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FAMA CRIMINAL Y MORBO, por José Biedma López

Diana, diosa de la caza, Escuela manierista de Fontainebleau. Se cree que es retrato de Diana de Poitiers, famosa cazadora y amante de Enrique II.
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Diana, diosa de la caza, Escuela manierista de Fontainebleau. Se cree que es retrato de Diana de Poitiers, famosa cazadora y amante de Enrique II.
lunes 07 de diciembre de 2020, 10:06h
FAMA CRIMINAL Y MORBO, por José Biedma López

Sentenció el clásico que Fama es hermana golfa y ramera de Gloria. Le faltó por añadir que Fama es también ocasionalmente su hermanastra criminal y drogadicta. La gloria, laurel merecido, tiene un pie en la historia y otro en el más allá, en las hazañas, conquistas, obras e invenciones memorables de las grandes mujeres y varones del pasado que quisiéramos consagrar en la eternidad, o en el Cielo de los Justos, a quienes Dios acoge en su inimaginable seno.

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Sin embargo, hay quienes creen que la gloria no es más que un sueño y la fama, aun efímera, es más hacedera y rentable. De hecho si no todos, casi todos lo héroes y heroínas merecedores de gloria acabaron sus días trágicamente. La fama es la popularidad y lustre que algunos consiguen vivos en la Tierra, o antes de ser polvo terrenal, incluso haciendo lo que no se debe hacer y hasta echando oportunos polvos.

Ya en la secundaria, los chicos y chicas combaten por la popularidad. Todos o casi todos quieren ser “populares” y a veces lo consiguen actuando como verdaderos cabritos o vampiresas. Detrás de la fama corren locos de atar e idiotas integrales, que la buscan acosando a débiles, sacrificando a inocentes o destruyendo bellezas. El hecho no es nuevo. La misma noche que nacía el gran Alejandro en Macedonia, un 21 de julio del 356 a. C., el efesio o adefesio Eróstrato pegó fuego al templo de la diosa Artemisa (a la que los romanos llamarán Diana). Confesó el infame que su único fin era lograr renombre a cualquier precio, aún destruyendo una de las Siete Maravillas del mundo antiguo y provocando que las llamas devoraran en un rato el trabajo de artistas, artesanos y peones durante los ciento veinte años que duró su construcción, comenzada por el rey Creso de Lidia. ¡Lo peor, que Eróstrato lo consiguió y su nombre aparece en todas las buenas enciclopedias, en papel o virtuales!

Los buscadores telemáticos no sólo te ofrecen hoy la relación completa de los asesinos famosos de los últimos tiempos, sino también sus alias: “Pogo el Payaso”, “El Lobo de Moscú”, “La Bestia”, “El Monstruo de los Andes”, “El Sádico del Charquito”... La Wikipedia ordena a degenerados sociópatas y psicópatas criminales por número de víctimas. Ese es un ranking de maldad. La verdad es que los asesinos modernos lo tienen crudo para hacerse famosos escalando esas listas contra la naturaleza humana, porque ya no basta cargarse en serie a la gente inocente o a las vulnerables chicas que pasaban por allí o hacían la calle, además hay que practicar la magia negra, la necrofilia, el canibalismo, el vampirismo o la cacotanasia... También son de estimar, a parte de la pericia homicida, ciertas características estéticas del delincuente, por ejemplo, al asesino con el aristocrático nombre de Tiago Henrique Gomes da Rocha, brasileño homófobo con treinta y nueve víctimas confirmadas en tres años (2011-2014), le llamaron “El Asesino Guapo”.

Uno no sabe qué raras y atávicas tendencias o necios instintos desatan los asesinos en serie para que existan mujeres tan aburridas que encuentren placer en cartearse con ellos y solicitar su amor…, sin embargo…, ¡eso sucede! El polaco Wladyslaw Mazurkiewicz, con seis víctimas confirmadas y al que se atribuyen treinta, fue un gran seductor al que se llamó por ello “El Caballero Asesino”; no obstante, su propósito no era la fama, sino el lucro.

Aunque las mujeres asesinan poquito y de forma menos violenta, como decía Nietzsche: puestas a ser malas, son “mejores” (quede claro que este adjetivo entrecomillado no tiene aquí un significado ético, sino meramente técnico). La rusa Sofía Jorqurra, llamada Madame Popova, se cargó a trescientos hombres adultos ayudando a otras colegas a deshacerse de sus maridos, pero fue por dinero, no buscando renombre.

Es famoso el caso de la húngara Erzsébet Báthory, La Condesa Sangrienta (1585-1610), que cogió la extravagante costumbre de bañarse en sangre de doncella. Se confirmó su asesinato de ciento ocho jovencitas, pero los historiadores sospechan que vampirizó a más de seiscientas. Sus crímenes sólo le supusieron un arresto domiciliario. ¡No sé cómo no temía que su sangre azul se volviera morada con tanta roja derramada en su bañera!

