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EXLIBRIS, por José Biedma López

EXLIBRIS, por José Biedma López

EXLIBRIS, por José Biedma López
EXLIBRIS, por José Biedma López
Desmond Morris, el famoso zoólogo que indagó en nuestra condición animal las bases de nuestra conducta social y cultural, autor del famoso libro El mono desnudo y de magníficos documentales de la BBC, explicó el coleccionismo como una forma sublimada e incruenta de caza. Somos también “el primate cazador” que multiplica símbolos como trofeos, a falta de presas vivas, dejando sin trabajo al taxidermista.
EXLIBRIS, por José Biedma López

Finas ocupaciones cultas son la del numismático que ordena y atesora monedas o la del filatélico con sus colecciones de sellos, que pueden ser también motivo –como se ha visto- de estafas piramidales. Más sofisticada aún es la curiosa “manía” del que colecciona exlibris, esas marcas que identifican al propietario de los libros: blasones, escudos, emblemas, miniaturas artísticas, viñetas ingeniosas... Resurgieron con fuerza a fines del siglo XIX. Lucas Cranach, Holbein el Viejo, Alberto Durero, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Goya, diseñaron exlibris.

Durante la Edad Media, los libros manuscritos, o sea escritos a mano e iluminados (ilustrados) eran carísimos y escasos: libros de horas, biblias, crónicas, grimorios… Estaban en latín y en griego, lenguas que pocos entendían. La imprenta de tipos móviles supuso una revolución cultural a partir de 1500 al poner las letras y la lectura al alcance de un público más amplio que el monje y el caballero cultivado. Antes de 1500 los libros impresos imitaron la calidad del manuscrito, lujosos, por estar la imprenta en su cuna se llaman “incunables”. La Real Biblioteca cuenta con doscientos noventa incunables.

El origen del exlibris es más antiguo que el del incunable. Se pierde en el imperio de los faraones, el primer antecedente podría ser una placa de barro cocido esmaltada en color azul con inscripciones jeroglíficas que -¿cómo no?- se conserva en el Museo Británico de Londres. Perteneció a Amenhotep III (s. XV a. C.) y fue utilizada en los estuches de los rollos de papiro de su biblioteca. También se usaron exlibris en el Japón del siglo X. La vanidad, la codicia o el mero afán de conservación del dominio incitaban a la aristocracia, al clero y a la alta burguesía a sellar con un escudo o un motivo personal los objetos de su patrimonio y, entre ellos, los libros. Los primeros exlibris occidentales fueron blasones nobiliarios.

Alemania es seguramente la cuna del exlibris moderno. El primero de 1188 en un códice bávaro con la efigie de Federico I Barbarroja. Pero el capricho creador y la generalización del exlibris tiene poco más de cien años. En España fue protagonizado sobre todo por artistas catalanes. Si durante el Renacimiento y el Barroco se recurrió a la heráldica, luego fueron motivos tipográficos variados. A partir del último tercio del XIX se desató el coleccionismo y el interés por estas miniaturas. Se celebraron exposiciones, se crearon asociaciones de exlibristas en Madrid y Barcelona y surgieron publicaciones especializadas, que resurgieron tras el paréntesis de la guerra civil.

Una forma de asegurarse la devolución de un libro –no del todo, “libro que prestas, libro que restas”- es marcar su dominio con un exlibris. A veces refieren al oficio del propietario, otras a sus gustos, aficiones, rasgos de su personalidad, a un humanista o científico al que admiran, o a la idiosincrasia de su biblioteca. No hay que confundir los exlibris con los superlibris, marcas de propiedad heráldicas, eclesiásticas o simbólicas aplicadas en las tapas de la encuadernación, ni con la insignia o del impresor, ni con los sellos de las bibliotecas públicas o privadas. El exlibris es más personal. La mayoría son pequeños, aunque también los hay mayores (nunca superiores a 13 cms. para ser considerados exlibris). Para su realización y reproducción se han usado todas las técnicas gráficas: xilografía, calcografía, litografía, heliotipia, fotograbado, offset…, y el método rey: el aguafuerte. Hoy es posible incorporar la gráfica digital y comúnmente se editan como estampas que se pegan en los libros y en las que debe aparecer la expresión “Ex libris” o “Ex bibliotheca”, que significa “estoy entre los libros de…”. Si el nombre que aparece en la estampa no es el del propietario, sino el de una celebridad se habla de “pseudo-exlibris”, que no gustan a los coleccionistas. Muriel Frega una joven ilustradora argentina, diseñadora de exlibris, cuenta que en 1999 sustituyó los tacos de madera y la gubia por las capas de Photoshop y el lápiz óptico.

