PEREJIL, por José Biedma López

No hay nada nuevo bajo el sol –sentenció el sabio Cohelet. Por lo visto, ya había que tener cuidado en el pasado con ciertos piropos. La coplilla parece más chusca que obscena. ¿Tal vez iba la niña “emperejilada”? Por perejiles se entendían los llamados hoy “complementos”: aderezos, arreos femeniles, adornos con que engalanan sus gracias, más o menos voluptuosas, las hijas de Eva y, cada vez más, los hijos de Adán. Pero, ¿cuál es el sentido erótico del perejil?

Si usted quiere seguir profundizando en el valor escabroso de esta apiácea atienda –a modo de adivinanza- a la canción que endilgaba a su marido la mujer de un hortelano:

Desde que te fuiste, Pepe,

el jardín no se ha regado;

la hierba buena no crece

y el perejil se ha secado.

Enseguida os precipitaréis a suponerle al perejil méritos afrodisíacos y connotaciones sensu o sexuales. ¡Pícaros! Esto sólo quiere decir, para almas puras, casi angelicales, que sin pertenecer ni por el forro a la familia de las plantas acuáticas el perejil necesita mucha líquido elemento para su desarrollo.

No obstante, es verdad que en la mitología vegetal se incluye al perejil entre las hierbas eróticas, con el ciclamor, la menta y el comino. Alrededor de sus hojas dentadas, de sus umbelas con flores diminutas y verdosas, de sus simientes microscópicas, el pueblo ha tejido desde antiguo una guirnalda poética.

No remedia el perejil el mal de amores ni da sangre para las venas como las habas (a las que uno no sabe bien por qué místico motivo, Pitágoras, descubridor de la escala musical, consideró tabú), ni añaden fósforo al cerebro como los higos, ni proteínas para los músculos como las legumbres, pero comido con asiduidad –eso dice la creencia piamontesa- el perejil hermosea a los feos. No extraen de su raíz ninguna panacea, pero confían los sicilianos que no habrá mujer que lo pruebe a quien no le crezcan y se le afirmen los pechos y se le engruese la leche alimenticia si está criando. A los sicilianos hay que hacerles caso, porque su isla, Trinacria, es crisol de muchas culturas y porque suelen vivir mucho y alegres aquellos isleños.

Ginés Alberola, gran conocedor de la mitología vegetal, afirma que alguna justificación ha de haber para que la imaginación popular haya llegado a crear estas y otras fantasías en torno a hierbecilla tan modesta. ¡Y tan vigorosa! Pues contando con agua suficiente crece que se las pela en esa cinta de tierra que llamamos Región mediterránea:

Si los besitos salieran

como sale el perejil,

más de una niña tuviera

la cara como un jardín.

Sin duda encontraron los romanos, que se apropiaron de las dos orillas del Mediterráneo, virtudes medicinales en el Petrosilenum crispum: diurético, diaforético, estimulante, sudorífero… Usaban todas las partes de la planta, en zumo, en emplasto, con las que combatir la infinidad de males que aquejan al complejo y frágil organismo humano. Por supuesto, también como condimento en las artes culinarias, que hoy parecen haber reemplazado con su espectacularización mediática a todas las demás. Olor suave, sabor acre, el perejil neutraliza el ajo o lo equilibra en el “ajillo” con que se guisan pescados y mariscos…, no hay chef que prescinda del perejil, sobre todo como aromatizador. Desde la aristocrática tortilla “de finas hierbas” a la más humilde salsa española, en casi todas nuestras comidas se usa, ¡hasta en la sopa! Aunque la cocción elimina parte de sus vitaminas. El perejil fresco es rico en vitaminas K, C y A. No por casualidad, Carlomagno, tipo listo, decretó el cultivo del perejil en sus campos.

Y a los que se hallan perplejos ante una elección difícil, podemos decirles, sin mojarnos y sin compromiso, que tengan cuidado no sea que “huyendo del perejil, les salga en la frente”.

Del autor:

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