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LAS CUENTAS DEL GRAN CAPITÁN, por José Biedma López

LAS CUENTAS DEL GRAN CAPITÁN, por José Biedma López
LAS CUENTAS DEL GRAN CAPITÁN, por José Biedma López
Gonzalo Fernández de Córdoba nació en Montilla, donde el buen vino; segundón y temprano huérfano de padre, se vio obligado a crecer por méritos propios. Fue llamado por Isabel cuando todavía ésta peleaba el trono de Castilla con Juana La Beltraneja. En la guerra contra Alfonso V de Portugal, muy joven todavía, mandó una compañía de ciento veinte caballeros en Albuera (Badajoz, 1479). En la conquista del reino de Granada, ya con treinta años, las crónicas lo señalan como héroe en la toma de Loja (1486). En la conquista de la Alhambra no se distinguió sólo por su inteligencia militar, sino también por sus habilidades como negociador al propiciar la rendición de Boabdil.
LAS CUENTAS DEL GRAN CAPITÁN, por José Biedma López

Pero su fama creció sobre todo en Italia. Cuando Carlos VIII de Francia ensayó la conquista de Italia tuvo en frente la astucia del rey católico Fernando de Aragón. Cuando los franceses intentaron tomar Nápoles, Fernando envió al capitán Fernández de Córdoba al mando de cinco mil infantes y quinientos caballeros. Allí sufrirá el andaluz su única derrota en Seminara, pero poco después recupera Calabria ganando el apodo de “Gran Capitán”.

Atendió la llamada de auxilio del papa Alejandro VI acosado por piratas y mercenarios de Menaldo Guerri, al que apoyaba el rey francés. El Gran Capitán llevó al corsario preso ante el pontífice y éste le concedió la Rosa de Oro. Tras pacificar Sicilia regresa a España en 1498 para participar en las postreras luchas contra los moriscos. Luego vuelve a Italia en 1500 y tras vencer sucesivamente a los franceses entra triunfalmente en Nápoles. De nada le sirvió al rey de Francia enviar a Italia nuevos ejércitos que fueron derrotados en Garellano (1503).

Gobierna Nápoles hasta que el rey Fernando el Católico, envidioso de su gloria y receloso de su poder y liderazgo, decide regresarle y arrinconarle. El Gran Capitán, tal vez frustrado por la ingratitud real y la inactividad, se debilitó y falleció en Loja en 1515, el mismo año que su esposa, a los sesenta y dos años de edad. Decía que capitanes y soldados cuando no había guerra eran como chimeneas en verano.

En 2018 el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) consiguió descifrar el código de más de doscientos símbolos con que se comunicaron durante la batalla de Nápoles (1502-1506) el rey Fernando y su capitán general Gonzalo Fernández de Córdoba. Sorprendió la preocupación de los Reyes Católicos por la seguridad de las comunicaciones y lo minucioso y detallado de las instrucciones. El Gran Capitán tenía autonomía operativa, pero ceñido a lo que el rey mandaba. Las relaciones entre los “dos gallos” siempre fueron complicadas, pero el Gran Capitán mostró en todo momento al rey una lealtad indiscutible. La interpretación de estas cartas fue posible gracias a que una de ellas contaba con el texto cifrado y la transcripción debajo.

Su carisma y generosidad (liberalidad), así como su pericia estratégica y capacidad para renovar el arte de la guerra explican tanto que sea considerado un valeroso genio militar como que fuera mitificado por el pueblo llano. Se cuenta que cuando la tienda de la reina Isabel fue incendiada en el cerco de Granada, Fernández de Córdoba hizo traer todos los vestidos de su esposa, Luisa Manrique de Lara (1489-1515). Cuando Venecia le agasajó y regaló con enormes riquezas por haber librado a la república del turco (Cefalonia, 1500), el Gran Capitán hizo enviar el tesoro a la reina. Mientras estallaba el polvorín español en Ceriñola, Gonzalo animaba a sus soldados diciéndoles que eran los fuegos artificiales de la victoria.

