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QUINTO CENTENARIO DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO, por Pedro Cuesta Escudero Doctor en Historia Moderna y Contemporánea

QUINTO CENTENARIO DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO, por Pedro Cuesta Escudero Doctor en Historia Moderna y Contemporánea
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Autor de “Y sin embargo es redonda”. Magallanes y la Primera Vuelta al mundo

lunes 26 de octubre de 2020, 09:22h
QUINTO CENTENARIO DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO, por Pedro Cuesta Escudero Doctor en Historia Moderna y Contemporánea
Y el 18 de Octubre de 1520 zarpan del rio de Santa Cruz, después de haberse avituallado de agua, leña y abundante pesca, que se sala. Ponen rumbo al Sur, hacia el ignoto sur. Y una notable punta de tierra se adentra en el mar. Al aproximarse se distingue un gran banco de arena sembrado de esqueletos de ballenas y una gran abertura se ofrece a la vista. Las aguas de la nueva bahía son negras, tétricas. Es un paisaje solitario, alucinante. Solo el aullido del viento rompe la soledad absoluta. A esa punta de tierra, según el santoral, se le bautiza como el cabo de las Once Mil Vírgenes.
QUINTO CENTENARIO DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO, por Pedro Cuesta Escudero Doctor en Historia Moderna y Contemporánea
QUINTO CENTENARIO DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO, por Pedro Cuesta Escudero Doctor en Historia Moderna y Contemporánea

(4ª entrega)

Al punto se ve a las naos “San Antonio” y “Concepción” estirar sus trapos y cada una por su banda se adentra por la negra boca de ese recorte del litoral. Navegan a vela henchida y a jarcias tirantes. La “Trinidad” y la “Victoria” les esperan en medio de la bahía con las anclas tiradas El cielo es herrumbroso y la mar turbiamente diáfana. Y de repente se desencadena una terrible tempestad y se teme que a las naos exploradoras no les dé tiempo de virar. Piensan que se harán añicos contra la costa del fondo de la bahía. Magallanes desde el castillete de proa otea el horizonte día y noche. Entre la marinería causa respeto, miedo y hasta idolatría, pues al trasluz y con las barbas y las ropas agitadas por el viento semeja a un trágico dios griego. Y en lontananza se distingue una columna de humo. Y otra más allá. Todos piensan que las naos “San Antonio” y “Concepción” han naufragado y que los supervivientes piden ayuda. Y cuando se disponen acudir en su ayuda ven que las dos naves regresan. Es que cuando estaban perdidos arrastrados por un aquilón se les presentó una bocana y a través de ese canal llegan a otra bahía y después a una tercera bahía. Donde habían aparecido las columnas de humo la denominan Tierra del Fuego. Todas las señales indican que están en el estrecho que les conducirá al mar que descubrió Vasco Núñez de Balboa. Y lo bautizan el 1 de Noviembre de 1520 Canal de Todos los Santos, según el calendario

Y en una encrucijada las naos “San Antonio” y la “Concepción” toman un canal mientras que las otras dos naves navegan por el otro. Es cuando la nao “San Antonio”, la mejor avituallada y pertrechada, comandada por Jerónimo Guerra y el piloto Esteban Gómez, toma rumbo hacia España. Los desertores vertieron graves acusaciones contra Magallanes, que se había deshecho arteramente de los capitanes puestos por el Emperador. Y que jamás regresaría el resto de la escuadra, pues lo más probable las naves y sus tripulantes se estarían pudriendo en el fondo del mar. La “San Antonio” se salvó porque tomaron el acuerdo de regresar a España. Se abrió un juicio declarando sospechosos los dos bandos. Se embargaron los bienes del Capitán Álvaro de Mezquita, los de Esteban Gómez, de Jerónimo Guerra y de otros cuatro más y se despidieron a los demás. Se puso vigilancia al suegro y a la esposa de Magallanes, de manera que no pudiera ir a Portugal, hasta que se entendiese lo que había pasado. Al no tener noticias de Magallanes la razón queda de parte de los desertores. Jerónimo Guerra, pariente del financiero Cristóbal de Haro, es puesto en libertad sin cargos. Y Esteban Gómez también fue excarcelado y se le dio el cargo de piloto de una escuadra que tenía la misión de apresar a los corsarios que interceptaban el comercio de las Indias. Tuvo éxito y se le confió una escuadra para hacer descubrimientos. Sin embargo el Capitán Álvaro de Mezquita se pudrió en la cárcel. Y cuando arribó Elcano no se presentó ninguna denuncia contra los desertores.

