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ARMADURAS OXIDADAS, por José Biedma López

ARMADURAS OXIDADAS, por José Biedma López
martes 09 de junio de 2020, 11:15h
Robert Fisher (1922-2008), al que todo el mundo llamaba Bob, no tiene nada que ver con el genial y extravagante campeón de ajedrez, al que todos llamaban Bobby. El primero se ganó la vida escribiendo para el teatro, el cine y la televisión. ¡Fue guionista nada más y nada menos que de Groucho Marx! Es recordado también por sus cuentos, muy sencillos, como El búho que no podía ulular. Sus padres búhos intentan desesperadamente enseñarle a hacer lo propio de la especie y le obligan a pollo a decir “Who!”, que en inglés significa Quién, pero él responde una y otra vez “Why?”, que en inglés significa Por qué. La comunidad de búhos en asamblea nocturna lo margina y él, vagabundo, se asocia con otro “disidente”: un pato que en lugar de decir “cuac” como todos los patos, sólo es capaz de decir “cuic”. No deseo reventarle al posible lector el cuento, por si quiere aprender de él.
ARMADURAS OXIDADAS, por José Biedma López

Pero Bob Fisher fue reconocido como autor sobre todo por El caballero de la armadura oxidada (1987), considerado como ejemplo de los comerciales libros de autoayuda. El pobre caballero lleva tanto tiempo buscando honra y fama a base de liquidar dragones, liberar doncellas y entablar cruzadas contra el infiel, que no puede ya quitarse la armadura, ésta, naturalmente, es metáfora de esa segunda piel que todos echamos, como costra espesa y asfixiante, a la que María Zambrano llamaría la piel del personaje que representamos ser y no de la persona que somos o podemos ser. Aunque nuestro caballero cambia todos los años de caballo y ha conseguido un castillo elegante para su familia, su mujer Julieta y su hijo Cristóbal ya no le soportan porque ni siquiera le ven bajo el acero de la coraza; ella se ha dado a la bebida y el hijo no le habla. El tampoco les escucha.

La armadura le impide reconocer sus verdaderos sentimientos. Deberá buscar en los bosques el consejo de Merlín el mago, donde el sabio druida le exigirá recorrer el Sendero de la Verdad, que incluye sucesivamente tres castillos: el del Silencio, el del Conocimiento y el de la Voluntad y Osadía. En el castillo del Silencio descubrirá su verdadero yo, una criatura débil y angustiada, dependiente de la opinión y el cariño de los demás, pero falto de autoestima. Por eso se puso la armadura, porque se creyó en la obligación de demostrar a todo el mundo que era un caballero bueno, generoso y amoroso, incluso liberando a doncellas que no querían ser liberadas. Una ardilla y una paloma acompañan al personaje. Ellas aceptan lo que son y son felices con ello, sin embargo el caballero no recuerda a ninguna persona que sea feliz simplemente por ser persona.

Las lágrimas sinceras le permiten por lo menos liberarse del yelmo, cortarse el cabello, afeitarse la barba y comer sólido. En el Castillo del Conocimiento no hay antorchas, sino que la luz la pone el inquilino según lo que aprende: “cuantas más cosas sepas, más luz habrá en el interior del castillo”. En sus paredes hay preguntas. Una de ellas inquiere: ¿Habéis confundido la necesidad con el amor? El caballero reflexiona y se percata de que no había sabido amar a su esposa, sólo la necesitaba, pero la dejaba sola para irse de torneos y cada vez más sola para irse de cruzadas, a matar dragones y liberar cautivas. “¿No fue entonces cuando ella empezó a darle al morapio?”, se pregunta. A medida que el caballero se da cuenta de lo injusto que ha sido con su esposa, las lágrimas caen por sus mejillas. Sí, había necesitado más a Julieta de lo que la había amado. Desea haberla necesitado menos y haberla amado más, pero no había sabido cómo hacerlo. Un pensamiento le viene entonces a la mente: “¡Había necesitado el amor de Julieta y de Cristóbal porque no se amaba a sí mismo! De hecho, había necesitado el amor de todas las damiselas que había rescatado…, porque no se amaba a sí mismo.”

Entonces se dio cuenta de que si no se aceptaba a sí mismo y quería su yo verdadero, con todas sus limitaciones y potencialidades, no podría amar realmente a otros. Se dio cuenta de repente de que se había pasado la vida intentando agradar a otros, todo para demostrarse a sí mismo que era bueno, generoso y amoroso. Pero no tenía que demostrar nada de eso, porque en realidad era bueno, generoso y amoroso, o podía serlo sin el engorro de la armadura.

El tiempo transcurre con rapidez cuando uno se escucha a sí mismo y se hace aburrido mientras se espera que otros lo llenen. Sin embargo, las lágrimas de autocompasión no valen nada; la depre, menos que nada. Y después de completar otras pruebas y responderse otras preguntas, el caballero, del que va despegándose la armadura como lastre inútil, ya distingue entre la ambición de tener y la de ser, ambición del corazón esta última, mucho más importante que la de codiciar bienes y gloria.

Todo el relato está adobado con la sal del humorismo. He aquí un ejemplo: Moraliza Merlín al caballero diciéndole que es necesario distinguir entre necesidad y codicia. Y el caballero responde mordaz: “Decidle eso a una esposa que quiere un castillo en un mejor barrio”. Por supuesto que, al contrario que los animales, los hombres tenemos un instinto de superación, de progreso, una ambición legítima, pues también, y al contrario que el manzano, el cual no necesita moverse mucho para producir frutos sabrosos, a los seres humanos se nos han dado dos pies y dos manos para trabajar. Y por eso es necesario un tercer castillo en la Senda de la Verdad (verdad que es única y no admite compartimentos): el Castillo de la Voluntad y de la Osadía. Allí espera al caballero un auténtico dragón telépata: el dragón del Miedo y de la Duda, que pondrá a prueba el conocimiento que el caballero ha alcanzado de sí mismo.

Tampoco cuento el final. Pero sí anotaré que el autor transmite en sus relatos, más profundos de lo que parecen en una primer lectura, una visión optimista y constructiva de las potencialidades del ser humano. Y esto nos parece valioso cuando cunde un cierto y normal desánimo antihumanista, nihilista, tras el paso, no concluido, de una frustrante y empobrecedora pandemia. Si conocemos nuestras limitaciones y posibilidades, con Voluntad y Osadía podremos sin duda disolver al dragón de la Duda y el Miedo, último obstáculo para alcanzar la Cima de la Verdad. Disfrazar y armar al verdadero yo como “personaje” tal vez proporcione votos y fama mundana, pero de nada sirven las corazas de las ideologías para lograr la verdadera gloria.

Del autor:

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