Cuando, celoso, el rey Fernando le pidió cuentas por sus gastos en Italia, el Gran Capitán le contestó orgulloso que había gastado millones de ducados en reponer campanas averiadas por su repique a victoria y en guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, pero sobre todo había gastado en la paciencia de tener que descender a escuchar cómo el rey le pedía cuentas por haberle regalado un reino. La expresión “cuentas del Gran Capitán” ha quedado como frase hecha para una relación fantástica o exagerada en respuesta a una solicitud impertinente.

A condición de que volviera a España en 1504, Fernando le ofrece el maestrazgo de Santiago, a lo que el Gran Capitán se niega, hasta que por fin, ninguneado, se retira en Loja. Había creado el ejército profesional español, dando una renovada importancia a la infantería (que reorganizó en coronelías, embrión de los futuros y temidos tercios, y que reforzó doblando la proporción de arcabuceros, uno por cada cinco infantes). Esta base de soldados a pie y bien armados con arcabuces, lanzas, picas y espadas, la combinaba eficazmente con la caballería ligera (persecución y hostigamiento), la artillería (a distancia) y el apoyo naval. Hizo de la infantería aquel ejército formidable del que los franceses decían tras ser derrotados que “no habían combatido con hombres, sino con diablos”.

No le faltó a nuestro guerrero cordobés ingenio y sentido del humor. Melchor de Santa Cruz recoge en su Floresta española (1574) algunas de sus ocurrencias y anécdotas… Cuando Monsieur de Aubernis y sus franceses vencidos del todo abandonaban Gaeta, el Gran Capitán les proveyó de caballos y víveres para el camino de vuelta a Francia. Aubernis, soberbio, le dijo a Gonzalo que fueran caballos fuertes, dando a entender que volverían para buscar revancha. El Gran Capitán respondió: “Tornad en buena hora, cuando quisiéredes, que siempre hallaréis en mí la liberalidad que hasta aquí”. El cronista atribuye al Gran Capitán la frase que se convertiría en refrán: “A enemigo que huye, hacedle la puente de plata”.

Cuando Diego de Mendoza le preguntó por un caballero armado que se había quedado atrás en un navío, el Gran Capitán responde: “Santelmo, que aparece siempre, en pasando la tormenta”. Cuando en una batalla cayó del caballo díjole a sus tropas para que no se desanimaran: “No temáis, que pues la tierra nos abraza, bien nos quiere”. No consintió que dos caballeros italianos que habían mostrado valor quedaran sin sitio para comer en mesa. Hizo levantar a todos, diciendo: “Haced lugar a esos caballeros, que si no fuera por ellos, no tuviéramos ahora qué comer”.

Diego García de Paredes le aconsejaba que se quitase de un lugar donde castigaba la artillería enemiga… Entonces replicó: “Pues Dios no puso miedo en vuestro corazón, no lo pongáis ahora en el mío”. Ilustre, pero también ilustrado, solía repetir aquella frase de Platón: “El que quisiere ser rico, no ha de llegar [buscar] moneda, mas disminuir su codicia”. Apreciaba la literatura italiana más que la española: “España las armas, e Italia la pluma”.

Le gustaban las mujeres, pero no abusó jamás de su poder con ellas. Un padre, a cambio de un cargo, le ofreció acceso a su casa donde vivían dos hijas doncellas cuya belleza el Gran Capitán admiraba, sin embargo Gonzalo, en lugar de aprovecharse, las dotó con mil ducados a cada una para que su padre las casara… Vendía un soldado un caballo y preguntóle irónico por qué. Respondió el muchacho que porque huía de las armas; a lo que el Gran Capitán dijo: “Me sorprende que lo vendas por la razón que pensé que lo habíais comprado”.

Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar está considerado el primer militar moderno de Europa. Alcanzó honor y gloria en Italia y el pueblo, por su comportamiento ejemplar, lo convirtió en un mito. Idolatrado por sus soldados y admirado por todos, puede que al fin encontrase en su popularidad su peor enemigo. El tercio de la Legión Española acuartelado en Melilla lleva su nombre.

Del autor

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