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LOZANA ANDALUZA, por José Biedma López

Grabados de ediciones antiguas de LA LOZANA ANDALUZA de Francisco Delicado, natural de la Peña de Martos (Jaén).
Grabados de ediciones antiguas de LA LOZANA ANDALUZA de Francisco Delicado, natural de la Peña de Martos (Jaén).
lunes 08 de marzo de 2021, 13:17h
LOZANA ANDALUZA, por José Biedma López
La Lozana andaluza es una novela genial de nuestro Siglo de Oro, fiel “retrato”, hiperrealista de la Roma zufianesca y lupanaria anterior a su saqueo de 1527, desastre al que siguió la peste. Apareció anónima en Venecia en 1528; sin embargo, Francisco Delicado, que la publicó para mitigar su miseria, acabará reconociendo la autoría.
LOZANA ANDALUZA, por José Biedma López

No sabemos mucho de este clérigo: que fue editor y prologuista del Amadis (1533), editor y corrector del Primaleón (1534), libros de caballerías; editor de La Celestina (1531-1534), vicario del Valle de la Cabezuela… Delicado escribió un Tratado sobre el palo de indias (Lignum vitae), remedio contra la sífilis, enfermedad que padeció; y otro tratadito, perdido, de consuelo para los que enfermaban del “mal francés” (De consolatione infirmorum), enfermedad que los franceses llamaban el “mal español”, porque muchos soldados españoles agarraban la sífilis en Flandes y otras plazas fuertes del imperio al tratar carnalmente con meretrices y llevaban la enfermedad de acá para allá.

Es muy posible que Delicado fuese judío converso y, por temor o para mejorar su suerte, emigrara a Roma después de la expulsión de 1492. Abona esta hipótesis el hecho de que hable con conocimiento y admiración de la comunidad hebrea en Italia. En 1528 huyó de Roma a Venecia para evitar las “crueldades vindicativas” de los naturales contra los españoles, después del saqueo. Hay que decir, que la mayoría de la soldadesca sin cabeza que asoló la “ciudad eterna” durante diez meses “a discreción y aún sin ella”, no era española sino germánica, como se nos cuenta en el epílogo de La Lozana: “catorce mil teutónicos bárbaros, siete mil españoles sin armas, sin zapatos, con hambre y sed, italianos mil y quinientos, napolitanos reamistas dos mil…”.

Lo poco que sabemos de Francisco Delicado lo cuenta él mismo en su novela porque dialoga con los personajes y estos hablan de él. Aunque naciese en la diócesis de Córdoba, él se consideró siempre “natural de la Peña de Martos” (Jaén), de donde era su “castísima madre y su cuna”, porque como dicen: “no donde naces, sino con quien paces”. Se precia de ser discípulo de Nebrija, pero no se las da de hombre culto, sino, muy modestamente, de indocto, pidiendo además perdón por sus andalucismos, pues como nuevo “romancista” compuso su obra “en el común hablar de la polida Andalucía”.

Escrita en forma de diálogo como La Celestina, no hay en ella romance amoroso ni intención moralizadora, aunque en su epílogo aparece el saco de Roma como merecido castigo divino por la corrupción de la ciudad de los césares. Lo que cuenta La lozana es la biografía, como esteticién (afeitadora), perfumera, alcahueta y prostituta, de Aldonza, moza cordobesa hija de un padre mujeriego y jugador, que a su muerte no deja más que trampas a hijas y esposa. Esta muere y deja en orfandad absoluta a la lozana, que se amanceba con un mercader genovés por motivos económicos, hasta que el padre del genovés encarcela a su hijo y manda que tiren al agua a la Lozana, que se salvará y acabará en Roma, donde remoza virgos (“adoba novias”) entre otros menesteres, en el barrio romano de Pozo Blanco, repleto de españoles.

