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Me gusta el vértigo de los tacones
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Me gusta el vértigo de los tacones

lunes 11 de septiembre de 2017, 11:13h
Mantenerse erguido sobre doce centímetros de estrecho tacón , conservar una postura digna y no perder la sonrisa, mientras tratas de coger un tren en hora punta saliendo de tu casa tres minutos antes, debería ser considerado como un plus extra de la virtuosidad, por lo poco creíble.
Para pintar cuatro rayones y te los coticen en bolsa hay que demostrar previamente, que sabes hacer una capilla Sixtina sin que falte ni un solo angelote soplando vientos.
Para gobernar un país, no se requiere tener ninguna enseñanza previa, con dar en el momento adecuado con el respaldo idóneo, tener un fajo de acciones bien colocadas y desparpajo para soltar la mayor burrada, mientras se mantiene una inocente mirada de... si se ha roto un plato, yo no he sido, debería bastar, aunque lo principal, es que todo el mundo te considere incapaz, cosa que despierta resignada desesperación por un lado, pero a la vez genera la ternura suficiente que produce la inocencia, porque otra cosa no se entiende.
Para ser una buena oposición, solo hay que seguir las reglas del juego democrático, osea, decir lo mal que lo está haciendo quiénes están gobernando, exigirle que cumpla las tres tonterías de rigor y sobre todo apoyarle en los momentos difíciles que lo requiera el país, como ajustar medidas drásticas, aprobar leyes, que aunque impopulares, siempre son necesarias para mantener la cordura y la unión del sistema, que para eso se es responsable con la confianza que le dieron unos votos.
Porque la otra manera, la de no estar de acuerdo con las medidas propuestas, querer dar tu opinión sobre asuntos que comprometen tu futuro, que la injusticia, ya se sabe que solo produce hambre, aunque curiosamente en la misma proporción no quita caviar del plato, no es lo idóneo para un país,
protestar no está de moda, es antisolidario, quiénes practican este arte, solo son insensibles, que sólo quieren llevar a la destrucción el trabajo hecho hasta ahora con la solidez que requiere el gozar de la tranquilidad de que se tienen bien amarrados todos los cabos posibles, que pudiesen arrastrar a la horca a toda una institución.
Alegar a los derechos de la población, que nos pasamos por el forro de las conveniencias, es un arma socorrida y a la vez una ironía, porque el ejercicio de esos derechos es lo que se pide, equivocados o no.
Querer romper un país, es antidemocrático y sobre todo anticonstitucional, que aunque la euforia, el desconocimiento y las prisas, son malas consejeras, para esto se redactó y firmó en su momento. Si el capitán lleva el agua al cuello, la tripulación tenemos el deber de sostenerlo en alto para que no se nos ahogue, sin perder la compostura.
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