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VIVIR CON GUSTO por José Biedma López

 

(Ilustración: Macroglossum stellatarum, esfinge colibrí libando la flor del romero)
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  (Ilustración: Macroglossum stellatarum, esfinge colibrí libando la flor del romero)
sábado 28 de marzo de 2020, 10:34h
VIVIR CON GUSTO por José Biedma López

Todos los hombres buscan ser felices. Eso, sin excepción, escribió Pascal. Y añadió que no podemos no querer ser felices. Siglos antes lo había también dejado escrito Aristóteles, que la felicidad es el fin connatural de la actividad del hombre, aquello a lo que apunta y debe apuntar nuestra vida ética. Otra cosa es que aquello que buscamos lo podamos encontrar en este mundo. Tal vez si rebajáramos la carga utópica del nombre…, llamándole por ejemplo contento o alegría, de la alegría escribió Juan de la Cruz que es la moneda contante y sonante de la felicidad.

Cuentan que uno, curioso o necio, contrajo el raro capricho de rodear el mundo, o de rodar por él, buscando el Contento. Preguntó por él a los ricos, pero los halló desvelados; a los poderosos, pero vivían estresados; fuese entonces a los sabios y los vio melancólicos, muy sensibles a los males del mundo; a los mozos los chocó demasiado inquietos; y a los viejos, sin salud y desilusionados. Viajó de un país a otro y en todos le decían que allí no hallaría el Contento, pero se rumoreaba que más al norte, en países más avanzados. Así llegó hasta Noruega (país riquísimo y helado), Islandia, Groenlandia y hasta la última Tule, hasta convencerse de que la felicidad o el contento son algo que todo el mundo busca pero a nadie del todo consuela.

En modo alegórico, los dos peregrinos del Criticón de Gracián (o sea, todos nosotros) buscan a Felisinda (metáfora de la felicidad), el uno la tiene por esposa y el otro por madre. Acaban reconociendo que si todos los mortales buscan la felicidad es porque ninguno la atesora, porque ninguno vive contento con su suerte, ni con la que le cayó del cielo ni con la que él mismo se buscó. El joven cree hallar el contento en los placeres, el maduro en las ganancias, el viejo en la honra. Pero, ¿en qué consiste el contento?

Gracián da un buen repaso a las principales escuelas morales. Unas sostienen que la felicidad estriba en hacer cada uno lo que le gusta. En nuestros días hay pensamientos pedagógicos, como el de Ken Robinson, que sostienen algo parecido: la gente es productiva –¡y feliz!- cuando encuentra su elemento; como el pez en el agua. El elemento es el punto en el que se intersectan el talento personal y la pasión por hacer eso que podemos y nos gusta hacer. El libro de Ken Robinson está lleno de ejemplos sabrosos y asombrosos, de gentes famosas que fracasaron en la escuela hasta que encontraron aquellas actividades que les hacían felices y para las que tenían verdadero talento.

Claro que uno puede tener talento para el engaño, el crimen o la estafa. La mayoría será mejor jugando naipes que leyendo libros, gustarán más de la farra que del trabajo, y muchos preferirán oír el canto de las sirenas al de las musas. Fácil refutación del punto de vista anterior: No será la felicidad conseguir uno su gusto, o hacer lo que le da gusto, cuando tiene un gusto malo o pésimo. “Es que no me gusta”, me decía a mí el alumno X cuando le hablaba del valor de esforzarse para aprobar el Inglés. Y en esto de los gustos, además, hay mucha variación y volatilidad, hoy nos asquea lo que ayer aplaudimos. Y al revés.

Más compleja es la tesis de aquellos que sostienen –como hicieron las grandes escuelas áticas- que la felicidad humana consiste en un equilibrado agregado de bienes, honras, placeres, riquezas, poder, mando, salud, sabiduría, hermosura, gentileza, dicha…, ¡y amigos con quien gozar de todo eso! El problema es que este montón quimérico de cosas gustosas, ese agregado fantástico de bienes prácticos es más fácil de imaginar que de conseguir. Uno puede reducirlo, como es frecuente, a tres: salud, dinero y amor. Hay controversias sobre si el dinero va delante o detrás del amor, pero nadie duda de que la salud es condición de los demás bienes, y por eso estamos dispuestos a que nos encierren si así la preservamos.