La Lozana andaluza es una glorificación, muy renacentista, muy ‘carpe diem’, del comercio, humano demasiado humano, sensual y sexual. La cordobesa Aldonza es el único ejemplo de mujer pícara del siglo XVI, pero esto no quiere decir que su historia sea “obra aislada”. Además del precedente de La Celestina, está influida por la Comedia Thebayda (1521) y su lasciva Franquila, por la Cárcel de Amor (1492) de Diego de San Pedro, que Delicado también editó en Italia, y es muy posible que La Lozana influyera en la literatura italiana de Pietro Aretino. A Menéndez Pelayo, sabio puritano y ultracatólico, La lozana andaluza le pareció un libro obsceno, “inmundo y feo”, “obra aislada”. Bruno Damiani le replica con razón al erudito santanderino, pues la ve asociada al género celestinesco y a la picaresca, y pone de manifiesto su excepcional valor documental, social e histórico. Su riqueza lingüística es innegable, repleta como está de dichos populares, refranes, cuentos, supersticiones…

La Roma de entonces era un sumidero de vicios, que denunciarán los reformistas como Erasmo o Lutero. Pero la intención de nuestro autor no es reñir, sino divertir y entretener, con resignado vaticinio de desastre, mezclando “natura con bemol”. Aún hoy puede llegar a escandalizar la jovialidad erótica de sus episodios, añadida al tono satírico intermitente, anticlerical (los sacerdotes aparecen como clientes habituales de prostíbulos). Llama la atención el cariño con que el autor trata a su protagonista: joven, hermosa, sensual, cínica y astuta, a la que deja al fin retirarse con sus ganancias, con su fiel Rampín (precedente del Lazarillo), amante y sirviente, a la isla de Lípari, donde “acabó muy santamente”. Es obvio que Delicado conoció y sintió una inclinación por las mujeres en general y por la buscavidas andaluza en particular, pero lo que sorprende al esforzado lector es su deleite por la creación artística en sí misma.

Ofrezco como ejemplo una escena del “Mamotreto LXIII” (así llama Delicado a sus capítulos) … Madona Pelegrina, que es simple y boba, va en busca de la Lozana para que la afeite. “Afeitar” en esa época no es solo rasurar, sino también poner aceites (afeites), o sea, maquillar. Ve Lozana la posibilidad de ganar un par de monedas y la adula. Quiere Pelegrina “engravidarse”, es decir, quedarse preñada, y pide consejo a Lozana, pues no hay nada que desee más en el mundo. La protagonista le sugiere que tome sábana de fraile que no sea quebrado y halda de camisa de clérigo macho y que se las recinche en las caderas con uñas de sacristán marzolino (nacido en marzo) para hacer un buen hijo.

Le pregunta también Pelegrina por qué los hombres cuando achuchan se dan tanta prisa. Lozana la felicita por su curiosidad porque “más sabréis interrogando que no adivinando”. Y cuenta una historia fenomenal. Antiguamente, las mujeres tenían “cobertera”, una especie de tapa circular “en el ojo de cucharica de plata”, o sea en sus partes naturales e íntimas. Los hombres eran todos eunucos, todos capones. Por eso, un emperador mandó que de la cobertera hiciesen testículos a los varones.

En segundo lugar, ya profetizó Merlín, el druida artúrico, que cada cosa ha de tornar a su lugar y los “compañones” por tanto han de retornar al “cufro” o sexo de la mujer, ¡y por eso se dan tanta prisa los hombres en el acto, por miedo a quedarse sin compañones, y feliz la mujer a quien se le pegaren estos! Por lo tanto, Lozana recomienda a Pelegrina que alce las nalgas y le agarre a él por las ancas apretándole con ella para quedar con cobertera y preñada, y que haga esto hasta que acierte.

A continuación, pregunta Pelegrina por qué los hombres tienen a veces los compañones gordos como huevos de gallina, otras veces como de paloma o golondrina, y los hay que no tienen más que uno. Responde a esto la Lozana que quienes tienen sólo un compañón perdieron el otro desvirgando mujeres ancianas y que los que los tienen como huevos de golondrina es porque se los han disminuido malas mujeres cuando sueltan su “artillería”. (Comenta Bruno Damiani, a mi juicio con gran ingenuidad, que ese “soltar artillería” refiere al orgasmo. Pero a mí me parece el asunto alusivo mucho más escatológico. A fin de cuentas, “no hay puta, por maestra que sea, a la que no se le escape un pedo”).

Del autor:

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