenía el astrólogo luso, es ascendido a “persona conjunta”, segundo en el mando de la escuadra. Ahora es cuando el bando castellanista se siente más fuerte y, en su afán de rebajar el poder de Magallanes, convencen al cardenal Fonseca para que haga una criba de portugueses en la escuadra. Todas estas intrigas y las del espía portugués Sebastián Álvarez, tienen una repercusión directa, como es natural, en el sentido del viaje.

“… se negó (Magallanes) a dar informaciones ni compartir derrotas, lo que agudizó las malas relaciones entre él y Juan de Cartagena. Este lo increpó, pidiéndole explicaciones, y Magallanes aprovechó el enfrentamiento para prenderlo y relevarlo en el gobierno de la nave. Una maniobra cuestionada históricamente que, quizá pretendiendo evitar un motín, terminó por provocarlo”.

La revelación que le hizo a Magallanes el espía Sebastián Álvarez de que “era conocedor de unas instancias secretas que vendrían a mermar su autoridad cuando ya sea demasiado tarde para su honor y el mensaje secreto, también incitado por el espía, que Diego Barbosa, el suegro de Magallanes, le hizo llegar cuando estaban en aguas de Tenerife, de que el rey Manuel había enviado bajeles para interceptarle el paso a las islas de la especería y que los capitanes que llevaba a bordo, acaudillados por Juan de Cartagena, tenían tramado un plan secreto para negarle obediencia en plena travesía, hizo que Magallanes se cerrara en banda. Piensa que mientras mantuviera en secreto la ruta todos le obedecerían. Que simplemente siguieran la estela de la Trinidad son las órdenes que da a capitanes y pilotos.

Para despistar a los bajeles portugueses que sospecha les persiguen, sin previa consulta a capitanes y pilotos, Magallanes interna la escuadra en una zona de calmas chichas, que obliga a grandes esfuerzos y trabajos. Y aprovechando que toda la oficialidad había subido a bordo de la nave capitana para dictaminar el castigo al maestre Antón Salomón por sodomizar a un grumete, Juan de Cartagena exige a Magallanes el derrotero a seguir por el cargo que ostenta en la armada y por la responsabilidad que pesa sobre él. Magallanes le responde que su misión es seguir simplemente a la Trinidad y que nadie le tiene que pedir explicaciones, que le han de obedecer lisa y llanamente. Juan de Cartagena, en presencia de todos y en un arrebato de acaloramiento, se declara en rebeldía. Entonces en una rápida intervención Magallanes coge del pecho a D. Juan de Cartagena y ordena su arresto y, antes de que reaccione, ya está encadenado por el alguacil Gómez de Espinosa. Los compañeros de la reunión, los otros capitanes y pilotos, tienen el pasmo en los ojos. La prontitud de este alarde de autoridad y la penetrante mirada del almirante que va de uno a otro, desafiante, taladra sus cerebros y les enajena su voluntad. D. Juan de Cartagena es desposeído de todos sus cargos y, tras un breve tiempo del contador Antonio de Coca, Magallanes pone de capitán en la nao San Antonio a su primo Álvaro de Mezquita, pues teniendo bajo su estricto control las dos naves de mayor envergadura tiene dominada la escuadra. No quiere que le pase lo mismo que a Bartolomé Díaz, a quien, después de averiguar el final del continente africano, la tripulación amotinada le obligó a regresar a Portugal y no le cupo la gloria de ser el primero en llegar a la India.