Los tres humildes barcos supervivientes, solos, saludan con descargas de artillería al océano desconocido, que es bautizado con el nombre de Pacífico. Arrastrados por la corriente de Humboldt y al filo de la costa de Chile navegan orgullosos con la esperanza de arribar enseguida a las bienaventuradas islas Molucas. Pero si a Colón en su viaje a las Indias se le interpuso la barrera del Nuevo Mundo, Magallanes se encontró con la masa de agua más imponente de toda la Tierra. El Pacífico era invisible por la cosmografía y hasta la expedición magallánica no se había fijado en los mapas lo que Magallanes creía que iba a ser una navegación de semanas resultó ser la travesía más terrible que uno se podría imaginar. Pero las humildes naves fueron las primeras en atravesar la soledad de este inmenso océano. Sin ningún control que los oriente, ni cartas de marear que los encamine, ni nadie que los socorra, ni testigos que acrediten, confieren a esta travesía la mayor de las proezas.

¡Tierra!

El 28 de Noviembre de 1520 salieron del estrecho, que la posteridad reconoce de Magallanes, y el 6 de Marzo de 1521 alguien grita ¡Tierra! Dos o tres días más en ese vacío y… En las islas que bautizan de los Ladrones (hoy Marianas) los hambrientos expedicionarios pueden saciar sus estómagos. En estas islas se abandonó Gonzalo de Vigo, que fue recogido años más tarde cuando pasó por allí la segunda escuadra en atravesar el Pacífico.

Buscando las islas Molucas tropiezan con un archipiélago que bautizan de San Lázaro (hoy Filipinas) donde hablan la misma lengua de Enrique, el esclavo que compró en Sumatra Magallanes. Hay quien sostiene que este humilde malayo fue el primero en dar la Vuelta al mundo, pues había ido con su amo a Portugal y después yendo por el camino del sol vuelve a una tierra que entiende lo que hablan. Puede que lo atraparan por estas islas y lo vendieran como esclavo en Sumatra. Y si Magallanes no completó la vuelta a la tierra poco le faltó.

La historiadora norteamericana Carla Rahn Philips escribe: “ Y al llegar a Mactán Magallanes vuelve a mostrar un sombrío delirio, al interponerse en una querella local que acaba en batalla y finalmente le cuesta la vida el 27 de Abril de 1521. Contraviene otra vez las órdenes del Rey, baja del barco y muere acribillado. ¿Y la misión? Si no fuera por Juan Sebastián de Elcano no habría concluido. Se habían desviado de su destino en Molucas (…) Y si hubiera sido mejor líder, ni la conjura de San Julián ni su muerte en Mactán habrían ocurrido”.

¡Vaya forma de interpretar la Historia! Muy pocos articulistas hacen un análisis del cometido que realizó Magallanes en las islas de San Lázaro (hoy Filipinas), solo, dicen, que se metió en líos con los indígenas costándole la vida.

La estancia en las islas de San Lázaro (Filipinas), descubiertas por el azar del destino, fue necesaria para restañar las carencias sufridas en la larga travesía por el Pacífico. Y aquí es, sin embargo, donde Magallanes muestra su grandeza y su inteligencia de gran estadista. Pocas veces se ha llevado a cabo una empresa con mayor plenitud como hizo Magallanes de que todos los rajás obedecieran al rajá de Cebú Humabón como jefe supremo de todas las islas, al tiempo que éste jura permanecer fiel y sometido al emperador Don Carlos de España. Consiguió que todos los régulos de las islas y la mayoría de sus gentes se hicieran cristianos. Todos los días acudían en tropel los naturales de las islas adyacentes para sellar el pacto de fidelidad con España y bajar la cabeza para recibir el agua del bautismo.

