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“Acampada en el Parrizal”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Atrapado bajo los escombros”

“Acampada en el Parrizal”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Atrapado bajo los escombros”
martes 09 de marzo de 2021, 12:50h
“Acampada en el Parrizal”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Atrapado bajo los escombros”
“Acampada en el Parrizal”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Atrapado bajo los escombros”
Son muchos días, demasiados, de restricciones y confinamientos. Conviene volver a soñar con la auténtica naturaleza. Por esta razón, para que no nos olvidemos que hubo otra forma de vida y que hemos de recuperarla en toda su profundidad, trascribo lo que ya publicamos en “ATRAPADO BAJO LOS ESCOMBROS”. Realmente este libro, que fue editado en el 2011, abarca más facetas de las que nos podemos imaginar.
“Acampada en el Parrizal”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Atrapado bajo los escombros”
“Acampada en el Parrizal”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Atrapado bajo los escombros”

Los Puertos de Beceite

Los Puertos de Beceite albergan lugares de incomparable belleza. Montamos la canadiense en una de las terrazas que forma el rio Matarraña en su tenaz labor de abrirse paso entre un laberinto de peñascos. En aquella pequeña pradera, al pie de un canchal y rodeados de escarpados picachos constituidos por inmensas moles de caliza de aspecto oqueroso y áspero, Ana y yo nos sentimos retrotraídos varios milenios en el tiempo. Daba la impresión que los autores de la pintura rupestre que teníamos a unos metros de donde nos habíamos instalado, llegarían de un momento a otro con sus hachas de piedra y sus vestidos de pieles.

Y es que en nada debe haber cambiado de cuando el hombre del Cuaternario correteaba por entre estos peñascos en busca de su sustento. El mismo manto vegetal de enebro, arce, boj tejo, acebo, lentisco, coscojo, romero, majuelo, aliaga, endrino, carrascas, encinas y pinos, cubre las laderas donde la dureza del roquedo lo permite. También crecen en las márgenes del río, como entonces, los chopos, los olmos, los avellanos y los arces, junto con la hiedra, los helechos, los juncos y las zarzas.

Sobrevive la misma fauna acuática de barbos, carpas, percas, madrillas, cangrejos…, y hasta el mismo murmullo musical de las aguas que, como en aquellos tiempos, sigue rompiendo el milenario silencio de las piedras. También el viento silba del mismo modo cuando se huracana por entre angosturas, escarpes verticales, grietas y fisuras.

La roca, el agua y la vegetación siguen integrándose para ofrecer la misma belleza salvaje de estos lugares

Y al igual que en aquella época la cabra montesa sigue siendo dueña del bosque y las rocas; y también el jabalí, que hoza por los bosques densos y los matorrales espesos; y el solitario gato montés de costumbres crepusculares; y las perdices y los conejos y las liebres que se mimetizan para pasar desapercibidos de sus enemigos los tejones, las comadrejas, los hurones, las ginetas, las garduñas y los zorros, los cuales siempre van merodeando.

Los cuervos, las urracas, las cornejas o las torcaces vuelan a las encinas o a las carrascas, mientras los azores o las águilas perdigueras otean desde las mismas atalayas de cuando el hombre del mesolítico. Y surcan las sombras de la noche, sigilosos como entonces, los mochuelos, las lechuza y los autillos.

Y también, como en aquellos tiempos, la luna irradia el mismo halo de misterio a los bosques para colmarlos de leyendas y sigue bruñendo de plata los peñascales, como aquellas gigantescas garras que emergen por encima de las crestas.

Y fascinados con el crepitar de las lenguas de fuego de la hoguera y con el ulular del viento arrancando jirones de neblina a la luna, aquella noche pensamos en el hombre primitivo con sus tosquedades, fantasías y recelos.

Ascensión por el lecho del río

El primer rubor de la aurora tiñó el cielo y con ello me desperté y salí a corretear por entre la hierba húmeda. Ana aún dormía plácidamente dentro de la tienda. Un vientecillo sutil y frío, acariciándome el pecho desnudo, me despejó y noté que sentía ansias enormes de gozar de aquella naturaleza solemne y solitaria. Comprendí que merecía la pena vivir. Y cometí la locura de bañarme en las aguas gélidas del río para después sentir las caricias del sol. Con alas en las piernas, salté y corrí por la pradera y bebí de un hilillo de agua pura y fría que salía de entre las peñas.