Michel Froidevaux de Lausanne, Suiza, editó en el 2007 “Women Bookplates and Eros”, como publicación para la inauguración de la muestra en la Galería Humus de Lausanne dentro del marco del XXXI Congreso de FISAE (Federación Internacional de Amigos de los Exlibris). Según Michel, “la atracción del ex-libris y quizás sobre todo del ex-libris erótico viene ciertamente de su lado íntimo. Por la gracia de su tamaño pequeño se establece como una relación intensa, personalizada entre el coleccionista y la imagen elegida. Hay como un placer de contrabandista en la búsqueda y la difusión limitada de la imagen, cargada de sensualidad y que vehicula el deseo. Y con el ex-eroticis se puede burlar a la censura, porque el grabado no tiene que someterse a autorizaciones o imperativos comerciales. Así que el ex-eroticis es como un símbolo de libertad de expresión para el artista y libertad de vida personal para el aficionado…”

La liturgia del coleccionismo de exlibris se asemeja a la de la filatelia. La Biblioteca Nacional de España cuenta con una importante colección. Su cotización depende de múltiples factores: autor, antigüedad, rareza, tema… A veces su significado es alegórico y tan enigmático como el de un jeroglífico. Pueden expresar opiniones políticas, creencias religiosas o ideológicas. El tono puede ser serio, grotesco, macabro, burlón, frívolo, erótico e incluso pornográfico. Algunos de sus símbolos son convencionales y comunes: la lechuza de Atenea, la lucerna, la máscara teatral, instrumentos musicales, el globo terráqueo (navegantes), Minerva (bellas artes), Hipócrates, calaveras, la serpiente de Esculapio (médicos y famacéuticos), tinteros, plumas de ave, cruces, camposantos y otros símbolos religiosos, todos los cuales nos indican el oficio o las aficiones del propietario. Es muy común en ellos la alusión a la brevedad de la vida o a la condición efímera de la belleza.

En los exlibris femeninos abundan los motivos florales, primaverales, las cintas, los niños. Los escasos motivos conyugales recurren a dos manos, dos cabezas o a las iniciales conjugadas de marido y mujer. Los especialistas llaman “marcas parlantes” a los exlibris que iconizan o representan figurativamente el nombre del propietario del libro. Por ejemplo, la familia Colonna, mediante una columna; y así, la familia Cordero, León, el nombre Rosa, Violeta, etc.

Los símbolos icónicos suelen ir acompañados de aforismos, sentencias sabias, refranes, motes, en latín, en griego, castellano, catalán, etc. Algunos pueden ser irónicos como “Robado en casa de …”. Para el marqués de San Juan de Piedras Albas los exlibris se clasifican en: 1. Heráldicos, nobiliarios y eclesiásticos; 2. Decorativos, ornamentales y simbólicos; 3. Tipolitográficos, los más sencillos con el nombre del propietario y su firma; 4. Autógrafos, manuscritos por el propietario del libro.

Bibliografía

Juan Delgado Casado. Los ex libris españoles

Prudencio Mateos Pérez “La magia del exlibris”. Leer, nº 11, 1988.

Francisco Esteve Botey. Exlibris y exlibristas, Aguilar, Madrid, 1949.

https://revistareplicante.com/ex-libris/

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
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