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SOFROSINA, por José Biedma López

SOFROSINA, por José Biedma López

“Los dioses aman a los que son sensatos” Sófocles. Áyax, 132

SOFROSINA, por José Biedma López

La Encrucijada, así se llamaba el super supermercado que ocupaba más hectáreas que el palacio de Nerón (Domus Aurea) ¡y eso sin contar los aparcamientos! Estaba a reventar. Eso sí, todo el mundo con su mascarilla e hidro-alcohol en cada mostrador…

Eso le dijo su hija a Sócrates. Si podía evitárselo, ni en fechas tan señaladas como las de Navidad, Año Nuevo y Epifanía, Sócrates visitaba esos templos de la postmodernidad, sacros lugares del Superconsumo. A su heterodoxia se unía el hecho psicológico, o patológico, de que tantas cosas, luces y reclamos, le mareaban. Cuando no tenía más remedio que acompañar a su esposa Jantipa o a sus hijos, cogía la escalera mecánica con vértigo, como Proserpina la hubiera cogido para bajar en otoño a los infiernos. “¡Cuántas cosas que no necesito!” o “¡Qué rico soy, que poco deseo!” –exclamaba el maestro jubilado con júbilo.

Hasta aquí la ficción. En efecto, el Sócrates histórico hizo de la sophrosyne, la sobrietas romana que luego los cristianos llamaron templanza, su virtud o excelencia principal (areté). En el Cármides platónico, Sócrates define la sophrosyne como un cálculo racional de los placeres (sexo, comida y bebida). Evidentemente, cada cual tendrá que medirse bien conociéndose a sí mismo, su edad, sus condiciones. No es lo mismo beber en Nochevieja siendo de “buen vino” y después de una opípara comida, que en ayunas o sabiendo que el vino nos deprime, sienta mal o encoleriza. En distintos lugares de los Diálogos socráticos, el Tábano de Atenas (Sócrates) precisa las condiciones de esta mesura razonable que llama sophrosyne. Son la autonomía y la autarquía, dos valores asociados a un ideal de libertad, porque el que no necesita de nadie ni de nada externo es más libre que el dependiente de las cosas o de los compañeros; de las primeras, para sentirse “alguien”: un coche de lujo, unas vacaciones en el Caribe…; de los segundos, para que le saquen las castañas del fuego o le hagan el trabajo.

Un siglo y pico antes de que Sócrates fuese ejecutado en Atenas en el 399 antes de Cristo por atentar contra la religión oficial corrompiendo a la juventud con valores nuevos (como ese espíritu íntimo, demon, que es la voz de su conciencia moral), en Éfeso, un príncipe melancólico llamado Heráclito ya había hecho de esa sensatez o razón común la mayor de las excelencias. Usa el filósofo jónico el infinito sophroneîn que Agustín García Calvo traduce por “estar cuerdos”: “Estar cuerdos es la virtud mayor, así como la inteligencia [sophía, sabiduría] es decir verdad y hacerla, según el modo de ser de las cosas <y de uno> prestando oído”. Este “prestar oído” es un atender a la naturaleza (physis) también escuchando las propiedades del ser natural que uno es. Quien no lo hace coge un golillón, un pedo o un colocón que pueden ser tan lúcidos como mortales, las tripas le protestarán, el hígado se estropeará, la mente se desquiciará, nos faltará el equilibrio, una vez, dos veces, muchas o para siempre… Al enterarnos de cómo funciona la naturaleza de la que formamos parte, la verdadera libertad –dirán los estoicos, seguidores de Sócrates- no consiste en otra cosa que en plegarse armónicamente a sus leyes.

Es importante poner de manifiesto como en el citado fragmento (D-K, 112) de Heráclito la sabiduría del “decir verdad” se enlaza necesariamente con el “obrar con verdad”. ¡Obras son amores! Los cínicos, herederos también de la austera autarquía socrática, la exageraron despreciando todas los consumos y convenciones sociales. Alguno hubo que presumía de fabricar su propio calzado y Diógenes, como se sabe, vivía en un tonel, despreciando los regalos de Alejandro Magno. ¡Tampoco hay que pasarse con el ascetismo o renunciar al super o a la tele! El filósofo que inventó los átomos, Demócrito de Abdera, consideraba la sophrosyne una virtud propia de ancianos y, en efecto, ponerle frenos a la dislocada juventud es como ponerle puertas al campo. Se está viendo.