“La noche del 1 de abril de 1520, los capitanes de otras dos naves, Quesada y Mendoza, liberaron a Juan de Cartagena con la intención de hacer un frente común que obligara a Magallanes a cumplir sus requerimientos. El levantamiento fue repelido y el marino portugués ordenó inmediatamente la pena capital para los implicados. “En el mar un motín se castiga con la muerte- afirma Mollá-, pero habría que cuestionar si aquello se le puede llamar motín, o al menos si Magallanes tenía autoridad para prender a Cartagena, su igual”. Lola Higueras es más contundente al afirmar que Magallanes actuó con exceso de autoridad y que eso terminaría condicionando su relación con la tripulación y, por tanto, la propia marcha de la expedición. ”Mandó descuartizar los cadáveres de Quesada y Mendoza y abandonó a Cartagena- el hombre puesto por el rey y el obispo- y a Sánchez Reina- un clérigo que se opuso a él- en una isla desierta. No se atrevió a ejecutarlos por sí mismo y los dejó al juicio de Dios”.

No se liberó a Juan de Cartagena, porque por su calidad de hidalgo castellano no podía ir encadenado en la bodega toda la travesía. Luis de Mendoza se lo llevó a su barco y se obligó bajo su honor ponerlo a disposición en cualquier momento que lo requiera el Almirante.

El paso no apareció donde señalan los documentos que sustrajeron Magallanes y Faleiro del archivo de Lisboa. Y continúan navegando fatigosamente hacia el sur pensando que solo fuera un simple error de cálculo. Y se pierden días y semanas enteras explorando las bahías y cualquier entrante de la costa con la esperanza de encontrar el anhelado paso, al tiempo que el temporal helado maltrata y hace penoso el viaje El invierno austral se les echa encima. Hasta que Magallanes comprende que los mapas confeccionados por insignes geógrafos, como Martín Bahaim y Juan Schöner son pura ficción. Pero Magallanes ha llevado la situación tan lejos, humillando a los capitanes puestos por el mismo Emperador, que no puede decir que se ha equivocado. Aunque no es ningún suicida y si sigue adelante es porque ha llegado a la conclusión de que el pasaje debe aparece más al sur o las tierras americanas, al derivar hacia el oeste, también deben tener forma piramidal, cuya cúspide se dirige hacia el sur como África, Indonesia o Malaca, territorios que conoció en los siete años que estuvo en las Indias Orientales.

Los capitanes castellanos no creen que Magallanes esté loco como murmura la tripulación. Se dan cuenta que no evacuaba ninguna consulta con ellos ni les dice dónde está el paso, porque, piensan, que Magallanes sabe perfectamente que por esas latitudes no existe la travesía al mar soleado que descubrió Balboa. Especulan que Magallanes y Faleiro, seguros de sí mismos y con el secreto arrancado de los archivos portugueses, embaucaron al emperador y al cardenal Fonseca asegurándoles que sabían dónde estaba el pasaje al mar de Balboa y la situación exacta de las Molucas, por lo que no se dudó un instante en facilitarles una formidable escuadra. La prueba de que el paso no existe está en que los portugueses no lo utilizan. Pero como Castilla lleva años intentando llegar a las Molucas, el rey D. Manuel de Portugal teme que las descubran y se apodere de ellas, ahora que están a punto de alcanzarlas por la ruta de Oriente. Es por lo que hace lo posible –razonan los capitanes castellanos- para tener entretenida a Castilla y mientras tanto sentar sus reales en las islas de las especias. Quien tiene derecho a un territorio es el reino que primeramente toma posesión. Por tanto, lo que está haciendo Magallanes es tener entretenidos al emperador y a Castilla por algunos años con la vana esperanza de llegar a las Molucas y así darle tiempo a Portugal para conquistarlas. Los capitanes castellanos se convencen que su obligación es desbaratar cuanto antes estas maquinaciones de los portugueses. Piensan que el Emperador sabrá tener en cuenta el alto servicio que le prestan.

