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LA MUSA DE ARISTÓTELES, por José Biedma López

(Ilustración: Papilio macaón. Esta bellísima mariposa europea lleva el nombre de uno de los hijos del dios de la medicina Asklepio o Esculapio: Macaón. Monte Bacayo, Jaén, 12 de mayo).
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(Ilustración: Papilio macaón. Esta bellísima mariposa europea lleva el nombre de uno de los hijos del dios de la medicina Asklepio o Esculapio: Macaón. Monte Bacayo, Jaén, 12 de mayo).
viernes 22 de mayo de 2020, 10:26h
LA MUSA DE ARISTÓTELES, por José Biedma López

El mejicano Juan José Arreola (1918-2001) es uno de mis escritores favoritos: fabulador, abierto, misterioso, poeta, artesano de la palabra escrita. Su obra más acreditada es el Confabulario Personal (1952-1971). Pues bien, una de sus “con-fabulaciones” titulada “El Lay de Aristóteles”, es decir, la canción erótica o humorística del filósofo, la dedica a la musa Armonía y sus extrañas relaciones con el autor de la Metafísica. Una tarde de mayo, Aristóteles ve danzar a Armonía sobre la verde hierba de la primavera mediterránea, desde la ventana de su estudio. El pulso se le acelera y suelta el papiro que tiene entre manos para disfrutar del espectáculo imprevisto del cuerpo juvenil y nacarado de la diosecilla, que traza con sus gráciles miembros ritmos estravinskianos y dulces melodías en el jardín de la quinta del científico.

Quizá recuerda entonces el viejo Aristóteles (384-322) a su primera esposa que falleció joven, Pitias de Aso, sobrina de su amigo y compañero de Academia: Hermias, el sabio eunuco trágicamente asesinado, pero no, el fundador de la zoología piensa más bien en un amor fugaz, en el impulso instintivo que hizo fluir su sangre y bajar hacia el bajo vientre y las ingles: el deseo animalesco que sintió por una perfecta desconocida a la que siguió en el mercado de Estagira, su ciudad natal. En ese momento Aristóteles se mira a sí mismo, reflexiona, imagina su rostro afeitado cubierto de arrugas, como escrito en letra cuneiforme, el cráneo canoso, las médulas dolidas, y recela de la musa Armonía que ahora baila en su huerto. Sospecha que ha venido a robarle la paz del estudio, el sosiego de la curiosa contemplación de la naturaleza, tan necesario para el biólogo. Cierra la ventana y se esfuerza por volver a su abstracta meditación sobre la substancia del mundo (ousía, lo que hay o existe), intenta comprender ese extraño dualismo que casa en unidad provisional la materia con la forma, el contenido con la estructura, la potencia de la masa con el acto del movimiento, en una dinámica incesante que condena a toda forma viva a la transformación, es decir, a la muerte. Aunque sea verdad que nada se pierde, que la materia ni se crea ni se destruye: energía… Y verdaderamente, Ser se dice de muchas maneras…

… En vano ensaya concentrarse. Se distrae. La atención vuelve recalcitrante sobre lo visto, tan excitante: la fresca desnudez de Armonía, y ahora con el rostro juvenil de Herpilis, su segunda esposa, la que le dio la satisfacción de un hijo: el joven Nicómaco, al que puso el nombre del abuelo tempranamente perdido, su padre, el médico del rey Amintas de Macedonia. Pertenece con orgullo a una saga de médicos de tradición empirista, descendientes del dios Asklepio, herederos del saber hipocrático. ¡No es cuestión de hacer el tonto ahora!

Así que, tambaleándose un poco, Aristóteles sale al jardín, abierto ahora como una gran flor de mayo. La musa danza frente a él, le incita a explorar su laberinto de difíciles equilibrios pasionales, de mesuras en tensión ética, pero todos los silogismos se desvanecen cuando la razón humana se extravía. De pronto, Aristóteles se precipita y torpe se abalanza, da un traspiés y cae sobre Armonía, pero esta huye casi alada y se pierde en la floresta elevándose como una mariposa que, recién abandonada la crisálida, lustra sus escamas en dirección al sol de mediodía.