Antes de pensarla en abstracto como un valor moral o excelencia ética, Sofrosina fue un espíritu viviente, hija de Erebo y la Noche, una de las gracias o dones que los dioses mandaron a la tierra con Pandora, pero la ingobernable curiosidad de la mujer genuina le llevó a abrir la caja, y la Sensatez, o sea Sofrosina, huyó al Olimpo del que procedía, abandonando para siempre a la raza humana. Por eso todos nos volvimos ávidos consumidores y gastamos energía y tiempo comprando y cargando con lo que no necesitamos, endeudándonos. Puede que nos cansemos de vivir, pero no nos cansamos de desear. Esta Sofrosina era en la mitología griega la personificación divina de la moderación, la discreción y el autocontrol.

Platón recogió el concepto socrático de sophrosyne y consideró que en su república ideal e imaginaria sería una virtud característica de la clase trabajadora. Junto con el coraje, propio de soldados y policías, y junto a la prudencia que hay que motejarle al gobernante bien formado. Sensatez, coraje y prudencia forman como un acorde musical, consuenan bien. Quien es templado, valiente y prudente, es justo. La justicia no es otra cosa para Platón sino la síntesis de estas virtudes, siendo también la areté o virtud principal. Por eso Platón dedica a la Justicia su obra más importante: Politeia o Política, que los romanos tradujeron por República (cosa pública) y que lleva con razón en muchas ediciones el subtítulo: Sobre la Justicia.

Los moralistas cristianos recogerán estas cuatro virtudes y les llamarán “cardinales”, o sea humanamente principales. Llamarán templanza o moderación a la sophrosyne. A estas buenas actitudes principales o cardinales añadirán otras que no pueden ser conseguidas mediante las buenas costumbres de la educación mundana, pues son –según el dogma cristiano- regalo de Dios, y por eso se llaman virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (ágape o amor fraterno). Por desgracia, cierto puritanismo cristiano convertirá la sophrosyne griega o sobrietas latina, ya no en un cálculo racional de los placeres, sino en castidad, como antítesis de la lujuria, dentro de una filosofía que atribuye al placer “carnal” una maldad intrínseca. No obstante, no deja de ser contradictorio con esa corriente de pensamiento cristiano que los mejores y más antiguos textos de Epicuro, apóstol de la amistad y de los placeres medidos y educados, ¡se conserven precisamente en la Biblioteca Vaticana! La jerarquía de la Iglesia no siempre ha dado ejemplo de una ascética depurada y alguna vez ha caído en un hedonismo más grosero que el de Epicuro.

En la magnífica edición reciente del Cármides, diálogo en el que Sócrates se pregunta por el valor moral y por el sentido intelectual de la sophrosyne, Emilio Lledó, introductor, traductor y anotador de la obrita (corta pero difícil), traduce el término “sophrosyne” principalmente por sensatez y mesura, aunque su campo semántico es más amplio: sabiduría, discreción, templanza, autodominio, moderación, castidad, prudencia, disciplina… En otro diálogo de Platón, Crátilo (411e), se nos da la etimología de sophrosyne en relación con sos (sano) y phren (corazón, mente, entendimiento). Sensato es el cuerdo, el sano de mente.

En la tradición helénica, la sensatez se opone a la desmesura, el desenfreno, la intemperancia (hybris, akolasía). El Platón maduro del Banquete (196c) o del Fedro (68c) piensa la sophrosyne o sensatez como dominio sobre placeres y deseos, que facilita el conocimiento. Y en los Tópicos (123ª 34) su discípulo Aristóteles describe el sentido figurado de sophrosyne como una sinfonía o especie de armonía personal.

Las páginas finales del Cármides –dice Lledó- sirven de prólogo a uno de los problemas fundamentales de la filosofía: el problema de la conciencia, esa reflexión que especifica o debería especificar el conocimiento humano. Y en nuestros días el consumo consciente, sensato, reflexivo, debería oponerse como desiderátum al consumo compulsivo e irracional de cosas y enseres que apenas disfrutamos para enseguida tirarlos, enseres y cosas que Sócrates no necesita y que acaban aumentando la montaña de basura terrenal u oceánica que constituye el paisaje que insensatamente ensuciamos y afeamos.

Para saber más: Sobre la extensa iconografía de la virtud de la Templanza en el Renacimiento puede bajarse de la Red en pdf un artículo de Miguel Ángel León Coloma (Departamento de Historia del arte de la Universidad de Granada), “Sobre iconografía de la Templanza”. Cuad. Art. Gr. 29, 1988, 213-228.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://apiedeclasico.blogspot.com/

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