La marinería se presenta en abierta provocación frente a Magallanes, con gritos de indisciplina e irritación, cuando, el 31 de marzo de 1520, decide que la escuadra se resguarde del cruel e implacable invierno en una bahía desconocida e inhabitada que bautizan de San Julián y sita a los cuarenta y nueve grados de latitud sur para pasar la invernada. Pero el capitán general consigue abortan el motín. Ahora es el turno de Juan de Cartagena y sus adictos, que habían observado con callada satisfacción el tumultuoso enojo de la tripulación. Y aprovechando la gélida noche del Domingo de Ramos Juan de Cartagena, Gaspar de Quesada y otros incondicionales, como Elcano, se apoderan de la nao San Antonio quitándole el mando, que ellos tildaban de ilegal, a Álvaro de la Mezquita. En la porfía Gaspar de Quesada apuñala varias veces a Elgorriaga, maestre de la San Antonio, quien había requerido que se fueran a sus naves porque no era tiempo de andar con hombres armados por las manos.

Al día siguiente Magallanes comprueba que sólo le obedece la nao más pequeña, la Santiago. Difícil se le presenta a Magallanes, tres contra dos, aunque en caso de combate poco podría hacer la Santiago. Pero la astucia del almirante hace girar la balanza. Se adueña de la nao Victoria en un alarde de sagacidad en pleno día y delante de todos. Había mandado al alguacil Gómez de Espinosa con una misiva para el capitán de la Victoria Luis de Mendoza. Cuando éste con tono burlón está leyendo el mensaje de Magallanes Gómez de Espinosa con un oculto puñal le secciona la garganta, al tiempo que trepan a bordo por estribor quince hombres bien armados al mando del cuñado del Almirante Duarte Barbosa. La tripulación de la Victoria no presenta resistencia y Barbosa se hace cargo de la nao.

En un momento ha cambiado la suerte. Ya son tres naves contra dos. Y para evitar la fuga de los sublevados se colocan las tres naos en la boca de la bahía Y por mucho que Gaspar de Quesada, armado de pies a cabeza, arenga al combate, la gente se rinde a Magallanes sin contradicciones. Gaspar de Quesada, Antonio de Coca, sus sirvientes y otros son apresados y puestos en prisiones bajo cubierta. Álvaro de Mezquita vuelve a disponer de la nao San Antonio. Y la nao Concepción es abordada por gente leal al Capitán General y Juan de Cartagena, el clérigo Sánchez Reyna y sus fieles y allegados, como Elcano, también son puestos en prisiones.

Después de haber sido abortada la sublevación, queda por resolver lo más difícil y lo más terrible. Es necesario hacer justicia y es ineludible castigar a los culpables. Pero con un juicio en toda regla, donde no falten ni formalidades ni requisitos, como si se tratara en Sevilla. Magallanes lo requiere porque las personas encausadas son de tal rango que precisa de toda la legalidad para cuando se regrese a España. Magallanes no desea que se le reproche de injusto, cruel y déspota. El cadalso que se monta a la vista de todos provoca la necesaria intimidación. Los merinos de la escuadra, Alberto, Yudícibus, Diego de Peralta, Julio de Sagredo y Juan de Aroche forman el tribunal. Han de decidir el grado de participación de los implicados en la rebelión y su culpabilidad. Magallanes se reserva, como juez supremo, el dictamen de la sentencia o la absolución. Los cinco escribanos toman nota para dejar constancia de todas las pesquisas y de todos los actos delictivos. (Por una carta que envió Antonio de Brito con informaciones obtenidas de los documentos robados y de los interrogatorios a los prisioneros sabemos cómo se llevó a cabo el juicio a los sublevados en San Julián). O sea, hay un juicio legal, un tribunal imparcial que estudia a fondo y con detenimiento los hechos. Los testigos declaran con entera libertad. Los reos tienen ocasión de defenderse. Y el tribunal dicta con arreglo a la ley sentencias de muerte a cuarenta por alta traición.

