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CRÓNICAS DEL BICHO (VI). LA SOFROSINE (mesura) Y NOSOTROS, por Jorge Novella Suárez, ProfesorTitular de la Facultad de Filosofía de Murcia

CRÓNICAS DEL BICHO (VI). LA SOFROSINE (mesura) Y NOSOTROS, por Jorge Novella Suárez, ProfesorTitular de la Facultad de Filosofía de Murcia
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domingo 26 de abril de 2020, 10:35h
CRÓNICAS DEL BICHO (VI). LA SOFROSINE (mesura) Y NOSOTROS, por Jorge Novella Suárez, ProfesorTitular de la Facultad de Filosofía de Murcia
En cuanto el bicho ha empezado a aflojar en su sed de muerte, vuelven los antiguos tics, parece que no preocupa el día a día y ya se quiere instalar a los ciudadanos en un futuro incierto, porque lo único cierto es que no sabemos cómo va a evolucionar esta pandemia. Y cuanto va a dedicar Europa en dinero y con qué calendario, una vez más no han sido capaces los políticos de ponerse de acuerdo, por tanto será el Consejo quien decida.
CRÓNICAS DEL BICHO (VI). LA SOFROSINE (mesura) Y NOSOTROS, por Jorge Novella Suárez, ProfesorTitular de la Facultad de Filosofía de Murcia

Cada día se aprende algo nuevo sobre el coronavirus, sabemos más que hace una semana, oigo decir a un médico especialista. De nada sirve, se desprecia a los expertos y se les estigma, por parte de aquellos “sabelotodo” (si ha pasado ya, mejor) que operan por doquier en este país y en el mundo mundial, donde un “especialista”, opino-de-todo, brama en coloquios sobre la pandemia, creando un estrés informativo que conduce a cambiar de canal o de emisora, ¡así ha subido Netflix! Dicen los expertos que no oír demasiadas noticias sobre el bicho es bueno para la salud mental. La secta de los apocalípticos y agoreros anda suelta.

En España, desde tiempo inmemorial, somos muy dados a la fustigación de lo nuestro, todo lo de fuera es lo mejor, aquí nadie sabe nada (a no ser que sea de los míos o mi cuñado). Ya señalaba Baltasar Gracián, en El Criticón, la afición desmedida de los españoles que “abrazan todos los (autores) extranjeros, pero no estiman los propios.” Llévese a cualquier plano y lo foráneo es lo mejor, la autoflagelación continúa. Así nos va.

También sucede, en grado máximo, en el campo de la Filosofía, he repasado diversos artículos en los cuales se piensa la pandemia, me aparecen autores coreanos, eslovenos, franceses, de todas las nacionalidades que quieren ya dejar con lacre que ha sido, que va a ser y cómo será la vida tras el coronavirus. También españoles, glosando la Sopa de Wuhan, texto colectivo sobre el coronavirus, donde hay de todo, como en botica, aunque lo frívolo abunda. Pero siguen en el pre y el post, ya sabían lo que iba a suceder y cómo saldremos de aquí, algunos predicen el futuro… pero del presente nada. Y es lo que interesa.

El filósofo debe ser más crítico, empezando consigo mismo. Yo soy un profesor de Filosofía que lleva cuarenta años intentando enseñar valores democráticos para hacer ciudadanos responsables, libres y críticos. Pero también, entre otros temas, nos ocupa el mal y tratar de paliar los efectos de éste. El dolor que sufren todos aquellos a quienes el bicho les ha arrebatado un ser querido. Ser capaces en medio del luto de reconfortarnos entre todos, pues somos víctimas a medio y largo plazo.

De ahí, que me ha gustado Emilio Lledó, porque sitúa en el plano vital de los hombres y mujeres cómo afrontar esta plaga de dolor, zozobra e incertidumbre. Le preguntan por la muerte y manifiesta: “también es consolador mirar la vida de uno y encontrar que en ella hay cierta coherencia desde el principio hasta el final. Recordar tu vida y no avergonzarte. Saber que te has podido equivocar, seguro, pero que nunca has hecho daño a nadie ni has intentado perjudicar a nadie”. El maestro en su sabiduría es como un centauro viejo, como un nuevo demiurgo que nos retrotrae a su amada Hélade, la Grecia clásica, a sus queridos estoicos y epicúreos. Serían muy necesarias la apatía y la ataraxia en estos tiempos de vocinglería y mala sangre.

El estoicismo no es mala filosofía para arrostrar, conllevar y vencer al bicho insaciable. Por naturaleza sabemos que somos mortales y que hemos de morir. Séneca afirmaba que “Filosofía es aprender a morir”. Tenemos que aprender que no podemos vivir como si esto fuera a durar siempre, a no perder el tiempo en desvaríos, en procurar ser buenas personas. Cuando alguien se nos va y son tiempos de desolación, nos consuela el decir que ha sido una persona buena. Y la turbación será mucho menor, haremos un duelo distinto, de un modo impasible e imperturbable, pues no hay otra posibilidad. A ver si como dice Emilio Lledó, “me preocupa que esto sirva en cambio para ocultar otras pandemias gravísimas, plagas como el deterioro de la educación, de la cultura y del conocimiento”.

Nosotros no nos podemos cansar, tenemos que seguir luchando con prudencia, templanza, moderación, coraje y autoestima. Eso es la sofrosine (la mesura) de la que habla Lledó, el equilibrio, carácter y solidez de nuestra mente.

Opinólogos, insultadores de oficio, especialistas en autoflagelación, difamadores de bulos… uníos a la sofrosine, que queremos y necesitamos todos, para vencer al bicho y sus secuelas.

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