Decidimos ascender hasta el lecho rocoso, de donde las aguas del joven río se arroja para, en sucesivos saltos, ir arañando el soberbio edificio de toba caliza que la misma agua ha ido construyendo a lo largo de los milenios. Unas veces por pasarelas adosadas a las rocas, otras saltando por entre las piedras del río, otras por estrechos senderos que se abren paso por el tupido sotobosque de zarzas, rosales silvestres, madroños, hiedras, helechos y madreselvas, y otras trepando por entre rocas, vamos desvelando el curso alto del Matarraña.

Y siempre rodeados de escarpadísimos picachos y bosques frondosos. Y admiramos como profundas escotaduras separan enormes lajas de rocas, como aquella que tiene la misma forma de una gigantesca quilla, varada allí, quizás, por algún titán. Y lo inverosímil es ver como arraigan pinos en la misma verticalidad.

Llegados a un magnífico lapiaz que en la toba el agua ha fabricado, cual singular trono bajo palio, con canalillos paralelos y serpenteados, pequeños tubos y pequeñas cubetas, todos ellos arropados con el musgo. Y en el lugar más estratégico para contemplar en grandes panorámicas esta sinfonía de roquedos y vegetación como son las Agujas del Parrisal.

Más allá vimos como un macho adulto de soberbia cornamenta guía su pequeña manada de “Capra Hispánica” por las intrincadas peñas.

Llega un momento que el río se encajona entre paredes tan altas y tan verticales, que ya no podemos proseguir, a no ser a nado. No vamos preparados para tal evento y, además, en Semana Santa no es todavía tiempo para baños en aguas frías y bravas. Y es una lástima, porque intuimos que aún nos queda por disfrutar lo más grandioso.

Decidimos regresar antes que se hiciera de noche. Lo que no pudimos evitar, pues el cielo se fue velando de luz de cobre y, de súbito, nos dimos cuenta de que la oscuridad se oxidó de una herrumbre verdosa y la noche nos pilló en aquellos vericuetos.

El Tossal del Rei

Al día siguiente fuimos al Tossal del Rei, conocido por ser un mojón que separaba los antiguos reinos de la Corona de Aragón. Y para llegar allí atravesamos el hayedo más meridional de Europa, una reliquia ecológica que sobrevive gracias al microclima templado y húmedo de los Puertos de Beceite. El Tossal del Rei o Tossal desls Tres Reis, como dicen los valencianos, es una cima donde confluyen los tres reinos que componían la Corona de Aragón en la península, Cataluña, Aragón y Valencia. Es como la Mesa de los tres Reyes, que ascendí en otra ocasión, donde se adosan los reinos de Francia, Aragón y Navarra. El Tossal es, en realidad, un macizo de rocas calcáreas y formas abruptas, donde un montículo simboliza el punto de encuentro de los tres reinos de la Corona de Aragón. Dejamos el coche en el pueblo de Fredes y tomamos la GR 7 por una senda rodeada de encinas, pinos y bajo bosque, que es un placer para la vista por su sorprendente belleza. En el Pla de Pinar dejamos la GR7 y cogimos una pista que nos llevó al Mas del Ric. Y por una pequeña senda llegamos a la cima, que es una loma roma formada por canchal de piedra. Y regresamos a donde teníamos la tienda y pensamos en la deliciosa excursión que habíamos hecho ese día.

Las hordas modernas

Nos habíamos acostumbrado a la soledad de estos parajes, pero el Jueves Santo irrumpieron en el Parrizal las hordas modernas, arrasando con sus motos y coches todo terreno, estampando las botellas de bebidas alcohólicas contra las rocas, mutilando sin sentido los árboles, atronando con sus músicas discotequeras y profanando con su barbarie de gente insensible las bellezas de la Naturaleza.

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