Vuelve a su estudio contrariado, avergonzado, y llora la juventud perdida, ¡divino tesoro! Entonces abre la ventana y mira cómo la musa reanuda su danza, envuelta en una gasa que recuerda el dibujo y colores de las alas de la mariposa que llaman macaón en honor del hijo de Asklepio, dios de la medicina. Debe acabar con esto. Debe procesarlo mentalmente, la descompondrá intelectualmente en sus elementos, la dividirá mediante el análisis, la pinchará en su caja de entomólogo, describirá en su Poética sus ritmos y melodías. Por una vez, lo hará en verso. Será su obra maestra, el epítome de su Filosofía Primera: “Sobre la Armonía”.

Y puede que Aristóteles lo intentara. Sin embargo, el tratado Peri Harmonía arderá en Alejandría, no sabemos si durante el incendio causado accidentalmente por las tropas de Julio César en tiempos de Cleopatra o, más tarde, cuando los bárbaros musulmanes usen los restos de la famosa biblioteca de los ptolomeos para alimentar sus estufas. Sin embargo, la escritura de ese tratado perdido había librado a Aristóteles, al menos durante sus últimos años, del agudo y perturbador, del inquietante y humillante aguijón de la belleza, aunque no completamente…

“Una noche, Aristóteles soñó que caminaba en la hierba a cuatro pies, bajo la primavera griega, y que la musa cabalgaba sobre él. Y al día siguiente escribió al comienzo de su manuscrito [Peri Harmonía] estas palabras: ‘Mis versos son torpes y desgarbados como el paso del asno. Pero sobre ellos cabalga la Armonía’”.

Así acaba la interpretación de Arreola. Se ha acusado a Aristóteles de machismo y de sexismo sin tener para nada en cuenta el contexto bélico, durísimo y cruel en medio del cual pensó, un contexto en el que la fuerza física era por sí misma autoridad política. Sin embargo, en su testamento, escrito durante su destierro en Calcis, dispone que los huesos de su primera mujer, Pitias, reposen junto a los suyos. Lega la mano de su hija Pitias (del mismo nombre que su madre fallecida) a Nicanor, hijo adoptivo de Aristóteles y oficial de Alejandro Magno, y dicta instrucciones para que se cuide a su joven viuda, su segunda esposa: Herpilis, de quien tuvo a Nicómaco, disponiendo que "si quisiere casarse..., no sea con hombre desigual a mí; y se le dará de mis bienes, sobre lo ya dado, un talento de plata, tres criadas si las quiere, la esclava que tiene, y el niño Pirreo". Aristóteles exige que dejen a Herpilis elegir entre hacerse dueña de la hospedería en Calcis o de la casa paterna en Estagira... Es evidente que Aristóteles amó a las mujeres y que las trató con mayor dignidad y respeto a su libertad y capacidad de decisión que la inmensa mayoría de sus contemporáneos griegos, y no digamos que sus contemporáneos bárbaros, para muchos de los cuales una mujer no debía valer mucho más que un buen caballo o un par de saludables esclavos.

Ofrezco los siguientes enlaces para quienes quieran profundizar sobre el controvertido asunto de la relación de Aristóteles con las mujeres y su consideración de las féminas, que tanto influyó, como toda su obra, en la cultura occidental durante dos mil años, y que sigue influyendo, pues hay escritos clásicos suyos, como su ética de las virtudes, su política o su poética, invulnerables al progreso de las ciencias físicas:

http://mojigangasypamplinas.blogspot.com/2010/10/aristoteles-y-las-mujeres.html

https://es.wikipedia.org/wiki/Visi%C3%B3n_aristot%C3%A9lica_de_la_mujer#Diferencias_entre_hombre_y_mujer

Nota bene: No hay noticia segura de que Aristóteles escribiera versos sobre Armonía (invento de Arreola), sí es cierto que el Estagirita se ocupó del ritmo y de la armonía en su Poética, obra en prosa que nos ha llegado incompleta. No teniendo talento para la poesía, muy al contrario que Platón, Aristóteles comprendía mejor su interés y valor, mejor que su maestro ateniense. El supuesto segundo libro de la Poética de Aristóteles, que trataría de la comedia, gana valor capital, aún superviviente, en los crímenes del famoso monasterio medieval ideado por Umberto Eco en su novela El nombre de la rosa, que también dio nombre y argumento a una excelente película.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

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