Magallanes convierte al Cristianismo a cientos de filipinos

¡Y en el otro extremo de la Tierra y sin derramar una sola gota de sangre! A Magallanes se le puede comparar al mayor de los conquistadores, pero con la diferencia de no hacer uso de la violencia. Consigue que se hagan cristianos sin ningún tipo de presión cientos de filipinos. Logra que se sometan a la obediencia del lejano Emperador Carlos de España. Y para que sea duradero este sometimiento hasta que regresen a estas islas, Magallanes hace que todos los rajás de todas aquellas islas rindan homenaje y acaten como su único jefe al rajé Humabón de Cebú. Así arranca una unidad política que es la base de la nación filipina. Conseguido este triunfo sin parangón, Magallanes decide rematar su misión de arribar a las Molucas. Prácticamente lo había conseguido, pues su esclavo malayo Enrique, que lo adquirió en Malaca, había arribado a sus tierras de origen dando la Vuelta al mundo.

Pero siempre ocurre lo mismo, los grandes hombres, después de haber afrontado los mayores peligros, a veces sucumben de la manera más estúpida e inesperada. El rajá Lapu Lapu de la isla vecina de Mactán, mandó una delegación a Magallanes diciéndole que se sometía al Rey de España, pero que no obedecería al rajá Humabón con el que siempre había tenido litigios. Es un asunto que el mismo Humabón hubiera resuelto, pero Magallanes cree que es ocasión propicia para demostrar la eficacia de sus armas y decide, desoyendo a los suyos, que debe darle una lección a ese obstinado isleño. Es una oportunidad de oro de mostrar el poderío de los españoles. Es una ocasión que no se debe desaprovechar, porque una lección militar es más elocuente que mil palabras. Como no tiene la intención de llevar a cabo ninguna masacre decide ir a esa isla con solo sesenta hombres, eso si, bien protegidos con las armaduras para ser inmunes a las flechas envenenadas. Y con unos cuantos arcabuzazos todos se espantarán como alma que lleva el diablo, tal y como demostraron en la isla de los Ladrones en donde no hubo ninguna baja. Que lo que demostraron a modo de diversión de dar golpes, lanzadas y cuchilladas a un hombre dentro de su armadura sin que recibiera un mal rasguño lo demostrarían a mayor escala a Lapu Lapu. Sería una expedición dirigida a propagar por todas las islas el mito de la invulnerabilidad de los españoles. El rajá Humabón le ofrece dos mil guerreros para ayudarle, a lo que Magallanes responde que un Almirante del emperador de toda la Cristiandad rebajaría su dignidad mandando todo un ejército sobre esos andrajosos. A Humabón le dice que puede presenciar el combate, pero le prohíbe que intervenga.

Magallanes, como buen pastor, se embarca en dos bateles y el esquife con sesenta hombres con coraza, rodela y yelmo y, a base de remo, se dirigen a la cercana Mactán. Y amanece el 27 de Abril de 1521. El alba recorta los palmerales de la isla de Mactán. Los ballesteros con sus ballestas y los arcabuceros con sus armas de fuego. También se embarcan algunos versos y falcones. Pero los atacantes no logran acercarse a la orilla porque una barrera de apretadas rocas coralíferas les corta el paso. Magallanes y cuarenta y nueve de sus hombres se ven obligados a saltar al agua, cuando aún falta bastante distancia para llegar a tierra firme. Como las pesadas armaduras hacen difícil la progresión hacia la playa, se han de abandonar las grebas y armaduras de brazo y piernas. Se camina con agua hasta la cintura tratando inútilmente de que no se moje la pólvora. Los once que quedan en las chalupas disparan las piezas de artillería, a fin de ahuyentar a los mactanos de las playas para que sus compañeros puedan hacer un desembarco en toda regla.

