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“Chomin” Acedo, tío abuelo de José María Aznar, de futbolista del Athletic Club a asesino en la retaguardia de la Rioja Alta durante la guerra civil

 “Chomin” Acedo, tío abuelo de José María Aznar, de futbolista del Athletic Club a asesino en la retaguardia de la Rioja Alta durante la guerra civil

Prieto cuenta que Acedo “se hartó de asesinar a prisioneros republicanos en Haro y otras poblaciones ribereñas del Ebro”.

martes 12 de enero de 2021, 11:05h
No resulta nada fácil tener un pariente como Domingo Gómez-Acedo, por más que su vida presente etapas brillantes dignas de orgullo. Más conocido en el mundo futbolístico como “Chomin”, o “Txomin” -la variante euskérica de Domingo-, Acedo debutó en el Athletic Club de Bilbao en 1914, con poco más de 16 años - según comenta el periodista Patxo Unzueta - y formó parte de la plantilla que inauguraría el mítico estadio de San Mamés. Además, tal y como señala Iñaki Anasagasti, formó parte de la selección española de fútbol que consiguió una medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Amberes de 1924. En este tiempo se codeó con jugadores de talla legendaria, como “Pichichi”, quien, de acuerdo con el blog de Jon Rivas, le encomendó los cuidados de su mujer y de su hija antes de fallecer.
 “Chomin” Acedo, tío abuelo de José María Aznar, de futbolista del Athletic Club a asesino en la retaguardia de la Rioja Alta durante la guerra civil

Pero “Chomin” fue mucho más cosas aparte de un gran futbolista. Y es precisamente una de estas otras facetas la que lo convierte en un personaje embarazoso. O, mejor dicho, odioso. En 1955 el líder socialista Indalecio Prieto publicaría el perfil definitivo sobre Manuel Aznar, un chaquetero antológico que fue el abuelo de nuestro José María Aznar. En esta diatriba, titulada “La ficha de un perillán” —aparece reproducida en diversos libros y páginas web—, Prieto recuerda de pasada al hermano de la esposa de aquel, “Chomin” Acedo, que pudo salvar a Aznar abuelo de ser fusilado por los facciosos gracias a los méritos que había contraído.

¿Y cuáles eran estos méritos? Prieto cuenta que Acedo “se hartó de asesinar a prisioneros republicanos en Haro y otras poblaciones ribereñas del Ebro”. Habían pasado diecinueve años de aquellos crímenes. La sangre se limpia, pero no se olvida.

Siguiendo el rastro de Chomin

Con todo, unas simples palabras, dichas además desde la amargura y el rencor provocadas por el exilio, no prueban por sí solas nada. Son necesarios otros testimonios para empezar a ver en ellas algo más que un ajuste de cuentas. Es en este punto cuando hay que sacar a colación el nombre de Patricio Escobal. Se trata de otro as de aquel fútbol español de preguerra, llegando a ser capitán del Real Madrid y participando en la competición olímpica de Amberes ya mencionada. Pero aunque jugaron en el mismo equipo, Escobal y “Chomin Acedo” no congeniaron. Al primero le pareció el tío abuelo de Aznar “insincero y fanfarrón”. Tras colgar las botas, sus caminos se bifurcaron y Escobal marchó a Logroño, donde trabajó como ingeniero técnico del Ayuntamiento.

Más por diferencias personales que estrictamente políticas, Escobal fue detenido por los sublevados una vez producidos los sucesos subsecuentes al 18 de julio de 1936, y pasó por distintas cárceles improvisadas en Logroño, como la Escuela Industrial –actual ESDIR, Escuela Superior de Diseño Industrial de La Rioja–. Fue en aquel centro de detenciones masivas donde Escobal conoció el testimonio de Lucas, un obrero ferroviario de Haro en cuya espalda se veían las huellas de las culatas de los fusiles.

