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CONFLICTIVIDAD EN LAS AULAS, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Por una escuela pública de calidad. Bases para una educación íntegra”

CONFLICTIVIDAD EN LAS AULAS, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Por una escuela pública de calidad. Bases para una educación íntegra”
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sábado 19 de diciembre de 2020, 11:44h
CONFLICTIVIDAD EN LAS AULAS, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Por una escuela pública de calidad. Bases para una educación íntegra”

Aunque se pudiera pensar que con la arribada a nuestros centros escolares de los inmigrantes hay más probabilidades de que surjan situaciones conflictivas no creemos que tenga que haberlos, no hay elementos objetivos si las escuelas e institutos cuentan con unas estructuras suficientemente democráticas que se permitan diálogos y debates y, además, se eduque en la tolerancia y en la comprensión de la diversidad. Lo que provoca esa masiva afluencia de inmigrantes concentrados en unos pocos centros es una cierta distorsión en el trabajo docente. Por este motivo los hay que, correspondiéndole un centro escolar por cercanía, prefieren mandar a sus hijos/as a centros concertados religiosos, aunque no estén bautizados, porque en esos centros concertados no hay inmigración, ni gente de dudosa reputación.

CONFLICTIVIDAD EN LAS AULAS, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Por una escuela pública de calidad. Bases para una educación íntegra”

Entornos sociales marginales

El incremento de la conflictividad puede darse en aquellos entornos sociales donde la droga y la violencia están a la orden del día y en el que algunos no pueden dejar de llevar en sus mochilas y carteras la agresividad y la marginación en que viven. Ahí es, en los entornos sociales marginales donde las Administraciones deben atacar el problema evitando que la miseria y la delincuencia se concentren en algunos barrios, y no dejar al centro escolar, que es el receptor de esa conflictividad social, el que tenga que resolverlo. No es su problema y, además, no tiene medios ni es su cometido. Lo cual no quiere decir que los que provienen de esos entornos marginales, que, precisamente, son los que necesitan más atenciones educativas, haya que separarlos o eliminarlos del sistema educativo para que, como fruta podrida, no perturben y contaminen a los alumnos/as “normales”, como queda reflejado en algunas leyes de educación impulsadas por el Partido Popular, como la LOCE o la LOMCE, en la que se establecen itinerarios educativos en los que a temprana edad los alumnos/as se ven abocados a elegir un camino sin retorno, que mermará sus posibilidades de formación y promoción.

Los que más lo necesitan no pueden ser castigados a ser carne de presidio, como si fuera culpa suya el que vivan en ese entorno de marginalidad. La solución a estas situaciones es un reparto equitativo de inmigrantes y de niños/as problemáticos entre todos los centros subvencionados por la Administración pública para poder atenderlos con más eficacia y para que con su número no distorsionen el trabajo escolar.

El acoso escolar o bulling

No es la única causa de la conflictividad en las aulas. Si hay agresividad en el seno de muchas familias, donde hay violencia de género y se maltratan a los hijos/as, si los medios de comunicación no se recatan en retransmitir violencia, real o ficticia, si hay explotación y maltrato en muchos ambientes, esa conducta violenta de la población adulta inevitablemente traspasa los muros de las aulas. Y es un fenómeno que no es privativo solo de las capas de población más marginales. En todos los ambientes y en todos los centros escolares se dan o pueden darse episodios de acoso escolar o bulling, es decir el que algunos alumnos/as sufran maltrato psicológico y/o físico por parte de alguno de sus compañeros. Y los niños/as y los adolescentes suelen ser muy crueles con los más débiles, con los que tienen algún defecto físico o psíquico. También puede haber esta clase de abusos, que siempre se produce en grupo, en manada, por rivalidad, por desprecio, por congratularse con el líder, o para jactarse publicando sus “hazañas” en las redes sociales o por algún otro motivo inconfesado.