Miyuki Ishikawa, la Matrona asesina, se cargó en Japón en cuatro años (1944-1948) a 103 bebés a su cuidado, eso, que se supiera con certeza, porque se le atribuyen más asesinaditos. Por puro hedonismo, la chilena Catalina de los Ríos y Lisperger “La Quintrala” asesinó a más de cuarenta hombres adultos. “El Ángel de la muerte de Bremen” (Gesche Gottfried, 1813-1826) logró hacerse también famosa tras liquidar a quince personas, entre familiares y amigos. Como Jeanne Weber “La Ogresa de Goutte d’Or”, la de Bremen padecía síndrome de Münchausen por poderes, o sea inventaba o provocaba enfermedades en los niños que cuidaba, con el fin de asumir todo el control y hacerse imprescindible.

El “síndrome de Münchausen simple” es aquel trastorno mental que padece quien se lesiona a sí misma buscando la atención de médicos, amigos o familiares. Esta búsqueda desesperada de la atención ajena (“¡papá, mira lo que hago!”), como la compulsión del "querulante" (así llaman los jueces a quien no se harta de litigar en tribunales poniendo denuncias a diestro y siniestro) o la pasión del quejica (tan frecuente y narcisista), pueden estar en la base del gusto por el famoseo o, mejor dicho, de la aspiración a hacerse famoso.

Todos solicitamos la atención de los demás, queremos que nos escuchen, aunque no tenemos ni ganas ni tiempo para escuchar a los de más. Lo cual crea una asimetría fatal y explica el éxito crónico de programas como “Hablar por hablar” (SER), que elevó al estrellato mediático a Gemma Nierga por su extraordinaria pericia en escuchar sin juzgar, habilidad rara y muy meritoria.

Tuve una alumna tan “étnica” como avispada y ambiciosa. Al preguntarle qué quería ser de mayor, no lo dudó: “¡Quiero ser famosa!”. Debió ser por entonces cuando escribí unas notas sobre los motivos del famoseo definido como aspiración a ser famoso y como gusto por saber, ver, seguir e idolatrar a los famosos (clubes de fans, es decir de fanáticos): 1. Necesidad de encarnar fantasías e ideales; 2. Alivio de olvidar miserias y derrotas. 3. Distrae de preocupaciones, temores y miedos. 4. Llena el vacío amoroso, o sea, el aburrimiento. 5. Procurarse la atención de todos o de casi todos.

Una cosa es tener prestigio por el desempeño de un oficio o ser considerado una persona honrada o, como dicen los usamericanos: “un miembro honorable soporte de la comunidad”, y otra cosa muy distinta es ser un famoso o una famosa televisiva. En este caso, lo que prima, es el morbo. He sido inquieto testigo de cómo esta palabra “morbo” ha ido perdiendo sus connotaciones originales, negativas, para ir ganando otras bastardas, positivas, en la red mediática. El latín ‘morbus’ así como sus derivados, “morboso”, “morbosidad”, hacían referencia a lo enfermizo, a la atracción perversa por lo desagradable, feo o malvado. Séneca definía las bajas pasiones como “morbos del cuerpo o del ánimo” (morbos corporis vel animi). Sin embargo, he aquí que de pronto, en unos pocos años, se dice que una relación o un partido de fútbol son famosos y no te los debes perder porque tienen morbo. Es una prueba de lo que podríamos considerar franca decadencia moral o morbilidad psicológica generalizada, una parafilia vulgar, como la atracción por lo sádico y sangriento, un extremo tan contrario a las fobias como insalubre y peligroso. En epidemiología, tan de moda por desgracia hoy, la morbilidad es el conjunto de estados patológicos que caracterizan el estado sanitario de un país.

Reconozco que me seduce la morbidezza del manierismo italiano, su morbidez. Mea culpa! Esa característica estética iba ligada en su origen a cierta grandeza miguelangelesca, aunque la atemperaba con cierto gusto, un interés refinado y erótico por lo blando y lo delicado (v. el retrato de la Diana de Fontainebleau). Pero el morbo ha acabado por degenerar en pornografía sentimental.

¿Vivimos una nueva época manierista tan delicada como la salud de nuestros mayores y el cuidado que les prestamos, tan blanda como la actitud de gran parte de nuestra juventud ante las dificultades…, que en cuanto sufren una contrariedad, por mínima que sea, se vienen abajo?

No lo sé, pero sí sé que la mayoría de nuestros famosos ni merecen la gloria ni dan buenos ejemplos, más bien se hacen populares contagiando actitudes morbosas, enfermizas. Y no nos engañemos, ya son los monitores los que educan –o adiestran-, más que los verdaderos maestros, tan invisibles, cuando no infamados.

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