El tal Lucas refirió a Escobal las andanzas de su antiguo compañero de selección “Chomin” Acedo, que ejercía como jefe de las patrullas de ejecución en Haro, mostrando una “crueldad inhumana”. Es aquí donde preferimos dar la palabra a Escobal y a los vívidos párrafos que escribe en su invaluable "Las sacas"

"LAS SACAS". PATRICIO ESCOBAL

Uno de sus alardes [de “Chomin” Acedo] consistía en apostar con sus compañeros de patrulla a que su bala entraría por el ojo derecho o izquierdo, por la boca u otro sitio del cuerpo de las víctimas. En un marco de chistes y risas, las apuestas eran café y puro, dinero o las rondas de bebida posteriores a la ejecución en alguna de las tabernas del pueblo. Aquellos ejercicios de tiro al blanco eran más divertidos que el pim-pam-pum de las ferias, según decía su lugarteniente.
Si por alguna razón las ejecuciones paraban en Haro más de dos días, Chomín [sic] Acedo reunía su pandilla de asesinos y marchando a la alcaldía o al cuartel de la Guardia Civil, hacía a su llegada la petición acompañada con cantos y grandes voces:
«Chomín [sic] y su banda están hambrientos y necesitan carne»

De acuerdo con la edición preparada por María Teresa González de Garay y publicada en las Ediciós do Castro, 2005, p. 172

¿Qué se sabe a ciencia cierta de revelaciones tan escabrosas? En Haro hubo unos sesenta asesinados a causa de las represalias políticas que se ventilaron en la España sublevada, varios de los cuales caerían muertos por partidas de falangistas y requetés en Haro y alrededores. Desde luego que no fue el caso de Lucas, el confidente de Escobal, cuyo cadáver apareció en el actualmente cementerio civil de La Barranca el 26 noviembre de 1936. Estos datos los tomamos de Jesús Vicente Aguirre, el experto que también ha podido corroborar el infausto paso de “Chomin” Acedo por la localidad riojalteña en su monumental “Aquí nunca pasó nada. La Rioja, 1936”. De hecho, ha consultado un expediente de Consejo de Guerra contra nuestro personaje sobre los abusos que cometió en su condición de “Agente Honorario en la Brigada de Investigación [sic] de la FET [Falange Española Tradicionalista]”, condenándole por realizar extorsiones. De las pruebas recabadas se extrae asimismo que “Chomin” Acedo regresó a su Bilbao natal en 1937, una vez conquistada la ciudad por los sublevados.

Los parientes incómodos y la memoria histórica

En su conocidísima novela “El monarca de las sombras”, Javier Cercas rescata de las sombras a su tío abuelo Manuel Mena, que murió mientras servía con las tropas de Franco. El autor defiende que con el libro pretendía hacerse cargo de la historia de su familia; una historia en su tiempo gloriosa y hoy vergonzante. La labor de Cercas ha despertado varias críticas por lo que tiene de rehabilitación de un falangista. Pero, caso de haberle tocado tratar las andanzas de “Chomin” Acedo, aún lo hubiera tenido más difícil, porque este último no se desenvolvió en el frente, sino en la retaguardia, ni murió en combate, sino a una edad provecta en Getxo.

La revisión del pasado y la rehabilitación de sus figuras más tenebrosas tienen, por tanto, unos límites claros: no es lo mismo un militar más o menos idealista que cree en lo que hace, que un civil asesino que se aprovecha de la imposición del terror por parte de los sublevados. Aunque en términos prácticos vinieran a ser lo mismo. Escribiendo sobre “la zona gris de la España azul”, el historiador Carlos Gil Andrés explica que entre los falangistas sobrevenidos como “Chomin” Acedo había desde partidarios convencidos a simples oportunistas, incluyendo entre estos a izquierdistas deseosos de evitarse peligros por su pasado político. ¿Qué fue realmente “Chomin”? No lo sabemos. Solo conocemos sus acciones.

Por ir acabando, es a todas luces obvio que José María Aznar no es responsable de los crímenes que cometiera su tío abuelo. Partiendo de esta base, especular sobre el nivel de consciencia que Aznar Jr. pudiera tener sobre lo que hicieron sus ancestros — por más que reivindicara el legado familiar en 1969, a los dieciséis años, en el falangista Diario SP — seguramente acabe resultando un ejercicio fatuo. Pero, a pesar de ello, las implicaciones de sangre están ahí. Y no cabe duda de que cuando algo no puede ser reivindicado, hay que omitirlo. Tal vez aquí resida una de las claves del drama de la memoria histórica en España: la necesidad imperante de olvido que sienten algunos.

Aleix Romero Peña

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