El tratamiento de todo ello, al igual que la xenofobia, entra dentro de los objetivos de la educación. Es muy claro el perfil que presentan los niños o niñas que están expuestos a una situación de maltrato sistemático o esporádico: descenso en el rendimiento escolar, lesiones físicas no aclaradas, baja autoestima, inestabilidad emocional, percepción distorsionada de la realidad, sentimiento de inferioridad, procesos cognoscitivos alterados (atención, percepción, comprensión, memoria, expresión), retraso general, baja resistencia a la frustración, conductas violentas, autolesiones, dificultades para mantener relaciones afectivas, abandono, pobreza de expresión verbal, escasa expresión sentimental, absentismo escolar, soledad, dificultades de aprendizaje, falta de motivación, bajo rendimiento escolar, hostilidad… Y ahí juega un papel importante el tutor/a, quien debe traspasar sus sospechas y pesquisas a los padres, al psicólogo escolar y al Jefe/a de Estudios para que la Comisión de Convivencia, los trabajadores sociales y, si es preciso, la policía, resuelvan estas situaciones antes que se produzcan hechos irreversibles.

A veces son los centros escolares los que propician situaciones de conflictividad, cuando tienen formas de gobierno y de relaciones no democráticas y cuentan con normas de disciplina muy autoritarias, cuando imparten contenidos culturales poco respetuosos con otras culturas, utilizan recursos didácticos poco motivadores e imponen tareas escolares inapropiadas, cuando por parte de algunos profesores/as se falta al respeto a los alumnos/as con problemas de aprendizaje o hay profesores/as sin la debida preparación para afrontar situaciones conflictivas, porque, en la creencia de ser “colegas” y estar más cerca del alumnado, se dejan tomar el pelo y pierden el respeto.

Hay que educar para la resolución de conflictos, pero en esa educación para resolver los conflictos ha de intervenir la comunidad educativa. No sirve aquello de que cada palo aguante su vela. El profesor/a no puede ni debe resolver por sí solo los problemas de indisciplina, porque todo lo que pasa en el centro repercute en todos, por lo que es la comunidad escolar la que debe responder en bloque. Es más, ya lo hemos apuntado, la solución de la indisciplina no depende solamente de la escuela y, aún menos, del profesor/a que tiene el contacto directo con esos alumnos/as que no responden a las normas establecidas. Los Medios de Comunicación, las Administraciones, las asociaciones varias, pero sobre todo las familias, son los que tienen, sin duda, una mayor responsabilidad en la solución de la indisciplina.

La disciplina, la libertad y los castigos

Uno de los problemas más difíciles de la educación es conciliar la disciplina con la libertad. Es preciso que el alumno/a goce de libertad, siempre que esa libertad no sea obstáculo de la libertad de otro o redunde en su propio perjuicio. Hay que hacerle ver al alumno/a que la coacción de hoy le llevará a la libertad de mañana. Para fomentar el carácter en el niño/a hay que acostumbrarlo a cumplir los deberes que tiene consigo y con los demás.

Hay que rechazar contundentemente los castigos que tratan de mortificar físicamente al alumnos/a (castigos físicos, de rodillas, brazos en cruz, encerrarlos en habitaciones lóbregas, dejarlos sin comer…) o que lo apostrofan con durísimas palabras, pues son instrumentos de tortura o venganza que no corrigen del educando sus malos hábitos. El castigo es un mal necesario, por lo que hay que evitarlo tanto como se pueda. Los castigos deben tener carácter moral. Lo esencial es que el alumno/a se reconozca culpable. El educando ha de ver la relación entre su falta y la corrección.

Se debe armonizar la autoridad del educador con la libertad del educando. El educador ha de usar la obediencia y el respeto, o sea los preceptos y prohibiciones, no como un fin, sino como un medio de dirigir la educación. La obediencia no repugna a la voluntad, que de suyo necesita de normas. Del mismo modo que el orden social está sometido a un código de leyes que deben ser cumplidas por todos los ciudadanos/as, empleándose el castigo cuando no se cumplen, la escuela, como sociedad, ha de tener un reglamento que ha de ser cumplido por todos los miembros de la comunidad educativa, apelando cuando sea necesario al apremio. Hay que desechar tanto la escuela que aboga por la libertad absoluta, como la escuela restrictiva, porque la primera hace inadaptados sociales y la segunda, que impone una disciplina férrea, exterior y formalista, lejos de conseguir la sumisión del educando, deforma su personalidad y fomenta el odio hacia el sistema escolar y también manda inadaptados a la sociedad.