A Magallanes le corresponde confirmar esas sentencias. Sólo es condenado a muerte por decapitación, en atención a la hidalguía de su persona, el capitán Gaspar de Quesada, porque se manchó las manos de sangre al acuchillar al maestre de la nao San Antonio Elgorriaga, que al cabo de un tiempo muere de gangrena. El capitán Luis de Mendoza murió cuando los leales a Magallanes asaltaron la nao Victoria. Y siguiendo la costumbre de la época estos dos cadáveres son descuartizados con cabestrantes a falta de caballos y los destrozados restos de los capitanes Luis de Mendoza y Gaspar de Quesada son clavados en sendas estacas alrededor del cadalso y quedan expuestos durante tres días para que sirva de escarmiento. A los demás, entre los que se encontraba Elcano, se les conmuta la pena de muerte por trabajos forzados. Cuando parten de Puerto de San Julián los cerebros de la conspiración, Juan de Cartagena y el clérigo Sánchez Reyna, son abandonados con sendas espadas, dos rodelas y un saco de vituallas para que sea Dios quien decida lo mejor a sus destinos. Hay que tener en cuenta que si hubiera triunfado la rebelión, donde tuvo una activa participación Elcano, el viaje de la primera vuelta al mundo no se hubiera hecho.

En este artículo que citamos no se valora la extraordinaria labor que Magallanes llevó a cabo en las islas de San Lázaro (actual Filipinas) Solo dice que Magallanes subestimó a Lapu Lapu “quien esperó con 1500 guerreros agazapados en la playa a que los españoles, con el agua por los muslos y las pesadas armaduras, llegaran hasta la orilla dispuestos a entablar una batalla desigual. En contra de lo que Magallanes pensaba, la victoria no la obtendría la artillería, sino el mayor número de combatientes. Mollá atribuye el resultado a la capacidad estratégica de Lapu Lapu. Higueras, a la prepotencia de Magallanes, de quien afirma que fue incapaz de valorar el riesgo”.

La estancia en las islas de San Lázaro (Filipinas), descubiertas por el azar del destino, fue necesaria para restañar las carencias sufridas en la larga travesía por el Pacífico. Y aquí es, sin embargo, donde Magallanes muestra su grandeza y su inteligencia de gran estadista. Pocas veces se ha llevado a cabo una empresa con mayor plenitud como hizo Magallanes de que todos los rajás obedecieran al rajá de Cebú Humabón como jefe supremo de todas las islas, al tiempo que éste jura permanecer fiel y sometido al emperador D. Carlos de España. Consiguió que todos los régulos de las islas y la mayoría de sus gentes se hicieran cristianos. Todos los días acudían en tropel los naturales de las islas adyacentes para sellar el pacto de fidelidad con España y bajar la cabeza para recibir el agua del bautismo. Cuando es bautizada la joven y bella favorita de Humabón, Humamay, Magallanes la obsequia con una pequeña talla en madera del Niño Jesús. Y es tal la estima que le tuvo que, años después, cuando en 1564 Legappi conquistó para España esas islas que rebautizó de Filipinas, unos jesuitas encontraron esa talla en una cabaña. Actualmente esa figura del Santo Niño es venerada durante la celebración del Ati Atihan.

¡Y en el otro extremo de la Tierra y sin derramar una sola gota de sangre! A Magallanes se le puede comparar al mayor de los conquistadores, pero con la diferencia de no hacer uso de la violencia. Consigue que se hagan cristianos sin ningún tipo de presión cientos de filipinos. Logra que se sometan a la obediencia del lejano emperador Carlos de España. Y para que sea duradero este sometimiento hasta que regresen a estas islas, Magallanes hace que todos los rajás de todas aquellas islas rindan homenaje y acaten como su único jefe al rajé Humabón de Cebú. Así arranca una unidad política que es la base de la nación filipina. Conseguido este triunfo sin parangón, Magallanes decide rematar su misión de arribar a las Molucas. Prácticamente lo había conseguido, pues su esclavo malayo Enrique, que lo adquirió en Malaca, había arribado a sus tierras de origen dando la vuelta al mundo.

