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EL ESPÍRITU DE LA DANZA, por José Biedma López

EL ESPÍRITU DE LA DANZA, por José Biedma López
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A Irene Cano Martínez, bailarina.

“Sin la danza no hay en mí ni alivio ni felicidad”

Nietzsche

EL ESPÍRITU DE LA DANZA, por José Biedma López

Nuestro goce sensual en su forma más general y animal depende del olfato, del gusto, del tacto, más primitivamente nuestra sensibilidad y sensualidad dependen de estos sentidos, el olfato un tanto atrofiado, que de la vista o del oído. Algo parecido sucede con otros sentidos internos, peor conocidos, que están relacionados con el movimiento, el bienestar o malestar: dolor, placer, equilibrio, calor, frío, posición…

No obstante, los goces y emociones más bellos y sublimes, propiamente humanos, son técnicos, “técnicos” en el sentido antiguo, griego, de la tejné, ya que además de útiles son artísticos, amplían función y reclaman armonía. Estos dependen del oído, sentido del miedo, y de la vista nacida de la luz, hija del Sol. Por estar asociados al conocimiento superior, intelectual, llamaron los psicólogos a la vista y al oído sentidos noológicos.

Lechuza y Topo son símbolos de los modos del conocer humano, mochuelos de ojos soberanos y topos auditores. Más allá del sentimiento de plenitud que pueda proporcionarnos un amanecer con su aurora de dedos de rosa y doradas arterias de sangre brillante, o el encanto que encontramos en el trinar de pájaros, fueron objetos duros, hueso, piedra o metal, los que proporcionaron a nuestros antepasados no sólo el papel pasivo de receptores de belleza, sino el más noble ya activo de creadores de armonías y consonancias, a parte de la ampliación de poder y dominio que supuso la fabricación de instrumentos.

En algún momento, después de la última glaciación hace miles de años, las artes literarias debieron determinarse como largos caminos por los que las almas podían explorar mundos, tanto el exterior como los interiores laberintos del alma, al recoger la memoria. Dicen que fue un rapsoda ciego que en su noche que parecía eterna hizo arder primero la corona del sol en la música de las palabras y que por eso llamó a sus versos con nombre de flor: helio-tropos.

Podemos distinguir estas dos sendas matemáticas (de mathema, saber) por donde se cultivaron las emociones estéticas: ora las cosas bellas e ingeniosas creadas para los ojos, ora las creadas para los oídos (la música). Sin embargo, estas dos vías se unen en un arte: la danza, en la que se integra lo espacial y lo temporal (movimiento y ritmo). El baile permite el goce simultáneo de ambos sentidos: vista y oído. Lo expresa –o mejor será decir, lo canta- Valle-Inclán bajo la inspiración de su Lámpara maravillosa:

En las creaciones del alfabeto, la luz es un medio para el conocimiento, pero la esencia que exprimen las letras es de la música. Solamente en el baile se juntan los sutiles caminos de la belleza, sonido y luz, en una suprema comprensión. La armonía del cuerpo perdura en la sucesión de movimientos por la unidad del ritmo. El baile es la más alta expresión estética, porque es la única que transporta a los ojos los números y las cesuras musicales. Los ojos y los oídos se juntan en un mismo goce, y el camino craso de los números musicales se sutiliza en el éter de la luz. En la luz está la purificación de todas las cosas. Los sonidos son más de la sustancia de las horas, más yuxtaposición de un instante con otro instante. Todo el sistema de las palabras es un sistema de larvas, de formas embrionarias, de matrices frías que guardan yerto el conocimiento de las ideas adquiridas bajo el ritmo del Sol.

La suprema belleza de las palabras sólo se revela, perdido el significado con que nacen, en el goce de su esencia musical, cuando la voz humana, por la virtud del tono, vuelve a infundirles toda su idealogía [sic].

No extraña que, antes que Valle-Inclán, un esteticista como Nietzsche creyera que la danza es máxima afirmación de Vida, que el sofista bigotudo simboliza en el espíritu dionisíaco, pues Dionisios (el Baco romano) es señor de la borrachera, pero también de la danza. Nietzsche exige a su “superhombre” ligereza. El bailarín es ligero como el viento. Las almas ligeras se religan con el cosmos y vuelan hacia la libertad, pero el baile es también la glorificación del cuerpo finito, liberado del “espíritu de la pesadez” que impide al hombre ser libre.

Los moralistas, picados por el veneno paralizante de la tarántula, que es el veneno de la igualdad y la venganza, no bailan. “Mi Alfa y mi Omega es que todo lo que es pesado y grave llegue a ser ligero; todo lo que es cuerpo, bailarín; todo lo que es espíritu, pájaro”. El bailarín escucha los instintos de su cuerpo y sabe transfigurar su fuerza y poder en gracia. Sabe ser a la vez tierra y cielo. La expresión de su gran salud es un éxtasis en el que arde como llama.

En un poema de 1906, Rilke describe como “llama” el ensanche convulso y ardiente, violento y claro, de una bailarina española:

Con una mirada enciende su pelo

y echa girando de golpe con atrevido arte

todo su vestido en este incendio

del que, como espantadas serpientes,

se estiran crepitando lo brazos desnudos, despiertos.

Poco le resulta el fuego, así que la danzante lo arroja al suelo “dominadora, con gesto altanero” hasta que saludando con una sonrisa dulce levanta la cabeza y lo aplasta con sus pies menudos.

Este año nos quedamos sin feria y sin baile. Corren malos tiempos para la discoteca y la danza. Uno está cojo y a pesar de eso la añora. Sin duda algo de “humano demasiado humano” esencializa en el hecho de que bailemos. Bailan también los animales, aunque sólo en épocas de celo. Corren también malos tiempos para el tacto y los abrazos. Fue el vals, que oiremos al menos en Navidad, el primer baile táctil, agarrado, de Occidente. Ese tres por cuatro sigue molando, como todo lo que es en sí bello.

La pandemia parece más propicia para despertar o recuperar cultos apolíneos, que dionisíacos. Toque de queda. Y ¡menos mal que como sombras de llamas, bailan las imágenes en las pantallas! En el fondo de esa caverna como fieles y domésticos simulacros desfilan, crepitan, pelean y se agitan ídolos e iconos cosmopolitas. Imitan vidas, recuerdan danzas. “En danza” nos halló el virus. ¡Toque de queda! ¿Podremos decir, al menos, ¡que nos quiten “lo bailao”!? Un tango lento, un pasodoble o una milonga podrás marcarte todavía en la alfombra. No lo dejes, baila.

Sobre la concepción nietzscheana de la danza: “Nietzsche y la expresión vital de la danza. Otra forma de lenguaje” por Luis Enrique de Santiago Guervós.

https://www.danzaballet.com/nietzsche-y-la-danza/

Del autor:

http://mojigangasypamplinas.blogspot.com/?m=1

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