Entre la libertad sin límites y la restricción tiránica hay una gradación de matices, pero la más idónea es la que acentúa la libertad del educando: libertad tanto mayor, cuanto más convencido está el educando en el valor del orden y de la disciplina. La necesidad de la disciplina en la labor escolar es por la necesidad del orden para la realización de los fines de la escuela y porque el educando aún no tiene educada la voluntad y no hay que dejarlo a merced de sus caprichos. Suficiente libertad para que no se ahogue la personalidad del educando y la necesaria rigidez para hacer gravitar su peso ante extravíos del educando. Sin disciplina no es posible acción de conjunto, y solo para eso es la disciplina que se debe elevar a la categoría de fin en sí.

Establecimiento de normas de convivencia

De la escuela ha de desaparecer la disciplina por coacción externa y ser sustituida por otra que nazca de los propios fines del grupo. Por ello hay que poner a los alumnos/as en condiciones de que por sí mismos puedan contribuir al establecimiento de las normas disciplinarias. Los propios alumnos/as deben participar en el establecimiento de las normas disciplinarias. O sea, los propios alumnos/as deben participar en el establecimiento de las normas de convivencia del centro escolar y en el tipo de sanciones que se deben aplicar a aquellos que las incumplen. La disciplina ha de basarse en la aceptación de los principios de conducta. Los episodios de disciplina y convivencia se deben entender como materia educativa. Y se consigue potenciando los valores morales y el sentido de la responsabilidad.

Se debe evitar que el alumno/a conceda demasiado valor a las notas

El trabajo escolar no debe ser premiado ni castigado, pues los alumnos/as han de encontrar la satisfacción en la realización misma del trabajo y en el cumplimiento del deber. Y sin embargo, no hay actividad humana que esté sometida a la calificación como el trabajo escolar, que viene a ser un premio o un castigo, con la circunstancia agravante de ser comparado el trabajo de cada uno con el de los demás, pues los exámenes y su consiguiente calificación se hacen en función de la media de la clase. Si un examen es aprobado por la mayoría es porque es demasiado fácil y el profesor/a puede ser tildado de blando; si solo lo pasan una minoría es demasiado duro, por lo que esas pruebas son cambiadas para que siempre esté equilibrado el número de suspensos y de sobresalientes.. Hay profesores/as que creen ganarse el prestigio siendo exigentes suspendiendo a troche y moche. Para calibrar el progreso del alumno/a y hacer que se esfuerce se debe comparar su trabajo actual con el que hizo anteriormente e ir mostrando sus progresos a él solamente.

La emulación es necesaria en la escuela, no lo discutimos, porque no siempre hay los suficientes estímulos para el trabajo, y con la emulación se puede despertar esa falta de interés. Pero hay que evitar que la emulación se convierta en rivalidad, que puede degenerar en pasión antipática. La emulación, que es un poderoso impulsor de las energías de los alumnos/as, debe ser encauzado evitando que sea origen de soberbias y de humillaciones, de enemistades y de disgustos. La emulación, como excitante al trabajo, solo se ha de emplear cuando llegue el momento en que el joven o la joven encuentren en sus acciones mismas el estímulo que les mueva a realizarlo. Pero siempre hemos de tener en cuenta que el gobierno de sí mismo es el ideal a que tiende la Pedagogía, o sea dejar al educando en condiciones de que terminada la acción educadora de la escuela, pueda gobernarse a sí mismo y completar su educación en la escuela de la vida. El gobierno de sí mismo está relacionado con la educación de la voluntad y de la educación moral.

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