Pero la distancia hace ocioso esos disparos, lo que permite a los mactanos, ocultos tras empalizadas de bambú, lanzar una granizada de piedras, que siembra la confusión entre los asaltantes. Los arcabuces no pueden ser montados si no es tierra firme. A causa de la distancia las flechas de los ballesteros solo les hieren, lo que acrecienta su furor, haciendo que pierdan el respeto y se lanzan, cual hordas salvajes, sobre los desconcertados invasores. Repartidos en tres batallones aparecen mil, dos mil. El número de indígenas parece aumentar por momentos aullando cada vez más. Comprendiendo los nativos que los golpes al cuerpo o a la cabeza no dañan por la protección de la armadura, se ensañan con las indefensas piernas, a las que arrojan lanzas, piedras y flechas.

Muerte de Magallanes

El griterío de muerte llena de pánico a los expedicionarios, que huyen a la desbandada. Magallanes queda solo con siete u ocho incondicionales y una flecha envenenada le atraviesa una pierna. Su yelmo ha caído ya varias veces. Los isleños dirigen todos sus ataques contra él. Y un tremendo tajo en la pierna izquierda le hace caer de bruces. Y como buitres corren de todas partes al sitio donde ha caído el jefe extranjero para masacrarlo. Nadie le puede socorrer y si muchos pueden ganar el esquife y los bateles es porque los mactanos abandonan su persecución para rodear el cuerpo palpitante del jefe. Los demás importan poco.

Muerto el Capitán General se hacen cargo de la escuadra Juan Serrano y Duarte Barbosa. Y es elegido Luis Alfonso de Gois Capitán de la “Victoria”. El piloto Andrés de San Martín sugiere que a Luis Alfonso le sería de gran ayuda Elcano proponiéndolo como maestre de la “Victoria”. A lo que rotundamente se opone Barbosa alegando que fue degradado por su participación en la rebelión del puerto de San Julián. Tan agradecido estaba Elcano por este gesto de San Martín que, años después y ya moribundo en el Pacífico en su segundo viaje, lo tiene en cuenta en su testamento. Y eso que Andrés de San Martín murió en Cebú en el banquete que ofreció Humabón a los más destacados de la escuadra.

Efectivamente, Enrique, que es injuriado delante de todos por Duarte Barbosa llamándolo gandul y que continuaría siendo esclavo, trama la traición con el rajá Humabón, que se siente humillado y desprestigiado por haberse sometido a los extranjeros, mientras que el andrajoso de Lapu Lapu les ha dado una lección derrotándolos. Ofrece un suculento banquete de despedida a los dirigentes de la escuadra para degollarlos y así poder apoderarse de sus barcos y de sus armas. De esta manera volvería a recuperar el prestigio que tenía.

Veintinueve son los expedicionarios que acuden al festín que el bueno de Carlos Humabón les ha preparado como despedida con un regalo de piedras preciosas para cada uno. Son los más cualificados, capitanes, pilotos, hombres de armas, escribanos. Ni Pigafetta, ni el alguacil Gómez de Espinosa acuden al banquete por encontrarse heridos de cuando la batalla de Mactán. Cadenas, birretes plumeados o con dijes o con medallas, empuñaduras rutilantes, confieren a los invitados tal elegancia que sería la admiración de los más encopetados cortesanos de Valladolid.

Con un espeluznante alarido los confiados comensales son degollados, menos Juan Carballo y su hijo que, como zorros astutos, se dieron cuenta de la traición de que eran objeto y regresaron a las naves antes que se perpetrara la matanza.

Y Juan Carballo, autoproclamándose Capitán General, huye con la disminuida escuadra de estas islas de tan luctuosos recuerdos.

(Continuará)
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