Pero siempre ocurre lo mismo, los grandes hombres, después de haber afrontado los mayores peligros, a veces sucumben de la manera más estúpida e inesperada. El rajá Lapu Lapu de la isla vecina de Mactán, mandó una delegación a Magallanes diciéndole que se sometía al Rey de España, pero que no obedecería al rajá Humabón con el que siempre había tenido litigios. Es un asunto que el mismo Humabón hubiera resuelto, pero Magallanes cree que es ocasión propicia para demostrar la eficacia de sus armas y decide, desoyendo a los suyos, que debe darle una lección a ese obstinado isleño. Es una oportunidad de oro de mostrar el poderío de los españoles. Es una ocasión que no se debe desaprovechar, porque una lección militar es más elocuente que mil palabras. Como no tiene la intención de llevar a cabo ninguna masacre decide ir a esa isla con solo sesenta hombres, eso sí, bien protegidos con las armaduras para ser inmunes a las flechas envenenadas. Y con unos cuantos arcabuzazos todos se espantarán como alma que lleva el diablo, tal y como demostraron en la isla de los Ladrones (hoy Marianas) en donde no hubo ninguna baja. Que lo que demostraron a modo de diversión de dar golpes, lanzadas y cuchilladas a un hombre dentro de su armadura sin que recibiera un mal rasguño lo demostrarían a mayor escala a Lapu Lapu. Sería una expedición dirigida a propagar por todas las islas el mito de la invulnerabilidad de los españoles. El rajá Humabón le ofrece dos mil guerreros para ayudarle, a lo que Magallanes responde que un almirante del emperador de toda la Cristiandad rebajaría su dignidad mandando todo un ejército sobre esos andrajosos. A Humabón le dice que puede presenciar el combate, pero le prohíbe que intervenga.

Magallanes, como buen pastor, se embarca en dos bateles y el esquife con sesenta hombres con coraza, rodela y yelmo y, a base de remo, se dirigen a la cercana Mactán. Y amanece el 27 de abril de 1521. El alba recorta los palmerales de la isla de Mactán. Los ballesteros con sus ballestas y los arcabuceros con sus armas de fuego. También se embarcan algunos versos y falcones. Pero los atacantes no logran acercarse a la orilla porque una barrera de apretadas rocas coralíferas les corta el paso. Magallanes y cuarenta y nueve de sus hombres se ven obligados a saltar al agua, cuando aún falta bastante distancia para llegar a tierra firme. Como las pesadas armaduras hacen difícil la progresión hacia la playa, se han de abandonar las grebas y armaduras de brazo y piernas. Se camina con agua hasta la cintura tratando inútilmente de que no se moje la pólvora. Los once que quedan en las chalupas disparan las piezas de artillería, a fin de ahuyentar a los mactanos de las playas para que sus compañeros puedan hacer un desembarco en toda regla.

Pero la distancia hace ocioso esos disparos, lo que permite a los mactanos, ocultos tras empalizadas de bambú, lanzar una granizada de piedras, que siembra la confusión entre los asaltantes. Los arcabuces no pueden ser montados si no es tierra firme. A causa de la distancia las flechas de los ballesteros solo les hieren, lo que acrecienta su furor, haciendo que pierdan el respeto y se lanzan, cual hordas salvajes, sobre los desconcertados invasores. Repartidos en tres batallones aparecen mil, dos mil. El número de indígenas parece aumentar por momentos aullando cada vez más. Comprendiendo los nativos que los golpes al cuerpo o a la cabeza no dañan por la protección de la armadura, se ensañan con las indefensas piernas, a las que arrojan lanzas, piedras y flechas.

El griterío de muerte llena de pánico a los expedicionarios, que huyen a la desbandada. Magallanes queda solo con siete u ocho incondicionales y una flecha envenenada le atraviesa una pierna. Su yelmo ha caído ya varias veces. Los isleños dirigen todos sus ataques contra él. Y un tremendo tajo en la pierna izquierda le hace caer de bruces. Y como buitres corren de todas partes al sitio donde ha caído el jefe extranjero para masacrarlo. Nadie le puede socorrer y si muchos pueden ganar el esquife y los bateles es porque los mactanos abandonan su persecución para rodear el cuerpo palpitante del jefe. Los demás importan poco.

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