Los románticos dirán que el amor es lo más grande, pero ya se sabe que cuando Miseria entra por la puerta, Amor salta por la ventana. Los prácticos dicen que el dinero, por lo menos lo suficiente como para no arrastrarse hipotecado. Y a esto se le llama realismo. Pero en cuanto tenemos “posibles” nos hipotecamos, las necesidades se multiplican y acabamos consumidos por el hartazgo, el aburrimiento, el consumismo, o por el estrés de producir para consumir servicios cada vez más sofisticados, si no viciosos.

Uno puede entonces reaccionar contra semejante esclavitud y despilfarro haciéndose jipi o cínico como Diógenes de Sínope y presumir soberbiamente de no tener nada, no desear nada y de despreciarlo todo. Afirmando que el que se contenta consigo solo, es cuerdo y es dichoso. Como aquel sabio que se reía viendo su casa arder, porque todo lo valioso lo llevaba consigo. ¿Para qué entonces la taza si hay mano con qué beber? Mejor encarcelar el apetito con un pedazo de pan y con un poco de vino, que con ellos se anda el camino.

Gracián refuta el cinismo considerándolo una melancólica paradoja nihilista, pues desear nada, conseguir nada y gozar de nada, es como aniquilar el gusto y anonadar la vida, ya que la vida propiamente humana también consiste en gozar los bienes y saberlos lograr, tanto los de la naturaleza como los del arte, eso sí, no con la imprudencia del libertino, sino con modo, forma y templanza. Como dijo una vez Fernando Savater: la vida no nos ha sido dada para conservarla, sino para gastarla con gracia.

Añade el jesuita aragonés una sutileza relevante y que suele soslayarse: ser feliz consiste, al menos en parte, en creérselo, en (sos)tenerse por feliz. “Aquel se puede llamar dichoso y feliz que se lo piensa ser; y al contrario, aquel será infeliz que por tal se tiene, por más felicidades y venturas que le rodeen quiero decir que el vivir con gusto es vivir y que solos los gustosos viven”. Por supuesto, Gracián es autor cristiano y a Felisinda, viva y entera, sólo la encontrarán los peregrinos –nosotros- en el Cielo, en la gloria si merecida del seno de Dios Padre.

La felicidad, ideal moral, práctico, se llama en metafísica Bien o idea del Bien, y en este mundo y en su naturaleza, como ha puesto de manifiesto el virus ese que nos tiene asustados, o el otro que puede venir después, el bien se da siempre mezclado con el mal. El bien puro es tan raro en la vida moral como el blanco en la naturaleza.

Acabaré el artículo con una anécdota que refiere el propio Gracián: Al gran escritor de la Divina Comedia, Dante “Alígero, por su alado ingenio”, le buscaba el Médicis, su gran patrón y mecenas, para poderle conocer en un día de carnaval. Todo el mundo iba disfrazado, así que el aristócrata mandó a sus siervos que fueran preguntando “Chi sà del bene?”, o sea, ¿quién sabe del bien? Prontamente, el Dante respondió: Chi sà del male. Quien sabe del mal. Con que al punto dijeron: “tú eres el Dante”.

Es nuestra condición trágica ser felices si primero fuimos desgraciados. Y es que no sabe apreciar de verdad los manjares, sino el hambriento; la salud, sino el enfermo; del dulce sueño sabe el insomne; y del descanso disfruta el molido. Y nosotros sabremos de la grandeza de la bella primavera y gozaremos de las bondades de la libertad cuando termine este bendito encierro.

(Ilustración: Macroglossum stellatarum, esfinge colibrí libando la flor del romero)

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