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El CAPRICHO DE HADAS, por José Biedma López

El CAPRICHO DE HADAS, por José Biedma López
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lunes 23 de noviembre de 2020, 09:20h
El CAPRICHO DE HADAS, por José Biedma López

Como en muchas otras ocasiones durante siglos, habíanse reunido las hadas para repartir regalos entre los recién nacidos. Hermanas del Destino, las había enormes como Titania y diminutas como Campanilla, bondadosas como la madrina de Cenicienta y malignas como Morgana, pero todas eran seres espirituales, inmortales, de larga cabellera, pie diminuto, talle esbelto y piel traslúcida, su belleza tan misteriosa y peligrosa como su capacidad de seducción. Caprichosas madres de la alegría y del dolor, las había malhumoradas, retozonas y pícaras, jóvenes e inocentes y apergaminadas como mujeres hermosas entradas en años pero que conservan el hechizo romántico y permanente de las ruinas, incluso las había desgarbadas y ojerosas con mirada fascinante y otras que cifraban su belleza, mejor que en su mirada o en su etérea figura, en el misterio cristalino de su voz.

Todos los padres que creen en las hadas (como el creador de Sherlock Holmes, que escribió sobre ellas) vinieron en sueños, con sus nenes en brazos. Dones, facultades, habilidades, azares favorables, circunstancias invencibles, disposiciones naturales o sobrenaturales…, formaban un montón cerca del tribunal de reparto. Chocaba saber que los regalos no eran premios conseguidos con esfuerzo o ameritados por los padres, sino gracias, a veces sin-gracias, concedidas a quienes empezaban a vivir, aptitudes que determinarían su destino y podían convertirse tanto en una fuente de logro y dicha como de desgracias, frustraciones y sufrimientos.

Se las veía estresadas a las hadas ante la muchedumbre de los suplicantes, ya que el mundo intermedio entre nosotros y Dios está también sometido al verdugo insobornable del tiempo y al látigo de sus prisas. Miraban las agujas de un enorme reloj con la misma impaciencia que las funcionarias que no pueden dejar de pensar en sus hijos pequeños, en el almuerzo, en su madre enferma, en su amante infiel o en sus queridas zapatillas.

Si en la justicia sobrenatural se emiten dictámenes dudosos y sentencias precipitadas, ¿cómo extrañarse o escandalizarse de que nuestros jueces humanos –demasiado humanos- se equivoquen de vez en cuando? Aquel día se cometieron –como otras veces- bastantes disparates, absurdos despropósitos, que podrían ser incluso considerados como crueles abusos si no fuera porque forma parte de la sobrenaturaleza de las hadas el ser menos prudentes que caprichosas, como si al distribuir los regalos se dijeran curiosas “¡a ver qué pasa!”.

Por ejemplos: Se concedió la habilidad para el dibujo a un ciego; el poder para atraer dinero al hijo único de un ricachón, el cual, falto de caridad y de codicia, lamentaría ya adulto el agobio de sus millones. Se dotó de aduladores a las niñas guapas, ¡cuando maldita la falta que les hacían alrededor babosos y moscones! Para colmo, la potencia poética se le concedió al hijo de una miserable drogadicta, que pronto lo abandonó en un asilo social, incapaz de contribuir a desarrollar su facultad lírica ni aliviar sus necesidades más perentorias. Sin embargo, la distribución de las antojadizas hadas es tan solemne como incondicionada e inapelable, igual que una sentencia por asesinato premeditado y alevoso en Arkansas.

Puesto que ningún “regalo” quedaba en el montón, ya se levantaban aquellas angelotas y angelitas creyendo haber concluido una tarea que a muchas se les antojaba fastidiosa, cuando un buen hombre con apariencia de tendero se agarró al vestido irisado del hada más próxima implorando a grandes voces: “¡Oiga, señora, se olvida de mi pequeño!”. El hada miró al niño y al lugar vacío de dones y miró al padre encogiendo sus delicados hombros desnudos con un puchero en la cara, significando que ya no había nada más que arrojar a la chusma humana. Sin embargo, recordó al instante una ley que todas conocían, aunque raramente aplicaban y que faculta a los seres feéricos, incluidos duendes y silfos, en ciertos casos singulares y cuando se han agotado los dones, para añadir uno excepcionalmente, siempre y cuando se tenga la suficiente imaginación para crearlo en el acto de la nada, potestad divina.

Por consiguiente, el hada, abriendo sus bellísimos ojos color añil (tal vez era el hada de Pinocho), compasiva, con la calma y solemnidad propia de su rango, contestó: “Doy a tu hijo…, le regalo…, ¡el don de agradar!”.

‒ ¿Agradar?, ¿cómo?, ¿agradar para qué?, preguntaba el padre contrariado, incapaz de elevarse hasta la surrealista lógica feérica.

‒ ¡Porque sí!, ¡porque esa es mi ocurrencia! –replicó el hada airada, a punto de cabrearse, dándole la espalda, mientras preguntaba retóricamente a sus hermanas y compañeras-: ¿Qué os parece este tipo insolente que lo quiere entender todo y que, después de conseguir para su hijo el mejor de los regalos, todavía se queja, reclama y discute lo indiscutible?

Hay quien piensa que las hadas son ángeles confundidos por el encanto de Lucifer, que participaron de su rebeldía pero que arrepentidos no cayeron en su infierno nihilista, sino que vagan por la Tierra y alrededores como un limbo en el que a veces se comprometen y participan buscando méritos para que Dios los abrace de nuevo.

Yo no sé si esto será cierto, aunque lo he leído en autores serios.

Del autor:

Textos para la Educación de la Ciudadanía:

https://epcdebiedma.blogspot.com/?m=1

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