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¿PUEDEN HABLAR MÁS BAJO?, por Sonia María Saavedra
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¿PUEDEN HABLAR MÁS BAJO?, por Sonia María Saavedra

miércoles 29 de abril de 2020, 10:34h
¿PUEDEN HABLAR MÁS BAJO?, por Sonia María Saavedra
- Un descendiente de Cervantes no puede tener faltas de ortografía - decía mi padre cuando nos descubría un gazapo en alguna redacción y ¡vaya si las he tenido! Todavía recuerdo un bronce con z en un examen de la primera evaluación de Primero de BUP, una sartén con n en la r, y un resbalar con v en una carta. Quizás lo de la z es que todavía me quedaba mucho por leer, pues todavía no había cumplido los 14 años, lo de la santén todavía no me lo explico y lo de resvalé tiene su aquel, pues para aquel entonces era muy normal en la familia decir “resfaló y cayó” tal y como uno de nuestros primos pequeños solía alegar cuando, apenas mascullando sus primeras palabras, le daba un empujón a alguien y se caía. Inconscientemente debí hacer uso de la regla aquella de que cuando el sonido b suena a f se escribe con v (dicho así deprisa y corriendo) y allí que metí la pata hasta al codo sin necesidad de resbalarme ni caerme.

Desde aquella metedura de pata que recuerdo porque, antes de enviar la carta por correo postal, le hice una fotografía que no revelé hasta meses después, me propuse nunca más cometer fallos y, aunque todavía me hago lío con los hiatos y diptongos (por favor, que algún filólogo me lo explique bien) he procurado la máxima corrección en mis escritos.

Y que nadie se acompleje por no ser un diccionario andante. Recuerdo una conferencia, allá por el año 1988, en el Paraninfo del Campus de la Merced. El invitado de honor era Don Camilo José Cela y no se me olvidarán nunca aquellas palabras que transcribo aquí “casi” fielmente: “Me siento delante de mi escritorio con un diccionario en la mesa, siempre con un diccionario, y espero a que la inspiración me venga”.

Que aquel monstruo de las letras recalcara lo del diccionario significaba que él también podía tener dudas, que él necesitaba hallar sinónimos, pulir, cuidar cada palabra, encontrar su uso exacto y eso no sólo me ayudó a tener fe en mí, sino que me animó a tomar la iniciativa de cuidar con esmero las cartas que entonces enviaba a mis múltiples amistades.

También fue decisiva mi abuela, que por una extraña razón se sinceró conmigo con su poesía. Yo no soy nada romántica, pero ella descubrió en mí una vena de sensibilidad que es la que hoy me hace escribir, sentir, latir y, en ocasiones, hasta construir poemas.

Otro problema que quizás tenga (y eso se lo tengo que preguntar a algún especialista) es que a menudo confundo la p y la b, o que me como palabras al escribir a mano. Incluso suelo olvidar los palitos finales de los números romanos (lo cual me ha jugado malas pasadas en los exámenes de Historia). Lo cierto es que no sé si es porque pienso más rápido de lo que escribo o porque padezco algún grado de dislexia. Lo he descubierto a mis 53 años, leyendo en un artículo que uno de los síntomas de esta complicación es ser diestro, pero escuchar detrás de las puertas con el oído izquierdo. Nunca he sido cotilla, de hecho, ya he pedido tres presupuestos para insonorizar las paredes colindantes a las del vecino de al lado, pero no puedo evitar pegar la oreja izquierda al tabique cuando habla de su suegra. De lo demás me entero de todo, aunque no afine la oreja.


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